Mayo, 323 después de la Catástrofe
El doctor Genezen confirmó la hora de la defunción a las ocho y media de la tarde.
Mi madre llevaba un disgusto insoportable, y yo todavía estaba en trance, preguntándome qué había pasado. El enfermero que ayudaba al doctor cargó el cuerpo sin vida en una camilla con ruedas y lo cubrió con una sábana. El doctor intentó sin éxito tranquilizar a mi madre. Ella lloraba y gritaba y se movía de un lado a otro; trató de alcanzar la camilla antes de que se la llevaran, pero el doctor la frenó.
Había tanto movimiento en la casa que empezaba a agobiarme.
Me faltaba el aire, así que salí fuera a respirar.
Hacía un frío húmedo que escocía y ya había anochecido. Caminé hasta alejarme de la casa, hasta que los lamentos de mi madre se convirtieron en un murmullo en la distancia. El enfermero cargó el cuerpo en el coche y cerró las puertas.
Escuché unos pasos serenos. El doctor Genezen me colocó una mano en el hombro.
—Chico, tu padre no estaba bien de salud. Al menos ahora podrá descansar.
Él ni siquiera alcanzaba a imaginar lo que había pasado.
—Ha sido por mi culpa —dije con la voz débil. Estaba tan conmocionado que no tenía fuerzas para hablar.
—Tú no puedes haberle provocado un infarto, ha sido la edad y la mala vida que llevaba.
Me dio una palmada suave en la espalda.
—Ahora tienes que ser un hombre, tu madre te necesita. Cuídate mucho, Mikhael.
Cuando perdí de vista el coche en la distancia, decidí que ya era hora de entrar en casa. No sabía cómo iba a poder mirar a mi madre a la cara después de aquello, pero tarde o temprano tendría que enfrentarme a lo inevitable.
Estaba sentada en el sofá, en silencio, con la cara hundida entre las manos. Me acerqué a ella con cuidado.
—Mamá.
No reaccionó en seguida. Esperé a que se tomara el tiempo necesario. Entonces, levantó la cabeza y me miró, con un rostro que recuerdo como el más terrorífico al que me había enfrentado jamás.
—¡Vete! ¡No quiero volver a verte! —exclamó furiosa con un ademán, señalándome la puerta.
—¿Mamá?
No la reconocía. Nunca me había hablado con tanto odio. Y, al contrario que Hugh, su ira dirigida a mí no era solo para desahogarse, sino que la sentía de verdad.
—¿Me oyes? Esto ha sido por tu culpa. Ya que tanto te gusta irte de casa, ¡vete y no vuelvas!
Me dolió mucho más de lo que cualquier insulto de Hugh podría dolerme. Mi madre, a quien quería tanto, a quien había intentado cuidar, me estaba dejando en la calle. Me costó un momento asimilarlo. ¿Lo decía de verdad?
Daba igual si iba en serio o no, decidí marcharme solo por orgullo. Y salí de casa con lo puesto y sin decir una palabra más.
Por el camino no podía dejar de llorar. Caminé hacia donde mis pies me dirigieran sin saber exactamente adónde ir. Era tarde para andar molestando a los Schwarzschild, y ya estaba suficientemente hundido como para escuchar a Jael.
Hacía frío y busqué un sitio donde refugiarme en el pueblo. Decidí cobijarme en las arcadas laterales de la iglesia, donde al menos los muros frenarían el aire gélido. Allí, hecho un ovillo contra una esquina, conseguí la suficiente tranquilidad para pensar en lo que había pasado. Sentía un dolor en el pecho muy intenso, en parte por la culpa, en parte porque Hugh hubiese muerto frente a mí. Estaba acabado, no sabía cómo podría levantar cabeza después de aquello, y después de que mi madre me echara de casa. Por supuesto, no permanecería en la calle para siempre, mi hermano no se negaría a acogerme. Pero aquella noche prefería estar solo. Pensé que tal vez al día siguiente mi madre cambiaría de idea y me pediría que volviera; aunque, después de lo que había pasado, la verdad es que me sentía más a gusto en la calle que en aquella casa.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...