David siguió a Erik por el camino largo pero esquivo que lo llevaría al fin a reencontrarse con sus seres queridos. Erik tenía razón, no se encontraba en condiciones de luchar. A cada paso que daba se creía a punto de desfallecer. Extender una pierna y después la otra se convertía en un esfuerzo tortuoso, el cuerpo le pesaba como si arrastrara cadenas en los tobillos. Ahora que empezaba a desaparecer la agitación, o los efectos de la pastilla, le habría sobrevenido el cansancio de dos días sin pegar ojo. Tampoco había comido nada y se sentía mareado, la vista borrosa, la cabeza le daba vueltas. Para animarse a continuar, pensó en Gabrielle.
—¿Has hablado con ella?
—Sí. Te echa de menos. Le he dicho que estabas bien.
—¿Estaba enfadada?
—No, David, está deseando volver a verte.
Al darse cuenta de su extenuación, Erik le cogió del brazo y lo ayudó a caminar.
—Yo también. —Soltó una honda exhalación—. Estoy muy cansado. Solo quiero que esto termine de una maldita vez y echarme a dormir un día entero.
—Ya queda poco. Ahora entraremos en el almacén y saldremos por el Departamento de Investigación, por ahí no nos encontrará nadie...
—¡Eh, vosotros!
Erik se sobresaltó por el susto. Un teniente se acercó a ellos a toda velocidad, con las botas llenas de polvo amarillo y expresión colérica.
—¡¿Qué cojones estás haciendo aquí?! ¿No habéis oído las órdenes?
Se acercó tanto a ellos que casi podían haberse chocado las narices. Ambos lo observaron con perplejidad, incapaces de realizar un solo movimiento.
—¡Subid inmediatamente, los demonios están dentro del pueblo!
—Señor, David no puede seguir, está muy malherido.
—¡Me importa una mierda! Todos los soldados deben salir ahora mismo, la situación es extremadamente crítica. ¡Vamos!
Ante una orden tan imperativa Erik no podía replicar. Sabía que su compañero no estaba en condiciones de luchar y salir vivo de ahí, y aquello le llenaba de rabia e impotencia porque de pronto sintió que aquel iba a ser su final, y quiso negarlo con todas sus fuerzas.
Para su sorpresa, David se separó de él, se incorporó y lo miró a los ojos; no como un amigo mira a otro, sino con su mirada de sargento, cargada de poder y decisión. Y le dijo:
—Solo quedamos nosotros, nadie puede respaldarnos, no tenemos otra alternativa.
Erik se convenció de que tenía razón. Pensó e todos aquellos cuerpos en los pasillos. El Ejército necesitaba a todas sus manos disponibles, en las condiciones que fuera. Era cuestión de luchar o morir en el intento, no quedaba otra.
Subieron junto al teniente lo más rápido que pudieron. En la muralla que rodeaba el núcleo urbano y lo separaba del campo, se apelotonaba el resto del ejército. Habían reforzado la estructura con una barricada de sacos, rocas, troncos y todo lo que pudieron reunir. En la parte baja habían clavado lanzas puntiagudas para dificultar la entrada de los demonios. David y Erik subieron a una de las torres, donde se congregaba la mayoría de los soldados, armados con arcos que apuntaban y disparaban sin descanso.
La excitación corría de nuevo por su cuerpo. Ya no sentía dolor en el brazo, si bien un ligero entumecimiento. Decidió ignorar cualquier signo de debilidad y centró todas sus energías en la estrategia, para lo cual estaba bien preparado. Al incorporarse a la batalla y hacer un rápido análisis de la situación, comenzó a organizar a los sargentos que, al verlo aparecer, acudieron de inmediato en busca de órdenes.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...