Me apresuré a regresar con Vanda, mientras que David se dirigió a casa de Gabrielle. Al llegar, ella ya había recogido todo y esperaba a cierta distancia de la hoguera vecina.
—Siento la tardanza. No te habrán dicho nada, ¿no?
—Que lo intenten.
Recogí las cosas y comenzamos a caminar. Vanda me tomó del brazo. No teníamos un destino en mente, pero decidimos alejarnos de la Senda Lacrimosa por el momento. Terminamos en la plaza, desierta y silenciosa, y nos sentamos en los escalones de la iglesia.
—¿Qué te apetece hacer ahora? —pregunté algo nervioso. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más vulnerable me sentía.
Vanda se acercó a mi boca y me volvió a besar. Me había acostumbrado a su tacto y, en cierto modo, había aprendido a responder; sin embargo, en el fondo, una parte de mí deseaba huir de aquello cuanto antes.
—Hace un poco de frío —dijo—. Podríamos ir a tu casa.
Mientras cavilaba sobre qué decisión tomar, Vanda se levantó, cogiéndome del brazo, y me vi llevándola a casa de mi hermano. Cuando entré en el piso, todavía estaban Jael y sus amigos en el salón, fumando y bebiendo —y quizá tomando otras cosas—. Sus amigos ni se inmutaron cuando abrí la puerta, pero Jael se me quedó mirando, sorprendido al verme con una chica. Le expliqué que íbamos a hablar en mi cuarto y él simplemente levantó las cejas, todavía consternado.
Ni siquiera yo me había creído eso.
Tan pronto como cerré la puerta, Vanda colocó una mano en mi nuca y acercó sus labios a los míos. Nos fundimos en aquel beso, ahora con más cariño, mientras acariciábamos nuestros cuerpos con la habitación a oscuras.
Vanda cogió del bajo de mi jersey y lo levantó. Me desvestí de cintura para arriba mientras ella se quitaba las botas, con lo cual disminuyó unos centímetros y, aunque era muy alta, su pequeñez en comparación con mi cuerpo me llenaba de ternura. Quería abrazar su figura esbelta, acariciar su piel de terciopelo y enredar mis dedos en su melena larga y ondeada como un sueño.
Cuando se quitó el vestido, me dio un golpe el corazón, siendo ahora totalmente consciente de lo que iba pasar. Vanda desabrochó el botón de mis pantalones y nos metimos en la cama.
Me asustaba lo rápido que estaba yendo todo, pero me dejé llevar por ella. Era como intentar nadar en el agua embravecida, dando brazadas con la única intención de mantenerse a flote, pero sin conseguir llegar a ninguna parte.
Ella se movía con seguridad, conocía exactamente cómo y dónde debía tocar, fluía con un ritmo natural. Mientras que yo era torpe, inseguro, no sabía dónde poner las manos y seguirla se me volvía extremadamente complicado. Intuía, además, que ella se estaba dando cuenta y procuraba tener cuidado, cambiar la forma, probar otras cosas. Pero no conseguía sentirme cómodo. No solo me sentía expuesto físicamente, sino que su sola presencia me intimidaba. Pensaba que la falta de placer era debida a la incomodidad. Era mi primera vez, y además con una mujer como ella, que se me quedaba tan grande. Pretendía estar a la altura de las expectativas. Pretendía engañarme a mí y a ella. Y la situación era tan forzada y tan falta de sentido que se volvió insoportable para ambos.
Vanda se cansó de intentar satisfacerme y se separó de mí, se colocó de nuevo el vestido y se sentó en la cama.
Lleno de vergüenza, me levanté y me vestí también. Vanda se apartó un mechón por detrás de la oreja y me miró con una expresión que en aquel momento solo podría describir como odio, pero que tal vez era lástima.
—¿Tienes un cigarro?
Salí al salón y le pedí dos cigarrillos a mi hermano, intentando no llamar la atención de sus amigos. Jael no dijo nada sobre el tema, pero su mirada persecutoria mientras cogía la cajetilla, extraía dos cigarrillos y me los daba en la mano, lo decía todo.
ESTÁS LEYENDO
Humo
Mistero / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...