Diciembre, 341 después de la Catástrofe
No podía dejar de darle vueltas a la cama. «¿Y ahora qué?», me preguntaba una y otra vez. Qué íbamos a hacer con una criatura. En qué tipo de hogar iba a criarse.
Yo no era su padre y Vanda solo era mi amiga y compañera, pero sentía la responsabilidad de hacerme cargo. ¿Y cómo iba a cuidar de un niño? Vanda y yo siempre andábamos discutiendo, por no hablar de nuestra condición como personas. ¿Qué pensaría de nosotros cuando se hiciera mayor? No éramos los más indicados para ser padres juntos.
Me levanté de la cama. Mientras fumaba un cigarro apoyado en la pared, observé mi habitación en la penumbra. Todo estaba otra vez hecho un desastre, no había sido capaz de mantenerla ordenada. La silla volvía a ser un montón de ropa con cuatro patas, el escritorio seguía repleto de objetos varios, y al caminar se levantaba la capa de polvo del suelo. No era capaz de ver el desorden en mi vida hasta que me asfixiaba, ¿qué ejemplo podía darle a otro ser humano?
Bajé a la cocina para prepararme una infusión con la esperanza de reconciliar el sueño. Allí encontré más de lo mismo. De pronto no podía dejar de ver desperfectos en todos los rincones. Aquella cocina tenía más de cincuenta años, la había construido Hugh al casarse con mi madre y había permanecido intacta. Los fogones eran los antiguos de mampostería, con las barras de hierro tan llenas de grasa incrustada que se habían formado estalactitas. El humo había ennegrecido todo el espacio al rededor de estos, y las paredes se caían a pedazos, con algunos azulejos rotos y otros que se habían desprendido, mientras que los que seguían pegados no lo estarían por mucho tiempo. Los muebles, unos carcomidos y otros hinchados, con la madera tan seca que se habían agrietado, amenazaban con desintegrarse tarde o temprano, junto con sus partes metálicas herrumbrosas y la pintura desconchada. El suelo de madera irregular que chirriaba cada vez que era pisado tampoco tenía nada que envidiar.
Vivíamos tan acostumbrados a todo aquello que no nos habíamos dado cuenta de que no era un hogar en condiciones, y mucho menos para criar a un retoño. Las estanterías, utensilios cortantes y ollas de metal que colgaban de la pared en aquellos ganchos de poca fiabilidad podían caérsele en la cabeza en cualquier momento.
Por no hablar de la humedad que entraba desde el Páramo. De niño yo mismo había sufrido varias afecciones respiratorias como resfriados e infecciones pulmonares a causa del ambiente húmedo de la casa. Si queríamos tener un niño enfermo cada dos por tres, aquel era el hogar ideal.
Y que no se nos ocurriera sacarlo al jardín, con acceso directo al Páramo con todos sus hoyos y arenas movedizas, tan descuidado que se había llenado de zarzas y plantas venenosas, insectos como ratas y nidos de serpientes.
Me senté en las escaleras a pensar —ni siquiera teníamos un sofá, ¿qué clase de vivienda era esa?—. Decidí que ya me había desvelado para el resto de la noche y que me iba a quedar despierto intentando encontrar una solución. Me encendí otro cigarro mientras imaginaba las posibilidades de criar a un niño en una casa como esa, con dos marginados sociales como padres y escasez de recursos.
Vanda no podría trabajar mientras la criatura dependiera de ella, por lo que la provisión de recursos recaía en su totalidad sobre mí. Todavía conservaba el empleo como profesor y podía intentar pedir una ampliación del horario. Había querido dejarlo en cuanto se terminase mi contrato, pero sin el apoyo de los encargos no tenía otra alternativa que conservarlo.
Luego estaba el tema de la casa. Si bien no era el mejor lugar donde criar a un niño, en mi familia se las habían apañado con trece criaturas, por lo que tal vez no era un problema tan grande. Solo debíamos atender los puntos débiles para garantizar que la casa fuese un lugar seguro para un pequeño ser que lo tocaría todo a su alcance.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...