David había pasado una mala noche. La fiebre, los dolores y escalofríos no le habían dejado dormir. Cuando tuvo que levantarse por la mañana se encontraba exhausto. El cuerpo, entumecido, le pesaba cien veces más. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para llegar hasta el cuarto de baño. Se dio una ducha de agua fría y poco a poco comenzó a notarse mejor, aunque todavía no lo suficiente. Luego se reunió con los suyos en la cantina para desayunar. No tenía ningún apetito, pero comió porque debía coger fuerzas.
Cuando terminaron, su equipo lo observó esperando las órdenes del día. David comenzaba a sentir un ligero hormigueo en la boca del estómago.
—Bien, lo mismo que ayer —dijo haciendo acopio de fuerza, tratando que no se le notara el agotamiento—. Vamos a peinar el Bosque por parejas y avanzaremos desde el muro hasta el interior. Nosotros estaremos en la zona norte, en la Arboleda Sombría. Podrían esconderse entre los árboles viejos que forman cavernas, así que prestad atención a cualquier agujero. En marcha.
Mientras sus compañeros se reunían en la armería, David aprovechó para hacer un viaje al baño, donde vomitó todo el desayuno. Cuando ya no podía echar nada más, se recostó sobre un banco, arrodillado en el suelo, y descansó. Se habría quedado durmiendo en esa posición de no ser porque tenía que dirigir un pelotón. Habiendo descansado lo suficiente, se levantó del suelo y se lavó la cara. Al mirarse en el espejo vio su cara pálida y los ojos cansados. Tenía un aspecto desagradable, se le notaba que estaba enfermo.
Sacó la píldora de su bolsillo y la miró en la palma de su mano. Qué pequeña era. ¿Sería un placebo? Daba lo mismo, no tenía otro remedio. Se la tragó con un poco de agua y salió del baño hacia la armería.
En la Arboleda Sombría, la niebla era tan espesa que debían permanecer a menor distancia unos de otros para poder estar en contacto. Cada uno llevaba su pequeña linterna de luz azul atada al pecho, puesto que los árboles, grandes como edificios, impedían el paso de cualquier atisbo de luz, y a sus pies quedaba una oscuridad absoluta. Era el lugar idóneo para servir de escondrijo de cualquier demonio.
La Arboleda se había formado con los robles milenarios que habían adquirido deformaciones ondulantes, ramas que se enredaban unas con otras estrangulándose mutuamente, troncos abiertos cuyo interior había muerto y sus nuevas capas se habían enroscado alrededor formando cuevas de madera envueltas en musgo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Erik, a su lado, en un murmullo.
—Mejor.
Ya dentro de la niebla, la pastilla había comenzado a hacer efecto. Primero notó un hormigueo en el pecho, luego se le aceleró el corazón y la sangre corría por sus venas a gran velocidad. Cuando se dio cuenta ya no tenía náuseas ni sueño, las extremidades ya no le pesaban; sus sentidos se habían amplificado, pudiendo escuchar todos los sonidos a su alrededor al mismo tiempo. Más tarde había llegado un subidón de energía en el que parecía que el tiempo se había detenido: cada segundo pesaba como un minuto, su presencia se había dilatado de un modo que parecía estar en varios lugares al mismo tiempo.
—Me siento como si fuese capaz de arrancar uno de esos árboles con las manos.
Erik se rió con discreción.
—Ese es uno de los primeros efectos.
—¿Y luego qué?
—Ya verás.
Tan pronto como dijo aquello, David sintió una vibración en los oídos.
—Parad.
Erik pasó la orden y la formación se detuvo en seguida. David pudo escuchar más claramente aquella vibración, que se avecinaba a gran velocidad.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...