Recuerdo 16. En la boca del lobo

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La puerta chirrió cuando David la arrastró hacia dentro.

Tan solo vimos oscuridad. Y unas escaleras que desaparecían en el fondo. David pensó en ir a por una vela, pero entonces Gabrielle se fijó en un bulto en la pared.

—¿Qué es esto? —Se acercó a comprobarlo y lo tocó. Reflejaba una luz muy tenue por abajo. Se le ocurrió levantar la tapa de madera y esta cedió, descubriendo la esfera de luz.

—Qué raro —dije. Toqué la esfera. No estaba caliente. La luz no provenía de ningún gas ni del fuego, era un líquido azulado.

—¿Vamos? —preguntó David, y cerró la puerta.

Bajamos las escaleras, con la única luz que provenía de aquella extraña lámpara. Después encontramos otra, cuando el camino iba oscureciendo de nuevo, y la abrimos como la anterior. El pasillo estaba repleto de esas lámpara, y nos guiamos por ellas escaleras abajo. Pocos metros después encontramos un sótano. Fuimos encendiendo todas las luces que encontramos y descubrimos una sala de paredes de hormigón con algunos muebles de madera. Parecía un refugio. Había un montón de sacos de arpillera, estantes con botes de alimentos envasados al vacío y una fuente de agua

—¿Qué habrá en esos sacos? —preguntó Gabrielle.

David no dudó en acercarse a comprobarlo. Desató la cuerda de esparto que los sellaba y miramos curiosos el interior. Arroz. Gabrielle desató otro saco y vimos centeno. En otro de ellos había trigo. Todo allí dentro eran comestibles y básicos de supervivencia y había el suficiente alimento para abastecer a una familia entera por semanas.

—¿A vosotros también os da muy mal rollo todo esto? —preguntó David, que no podía dejar de observar a su alrededor.

Algo inquietante sí que era. Nunca nos habríamos imaginado que bajo la casa del alcalde habría un búnker preparado en caso de alarma. Eso significaba que en cualquier momento podía suceder algún desastre.

Pero habíamos bajado buscando otra cosa, y el sótano no finalizaba ahí. Había otra puerta en la otra pared del fondo. No estaba cerrada con llave, sino con un enorme pestillo. Al abrirlo, el fuerte golpe nos sobresaltó. La puerta se abrió y accedimos al pasillo.

Al traspasar aquella puerta, un hormigueo me revolvió el estómago. Recordé la vez en que Darek y yo traspasamos la puerta del muro siendo niños. Me asustaba tanto lo que pudiera encontrarme si daba otro paso que fui incapaz de moverme. Darek se fue sin mí, pero ahora, cuando que quedé paralizado, David y Gabrielle me esperaron.

—Mik, ¿qué pasa? —preguntó David.

Estaba demasiado nervioso para contestar.

—A mí también me asusta salir ahí, es normal, prácticamente no sabemos adónde vamos. Pero, eh, tenemos un mapa, y en cuanto veamos algo raro nos damos la vuelta y volvemos, ¿vale?

Asentí. Gabrielle me cogió el brazo y reemprendimos el camino.

Aquel pasillo estaba bien iluminado por las lámparas azules, con la pestaña subida. La prueba de que por ahí circulaba gente a menudo. Era bastante ancho, de al menos tres metros, con un techo muy alto y las paredes pintadas de blanco. Aunque estuviésemos encerrados bajo tierra, el ambiente era bastante agradable, y no claustrofóbico como me lo había imaginado. Al llegar hasta el final nos encontramos con un cruce que se dividía en tres pasillos diferentes.

—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó Gabrielle.

David sacó el mapa de su bolsillo y lo desplegó frente a nosotros.

—A ver, nosotros estamos por aquí. —Deslizó el dedo índice desde el punto rojo que indicaba la entrada al Subsuelo en la mansión Schwarzschild, calculando lo que habíamos caminado y deteniéndose en el cruce que en principio era donde nos encontrábamos—. Y queremos llegar aquí. —Buscó con el dedo y encontró la palabra «Laboratorios». La sección estaba bien diferenciada del resto y en cada puerta indicaba su respectivo número: «L-1», «L-2»...—. Me da que este es el sitio más probable donde encontrar los cuerpos.

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