Si fuese un perro, habría vuelto a casa con las orejas agachadas y el rabo entre las piernas. No me quedaba más remedio que volver, si no, no habría vuelto a aparecer por allí. Estuve tentado a fingir mi muerte pero, ¿dónde me habría escondido? Habrían acabado dando conmigo, Engelsdorf era un pueblo pequeño.
Tres días fuera de casa, sin dar ninguna explicación, con el susto que se habría llevado mi madre, las discusiones que habrían estallado por mi culpa. Sabía que había hecho mal y me merecía un castigo, si bien no una condena. Por desgracia, Hugh era demasiado irascible y su humor incontrolable, en cualquier momento podía írsele la mano.
En cuanto entré en la cocina, la primera acción de mi madre fue colocar los brazos en jarra.
—¡A ti te parece normal tres días sin aparecer por casa! ¿Se puede saber dónde estabas?
—Es complicado.
—¿Complicado? ¡Serás cara dura! ¡Complicado es llevar tres días sin dormir por tu culpa! ¡Me vas a matar de un disgusto!
—Lo siento —dije cohibido. Lo sentía de verdad. Pero, ¿qué podía decir?
—Ya lo puedes sentir, ya. Maldita sea, Mikhael, es que yo me rindo contigo. ¿Y a los animales quién les da de comer, eh? Me he tenido que encargar yo de la granja mientras tú estabas por ahí haciendo quién sabe qué, bastante tengo ya con frotar vuestra ropa, limpiar toda la casa, preparar la comida... ¿Es que no tienes un poco de miramiento con tus padres, que somos mayores? Sabes que tu padre tiene una hernia y yo estoy mal de las rodillas. ¿No te da vergüenza?
No es que me diera vergüenza, es que de pronto me sentía tan despreciable que quise dejar de existir. Me dolía haber dejado a mi madre sola con todo el trabajo que suponía la granja y teniendo en cuenta su estado de salud; y, aunque me cueste admitirlo, también lo sentía por Hugh. Los dos tenían casi setenta años, que, para quienes se han dedicado toda la vida al campo, representaba una edad avanzada. Quería ayudarles en todo lo que pudiera, en especial a mi madre, pero les había fallado. Me sentía culpable por haber dormido por primera vez con Darek, por haberle pedido a mi hermano que me cobijara, y por haber descansado en un colchón de verdad en casa de David mientras mi madre se rompía la espalda haciendo sobreesfuerzos que no le correspondían, que eran mi responsabilidad.
Pero no me atreví a decir nada. No había aceptado mis disculpas y sentía que cualquier cosa que le dijera empeoraría la situación. Me quedé callado un rato, mirando al suelo, hasta que mi madre desistió y siguió con sus quehaceres en la cocina.
Salí de allí y me dirigí a mi cuarto.
Los disgustos no se habían terminado.
Cuando doblé el pasillo y fui a entrar en mi habitación... La puerta estaba arrancada. En el marco todavía colgaban las bisagras, que pendían de un trozo de madera astillado. Con el corazón en el estómago, entré. Tuve un pequeño ataque de pánico cuando vi mi escritorio vacío. Todos mis apuntes, que tanto esfuerzo y horas de sacrificio me costaron, habían desaparecido.
Entré en mi habitación, rebusqué desesperado en todos los cajones, miré en la estantería y me di cuenta de otra cosa: mis libros tampoco estaban.
Lleno de rabia, los pensamientos se me agolparon. El corazón me latía tan fuerte que dolía. Esque estaba claro quién había sido: el mismo que había reventado la puerta. Tuve que detenerme un momento para tranquilizarme. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Enfrentarme a Hugh y arriesgarme a morir de verdad? ¿O a que me echaran de casa?
Me senté en la cama, impotente.
Entonces noté el olor a humo.
Se me pasó por la cabeza que habría quemado todos mis libros y apuntes. Hugh no soportaba que perdiera el tiempo en mis estudios, para él era más importante que me dedicara en exclusiva a la granja. Mientras había estado encargándome de mis labores, levantándome a las cinco de la mañana para dar de comer a todos y cada uno de los animales, cambiarles el agua y limpiar las cuadras, me había dejado tranquilo. Pero tras desaparecer durante tres días y abandonar mis responsabilidades, se me había terminado el derecho a tener vida propia.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...