Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa

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Noviembre, 341 después de la Catástrofe

La mañana siguiente Stefan no vino a trabajar. A las ocho y media pensé que se había dormido y que llegaría tarde, a las diez se me ocurrió que tal vez estaba con resaca y tardaría un poco en recuperarse. A las once, cuando Vanda se levantó, me tomé un té con ella en la cocina y seguí esperando a que llegara. Luego supe que ya no vendría, ya que a las doce hacían la misa y acudiría a la iglesia con su familia. Aun así, tuve la esperanza de que se pasara después de comer, pero no llegó a presentarse. A las cuatro aún seguí esperando que viniera a darme alguna explicación, pero a medida que iba oscureciendo el día fui aceptando que no vendría.

Teníamos buena relación y me temí que lo que había sucedido la noche anterior lo hubiera estropeado, pero me obligué a pensar que simplemente había preferido quedarse en casa. Cuando le dije que se fuera se quedó muy desconcertado. Por alguna razón no se lo tomó nada bien y, aunque me permitió que lo acompañara para que no le pasara nada, no se despidió de mí antes de irse, y me quedé esperando frente a su casa mientras intentaba acertar la llave en la cerradura.

Lo sentía mucho, sin embargo, ¿cómo iba a ser capaz de hacerle algo así? Si al menos hubiese estado en sus cabales... Habría tenido que ser yo el embriagado para atreverme a tocarle.

La mañana del lunes nos vimos en clase. Cuando entró, me dirigí a él con una sonrisa para saludarlo pero ni siquiera me miró. Procuró evitarme en la medida de lo posible y ni siquiera me prestó atención cuando expliqué los ejercicios. Se puso a trabajar sin más y, mientras sus compañeros me llamaban para preguntarme dudas y para que viera cómo procedían en sus trabajos, él no se dirigió a mí en ningún momento.

Sentía su incomodidad y me sentía incómodo también. Pero preferí no darle importancia y pensar que había pasado hacía poco, y que el viernes, en la próxima clase, ya se le habría pasado todo y nuestra relación volvería a la normalidad.

No sucedió. Y creí que ya no volvería a presentarse en el taller para trabajar, y que a partir de ese momento la distancia entre nosotros sería tan profunda como un acantilado. Y lo acepté. Había perdido ya toda esperanza de volver a hablar con él.

El sábado por la mañana llamaron a la puerta, muy temprano. Estaba lloviznando. Pensé que sería David que venía a intentar hacer las paces de nuevo. Y cuando vi a Stefan en con un paraguas derramando agua por los bordes, me sorprendí.

Al mismo tiempo dejé paso a la decepción porque creí que, una vez le había dado la negativa a ayudarle, a David ya no le interesaba más nuestra relación.

Pero Stefan había vuelto y me alegraba verlo de nuevo, aunque no lo pareciera porque durante un rato estuvo esperando en la entrada a que le dejara pasar.

A causa de la lluvia incesante que había estado cayendo desde la noche anterior parecía que todavía era de noche. Tenía una vela grande plantada en la mesa de la cocina y varias más en la encimera para dar algo de luz. Llevaba en pie desde bien temprano, por lo que me permití tomarme un descanso y me senté con él a tomar una buena y caliente taza de té con leche. Aquel día, el ambiente húmedo hacía imposible que uno pudiese librarse del frío.

—Perdone por no venir el otro domingo, ya sabe, tenía una resaca que no podía ni levantarme de la cama. Me pasé toda la mañana con la cabeza dándome vueltas —dijo sin mirarme directamente.

—No pasa nada, suponía que fue por eso.

Stefan asintió. Se mordió la mejilla por dentro, mirando en alguna dirección lejos de mí.

—Mírame —le ordené.

Stefan reaccionó, pero su expresión era forzada. Nos quedamos observándonos con detenimiento. Stefan no parecía dispuesto a decir nada. Pensé que ya había sido suficiente que tomara la iniciativa en venir a mi casa y que no tenía por qué exigirle nada más.

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