Había conseguido dormirme a duras penas en el calabozo de la gendarmería. El efecto de la artemisa se había desvanecido pronto, devolviéndome el dolor en las costillas.
—¡Guardia! —llamé cuando ya no podía soportarlo.
Escuché los pasos sosegados del guardia de turno acercándose y, cuando vi de quién se trataba, pensé que la noche no podía irme peor.
—Mira por dónde. ¿Qué has hecho para que te encierren? —Frank soltó una carcajada burlona.
—A ti no importa. Quiero ver a Teófilo.
—A estas horas, Teófilo ya se habrá ido a su casa. ¿Qué es lo que quieres?
Me mantuve reticente. Sabía que Frank no iba a ayudarme. Lo ignoré y me senté en el banco de madera al fondo de la celda, con cuidado. Al tomar asiento, todos los músculos del tronco lo lamentaron y no pude contener un gemido entre dientes.
—¿Qué te pasa, te duele algo? —preguntó con sorna.
Procuré ignorarle.
—¿Sabes? No me cae nada bien ese Joseph Hammer, pero tengo que admitir que me ha hecho un favor, porque si no llega a darte él una paliza, te la habría dado yo. Espero que te sirva de lección y no vuelvas a acercarte a Stefan. ¿Me has oído? Eh. —Dio un golpe a los barrotes con la punta de hierro de su bota, y el agudo sonido me hizo mirarlo. Lo observé con rencor. Su presencia era más insoportable que el dolor en las costillas.
—¿Le dijiste tú que no soy su padre biológico? Claro que fuiste tú, ¿quién si no? ¿A ti quién te ha dado derecho a meterte en nuestra vida, eh? Desgraciado. Nunca me ha gustado que Stefan fuera a tu casa, me da asco solo de pensarlo. En el momento en que me entere de que le has tocado un solo pelo de la cabeza, te haré desaparecer, ¿me oyes? ¡Contesta! —Volvió a golpear los barrotes con furia. Y yo, harto, le lancé una mirada cargada de odio.
—Stefan ya es mayor para decidir lo que quiere hacer con su vida. Y no me ha hecho falta decirle nada porque no es estúpido, él ya lo sabía desde hacía mucho tiempo. A mí me importa un pimiento lo que pase en vuestra casa.
Frank se apartó de los barrotes con un aspaviento.
—No vuelvas a acercarte a mi familia, quedas advertido.
Cuando se marchó, traté de incorporarme en una posición medianamente cómoda. Estaba exhausto, pero no podía dormirme sentado en aquel banco de madera. Al final me tumbé en el suelo de espaldas y conseguí dormirme a duras penas. Pero en cuanto mi mente logró desconectar, me sobresaltaron nuevos y estridentes golpes en los barrotes.
—Levántate, han venido a buscarte.
Vi a David al otro lado de la celda y, en cuanto Frank abrió la puerta, entró y me ayudó a levantarme. Con un brazo, ya que el otro lo tenía vendado.
—¿Qué haces en el suelo?
—Me duele todo el cuerpo —dije apretando los dientes y poniendo en tensión los músculos al levantarme.
—¿No te han dado medicinas? —Preguntó atónito. Y, dirigiéndose al gendarme, dijo con severidad—: ¿Me puedes explicar por qué le habéis dejado en ese estado? ¿No te has enterado de que tiene dos costillas rotas, pedazo de incompetente?
Frank, sorprendido, se amedrentó y retiró las manos tras la espalda, como debe ser al hablar con un superior del Ejército.
—Le pregunté si necesitaba algo y no quiso responder.
—Lo que necesitaba eran medicinas, no tenéis ningún derecho a tratarle así. ¿Esto es una gendarmería o aquí se tortura a la gente? Voy a tomar represalias, estoy muy decepcionado con vuestro servicio.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...