Durante el camino en el coche, le pedí a Gabrielle que no contara nada todavía. Sabía que se enterarían tarde o temprano, pero quería postergar su visita; la sola presencia de Christopher me haría pensar en que ya me lo había advertido y que me enfadé con él cuando en realidad tenía razón. De haber hablado antes con Stefan y haberle explicado que era mala idea que hubiese tanta confianza entre nosotros, me habría ahorrado algunos cuantos problemas. Me sentía culpable porque parte de lo que había sucedido podía haberlo evitarlo. Dejé de escuchar a la voz en mi cabeza que me avisaba del peligro y, en vez de alejarme, me fui directo hacia él.
Cuando entramos en casa, Vanda se encontraba en la cocina. Cuando entramos, estaba lavando los cacharros en el fregadero.
—¿Se puede saber dónde estabas? —dijo cabreada, sin apartar la vista de lo que hacía—. ¿Yo para quién hago cena, si no vas a venir? Al menos podrías avisar.
Gabrielle y yo guardamos silencio mientras me sentaba, apoyándome de la mesa y la silla.
Al ver que no respondía, dejó lo que estaba haciendo y me miró. Y se echó las manos a la cabeza.
—¿Qué coño te ha pasado? —gritó histérica. Se secó las manos y se acercó rápidamente a mi lado.—. ¿Quién te ha hecho eso? No me digas que ha sido Joseph porque te juro que lo mato —dijo acompañando su disgusto con fuertes gestos de manos y brazos—. Ha sido él, ¿verdad? ¡Si es que lo sabía! Yo ya sabía que pasaría esto, joder. Mira cómo te ha dejado. Esto no se va a quedar así, como me lo encuentre por la calle le rajo la cara. Joder, Mikhael, si es que yo ya lo sabía, que no puedes ir haciendo estas cosas por la calle, que hay mucho loco suelto y te puede pasar cualquier cosa. Y suerte has tenido, porque otro no lo habría contado. ¿Pero qué coño ha pasado?
Gabrielle se estaba encargando de poner el té mientras yo esperaba sentado. Había intentado fumar un cigarro, pero al dar una calada me dolía todo el costado y lo apagué con frustración. Una vez tuvo las tazas de té, nos sirvió una a cada uno y se sentó a mi lado.
—Vanda, ya lo tienes bien, siéntate —le dijo.
Vanda se sentó y se enchufó un cigarro con enfado.
—¿Me podéis explicar qué ha pasado?
—Anoche Joseph y otro tío le pegaron una paliza, pero está bien, el doctor dice que solo tiene dos costillas rotas.
—¿Y te parece poco?
—Para lo que podía haber pasado, sí. Lo que no entiendo es por qué no le has denunciado. Ese tío no debería andar suelto por ahí.
—¿Y de qué va a servir? —dijo Vanda, menos mal que me entendía—. ¿Para que lo encierren seis meses y vuelva a por él? Esa gente tendría que desaparecer, es la mejor solución.
—Han pasado dos semanas —las interrumpí— y no ha dicho nada. No quiere que se sepa que su hijo ha salido maricón. Una paliza me parece un buen precio. Si le denuncio acabará saliendo a la luz y adiós boda y a la mierda la reputación de los Fürst y el futuro de Stefan, por mi culpa. Vanda tiene razón, para que lo encierren seis meses no merece la pena. Ahora ya está todo resuelto, lo que hay que hacer es olvidar este tema y seguir con los planes.
Ambas se quedaron en silencio. Era injusto que se hubiese resuelto así, pero tenía suerte de seguir vivo y sentía alivio por la seguridad de que no se sabría nada. Con eso me conformaba.
—Bueno —dijo Gabrielle—, que sepas que, a estas alturas, tanto Christopher como David ya se habrán enterado.
David vino a verme por la tarde temprano, después de comer, pero yo me encontraba bajo los efectos sedantes de la medicina y, aunque estaba despierto, no conseguía enterarme de todo lo que me decía.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...