Recuerdo 9. Un ser inferior

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Mayo, 323 después de la Catástrofe


Llevaba una semana sin poder dejar de pensar en él.

La muerte de Hugh me había afectado apenas dos días. El resto del tiempo me sobrevenían imágenes de Darek en el momento más inesperado. Mientras desayunaba, de pronto recordaba la conversación que habíamos tenido en la tetería. Mientras me cambiaba de ropa, me recreaba en el momento en que estábamos empapados en su habitación y la vergüenza que sentí al verlo desnudo. Cada acción que realizaba me llevaba a recordar algún detalle que había pasado con él, aunque no tuviera conexión alguna, por muy insignificante que fuera ese momento en concreto. No podía evitar aquellos pensamientos, nada conseguía mantener mi atención lo suficiente como para dejar de quedar eclipsado en su recuerdo, o incluso en situaciones imaginarias. Quería volver a verle: estar a su lado me hacía sentir bien. Deseaba impresionarle con mis anécdotas y preguntarle qué había hecho desde la última vez que nos vimos. Y hacerle preguntas personales, conocerle mejor. Todo lo relacionado con él me interesaba. No sabía qué me estaba pasando. O sí, pero prefería el autoengaño.

Incluso aquella mañana, mientras jugábamos a balompié en la clase de gimnasia, me encontraba obnubilado por esos pensamientos. 

Tan distraído que, cuando me quise dar cuenta, Alek se paró a un metro de mí y chutó el balón en dirección a mi cara, dándome de lleno en la nariz.

Lo vi reírse con burla. El impacto había sido tan fuerte que me dejó aturdido, hasta que comencé a notar la sangre resbalándose por entre mis dedos y luego un dolor insoportable.

El entrenador Kurt se acercó a comprobar qué me había pasado y David vino corriendo a preguntarme si estaba bien, aunque se viera claro que no.

—¿Te has hecho daño, Mikhael? —preguntó el entrenador. No le contesté porque mis dedos presionando mi nariz para taponar el chorro de sangre me impedía hablar con claridad, pero me hubiese encantado explicarle que el daño no me lo había hecho yo—. Será mejor que vayas a la enfermería a que te vean eso, no vaya a ser que te hayas roto el tabique y no puedas entrenar más a falta de dos semanas para acabe el curso.

De nuevo quise decirle que, si el tabique se me había roto, no había sido mi culpa.

—Tampoco se notaría si no puede jugar —oí murmurar a Vincent en la distancia; los demás se rieron.

—¿Puedo acompañarle, Kurt? —preguntó David.

—Sí, ve con él, a ver si va a ir tropezándose con las puertas y aún se disloca también una muñeca. Pero no tardes, que el entrenamiento acaba en veinte minutos y os tenéis que duchar antes de iros a clase, que si no luego se me quejan los profesores de que les dejáis el aula oliendo a cuadra.

Mientras decía eso David y yo nos adelantamos en ir a paso rápido a la enfermería.

Cruzamos el patio que compartíamos con la escuela secundaria para mujeres, ambos edificios viejos de ladrillo, y recorrimos los oscuros pasillos de madera hasta llegar a la puerta chirriante de la enfermería. Una pequeña habitación provista de estanterías repletas de útiles médicos desordenados, una camilla con la piel desgastada y un escritorio destartalado. El enfermero no estaba y tuvimos que esperarle.

—Oye, tío, qué mala pata tienes, ¿eh?

—Ha sido Alek —dije con voz nasal, pinzándome el tabique con los dedos.

—Seguro que ha sido sin querer, no le des importancia.

—Lo ha hecho a propósito —insistí. Porque tenía razón. Antes de darle la patada al balón, se había detenido apenas un segundo para mirarme. Era muy consciente de mi posición y estaba seguro que la trayectoria del balón había sido intencionada. 

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