Llevaba una semana viviendo con Jael y todavía me sentía como un invitado molesto. El piso no era muy grande, y a Rebeka no le hacía gracia compartirlo con un extraño. Me habían dejado la habitación de invitados, que tan solo contaba con una cama estrecha y una mesita de noche. Ni siquiera tenía armario y había tenido que dejar mi ropa amontonada en la maleta. Tampoco tenía escritorio y me veía obligado a ocupar la mesa del comedor. Jael me había comprado libros nuevos a pesar de que solo faltaban dos semanas para que se terminara el curso, puesto que los necesitaba para repasar los exámenes finales y también había perdido todos mis apuntes.
Apenas habíamos hablado de lo que había pasado. Cuando me instalé, le expliqué a Jael cómo había muerto nuestro padre y le dije que me sentía responsable. Jael me dio una palmada en la espalda y me dijo: «Tete, ahora ya está, no lo pienses más».
Rebeka trabajaba como enfermera en el hospital y cada semana cambiaba de turno; aquella le tocaba por la tarde, por lo que a las doce del mediodía ya no estaba en casa. Jael tampoco volvería de trabajar hasta las cuatro, y cuando salí ese viernes de clase me encontraba solo. Comí lo que había preparado Rebeka y me puse a estudiar.
Pero no conseguía concentrarme. Me sucedía lo mismo que me había estado sucediendo aquella mañana, y el resto de la semana. El deseo de volver a ver a Darek era demasiado fuerte y mucho más interesante que la trigonometría. Después de haber leído cinco veces el mismo ejercicio y no haberlo entendido por quinta vez, decidí cerrar el libro. Repasé mis opciones. Todavía era temprano, y no me importaba quedarme hasta tarde estudiando si era necesario. Así que guardé mis cosas —Jael me había pedido que no dejara libros por ahí porque a Rebeka le molestaba— y me fui a la iglesia.
No estaba seguro de si Darek podría salir, pero al menos necesitaba verle. Llamé a la puerta de su edificio, dando dos golpes en la aldaba —para llamar al segundo piso—. Cuando me abrió, me inundó el estómago una agradable sensación y no pude evitar una sonrisa. Él también parecía alegrarse de verme.
—¿Qué hay?
—¿Qué haces esta tarde?
—Nada, ¿y tú?
Se encogió de hombros.
Salimos a tomar algo en el mismo sitio que la otra vez. Me contó que estaba practicando la caligrafía y que se había alegrado de que le llamara a la puerta y le hubiera salvado de una tarde aburrida. Que los viernes por la tarde no tenía nada que hacer y solía pasarlos solo en su cuarto distrayéndose con algún libro, que podríamos quedar más a menudo.
—Sí, estaría bien.
Me sentía cortado con él y no era capaz de pensar en qué decirle. Darek debió notarlo ya que, una vez en la mesa, me dijo:
—Estás muy callado.
Me encogí de hombros. Me ponía nervioso solo de pensar en hablarle. No quería decir ninguna estupidez, así que medía mis palabras con sumo cuidado y prefería escucharle.
—¿Sigues afectado por la muerte de tu padre?
Cavilé. Si le contaba la verdad corría el riesgo de parecer insensible.
—No nos llevábamos muy bien —dije en voz baja.
—Esperemos que ahora esté en un lugar mejor.
Yo creía que estaría en el Infierno. Peter había dicho que no pudo salvar su alma.
Hablar de aquello me resultaba incómodo, así que me esforcé en pensar en otro tema de conversación. Aunque con los nervios tenía la mente en blanco.
Justo entonces, entró una chica que distrajo mi atención, ya que creí conocerla. La chica, a su vez, reparó en mí. Era algo mayor que yo, alta y esbelta y una larga melena rubia y serpenteante.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...