Recuerdo 17. Malestar

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Poco a poco fui volviendo en mí. Me desperté desubicado, tendido en alguna parte. Mi lecho era blando, tenía una almohada bajo la cabeza, una sábana que me cubría hasta los hombros, y la boca muy seca. Me lamí los labios agrietados. Moví los dedos cuando me acordé de ellos, era lo único que podía hacer al principio. Luego, poco a poco, conseguí mover el brazo izquierdo, luego el derecho.

Entonces intenté mover las piernas. La derecha no me respondía.

—Mik. —Escuché la voz suave de Gabrielle.

Abrí los ojos, que me dolían como si los párpados se hubieran petrificado. Sentía que me iba a estallar la cabeza y tenía la vista borrosa. Me resultaba muy difícil mantener la vista fija en un punto, pero reconocí a dos personas. La otra era mi hermano, que se levantó en cuanto se dio cuenta de que estaba despierto. Tenía el antebrazo vendado.

—Tete, ¿cómo estás? —preguntó alterado.

Intenté tragar saliva.

—Sed —fue todo lo que conseguí decir, con mucho esfuerzo.

Gabrielle se fue a buscar agua y, para cuando volvió, con la enfermera, yo ya había recobrado algo de fuerza. Esta me ayudó a incorporarme y bebí agua poco a poco. Entonces vi mi pierna derecha, la que no sentía, vendada y encima de un cojín.

—David estaba muy nervioso y Christopher se lo ha tenido que llevar fuera —dijo Gabrielle—. Voy a avisarles de que ya estás despierto.

«¿Christopher?».

Entonces recordé lo que había pasado. Habíamos estado fisgando donde no debíamos y un monstruo me atacó. Recordé a Jakub y que no había vuelto a saber nada de él desde que lo habíamos dejado atrás en el laboratorio. Por un momento me pregunté qué habría sido de él desde entonces, hasta que caí en la cuenta que debía de ser ese demonio.

—Tete —me llamó mi hermano, una vez los dos solos. Lo miré. Estaba a mi lado, muy serio, con los brazos cruzados y los ojos arrastrados por unas prominentes ojeras—. En cuanto lleguemos a casa me vas a explicar qué coño ha pasado de verdad.

Me chocó su tono tan duro. No tenía claro por qué estaba tan enfadado, ni entendía a qué se refería.

Le aparté la mirada porque en ese momento lo único que quería era estar tranquilo. Aún estaba medio sedado y se me hacía muy difícil pensar. Pero no podía dejar de darle vueltas a lo que me había pasado, el terror al encontrarme de frente con aquel monstruo, la cara de Jakub desesperado pidiéndome ayuda, las zarpas rasgándome la pierna.

De pronto sentí un pinchazo de dolor en el gemelo que se extendió por todo el muslo y penetró hasta el hueso. Notaba la pierna hinchada por debajo de la venda. Y cuanto más intentaba mover el pie sin conseguirlo, más ansiedad me entraba.

—¿Por qué no puedo mover la pierna? —pregunté entrando en pánico.

—Christopher dice que te ha atacado un perro salvaje —dijo como si no se lo creyera.

—Hola, Mikhael —saludó el doctor Genezen, descorriendo la cortina—. ¿Cómo te encuentras?

—Mal.

—Lo sé, lo sé. Tranquilo, estás en buenas manos.

El doctor me quitó las vendas y observó la pierna. Vi cómo Jael hacía una expresión de disgusto y me asusté. Traté de ver algo, pero el corte estaba en la parte trasera. Aun así, pude divisar un negro y quebrado corte sujeto con varios puntos de sutura que asomaba por el lateral.

—No puedo moverla.

—Tenías el tendón cercenado y los músculos han sufrido mucho daño, hemos tenido que suturar. Ha sido una operación complicada, los cortes eran muy irregulares.

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