Recuerdo 13. La puerta

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Después de haberme pasado toda la noche llorando, acudir a la misa de las once no estaba pagado. Me despertó Jael dando fuertes golpes en la puerta.

—Levántate, ha venido David. —Escuché a través de ella.

Me costó despejarme y darme cuenta de dónde estaba, y me encontré tendido junto a Vanda. Ella se desperezó antes que yo, quitándose las mantas con un aspaviento y bufando una y otra vez.

Se vistió rápidamente, se arregló el pelo con las manos y salió del cuarto.

—¿Tienes un cigarro? —la oí preguntando a mi hermano, con la voz ronca y tono autoritario.

Si no hubiese estado tan aturdido me habría sorprendido su osadía. Salí de la cama y fui a ver qué quería David. Lo encontré con Gabrielle y una expresión de inmensa alegría.

—Tío, nos vamos a misa —dijo con una sonrisa que quería decir muchas cosas.

—Pues muy bien. ¿Para eso me despiertas?

—Digo que vamos los tres a misa, caraculo.

—Ah. —Todavía estaba medio dormido y tenía la mente embotada—. ¿Es preciso?

—Sí, venga, que tenemos que contarte algo.

Bufé. No me apetecía nada ir a misa después de haber pasado media noche sin dormir, pero sentía curiosidad por saber de qué habían hablado la noche anterior y cómo habían llegado a juntarse, porque, después de lo mal que había quedado David con Gabrielle, estaba claro que ya habían arreglado ese asunto.

—Oye, ¿no me presentas? —dijo Vanda de pronto, con tono molesto como si me hubiese olvidado de ella. Se encontraba fumando junto a mi hermano de cara a la ventana. Me pareció extraña su petición, pero estaba demasiado amodorrado para hacerme preguntas.

—Encantado, yo soy David Schwarzschild —se adelantó mi amigo, en tono cortés, acercándose a ella y extendiéndole la mano. Vanda recibió su apretón con una delicadeza que no había visto antes en ella.

—Vanda Novak, mucho gusto.

—Y a mí ya me conoces —dijo Gabrielle, encogiéndose de hombros y mostrándole una sonrisa amigable. Entonces pareció ocurrírsele algo, me dio un rápido vistazo y la volvió a mirar a ella—. ¿Estáis...?

—No —dije en seguida.

David también me miró sorprendido y mi hermano se rió por lo bajo sin mucho disimulo.

—¿Y qué hicisteis anoche, charlar? —preguntó Jael, como si hubiera olvidado por completo la conversación que tuvimos la noche anterior, y aunque me avergonzaba que se malentendiera la situación, en el fondo sentía alivio.

—Mikhael es un caballero —dijo Vanda, con un fugaz guiño en el ojo, y le agradecí en mi fuero interno que me salvara del aprieto.

Jael se rió con más fuerza.

—Venga, que os aproveche la misa. Piraos antes de que vuelva Rebeka.

Salimos los cuatro y Vanda se fue a su casa: ella no quería saber nada de la iglesia. Se despidió dándome un beso en la mejilla. «Espero que volvamos a vernos». Cuando desapareció por un callejón, mis amigos me miraron con suspicacia. Los ignoré y caminé hacia la iglesia.

—Mik —me llamó Gabrielle y me alcanzó—. ¿Qué ha pasado entre tú y Vanda?

—Nada, en serio. Nos quedamos solos y, como hacía frío, fuimos a mi cuarto a charlar.

—Pues parecía que había mucha confianza entre vosotros —dijo David con tono burlón—. Y tú sueles ser más reservado con la gente. Nunca te había visto con esa chica antes.

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