Enero, 342 después de la CatástrofeAcordamos —ellos acordaron; Elena y yo nos conformamos— que la fecha de la boda sería en septiembre, después del nombramiento. Necesitábamos como mínimo seis meses para instruirme. Me ponía nervioso tener que esperar tanto tiempo. Vanda daría a luz en agosto, si no antes, y necesitábamos un plan, algo seguro. El dinero no me podía durar más de tres o cuatro meses.
Tuve que aceptar algunas condiciones, por ejemplo, cortarme el pelo. También acepté acompañarlos a misa todos los domingos, a vestir de forma adecuada y a cuidar mis modales. Me ofendió esto último, pero en el fondo tenían razón. No era algo que pudiese aprender con una lección rápida, sino a través de años adaptándome a tratar con aquella parte de la sociedad. Desde niño había aprendido algunas sutilezas al pasar tiempo con la familia Schwarzschild, pero debía "pulirme" un poco, como Eden había dicho. De modo que, cada día, después de que el secretario de Christopher me enseñara cómo funcionaba la alcaldía, el ama de llaves me instruía sobre el protocolo en algunas situaciones sociales a las que me podría enfrentar.
También me hicieron prometer que dedicaría una parte suficiente de la dote de Elena a construir una casa decente, echando abajo la especie de piedras amontonadas que tenía por morada —por mí, encantado— y edificando un hogar más adecuado para nuestro matrimonio.
Con la excusa de comprar un atuendo adecuado para la misa, fui a visitar a Albrecht. Estaba emocionado por contarle la noticia.
Cuando entré en la tienda, él ya lo sabía. Nada más verme se acercó y, lleno de ilusión, me sostuvo las manos entre las suyas con fuerza y luego me hizo entrar a la casa para que le contara todos los detalles.
—Nada más enterarnos, Angelika y yo lo hemos celebrado. Habíamos pensado visitarte en breves, qué bien que hayas venido. Cuenta, ¿cómo ha sido? Elena parece una chica muy espabilada, estoy seguro de que seréis muy felices juntos.
—Todavía faltan nueve meses —dije, divertido al verlo tan emocionado—. No lo celebremos tan pronto.
—Merece toda nuestra celebración. Ay, cuando te conocí eras un pobre chico asustado, si apenas tenías un techo. Y con todo el tema de tu hermano... En fin, eso es agua pasada. Mírate, ahora eres un hombre hecho y derecho. La verdad, nunca creí que llegaras a casarte. Y nada menos que con Elena Fürst. Son personas muy corteses, estoy seguro de que harás buenas migas con la familia.
—Parecen buena gente. Y Elena es un genio, me alegra haberla conocido.
—Por supuesto que sí. Cuéntame más sobre vuestra relación. Tengo entendido que ella también es una gran artista.
Le comenté lo que sabía de ella, le hablé de lo que me había enseñado: sobre sus pinturas de estudio científico del color, sobre sus poemas y los dibujos cinéticos, de su inteligencia. Cuanto más le hablaba de Elena, más convencido estaba de querer casarme con ella.
Albrecht preguntaba con curiosidad y era fácil abrirse con él. Estuvimos hablando durante un buen rato, fumando y tomando té con pastas en su salón. Le hablé de mis inseguridades con el matrimonio y me dio algunos consejos. Siempre he creído que sabía de mi condición, aunque ninguno de los dos lo comentara abiertamente.
—El matrimonio es permanente —dijo—. Por tanto, uno no debe casarse por interés, ni por obligación, y la persona con la que escojas seguir tu camino debe proporcionarte paz, debe ser alguien con quien con quien puedas compartir el respeto y el aprecio. Eso es lo más importante.
—Gracias, Albrecht, valoro mucho tus consejos, ten por seguro que los tendré en cuenta.
—No los necesitas —dijo dándome una palmadita en la mano—. Tú ya sabes quién eres y qué es lo que debes hacer. Pero soy un viejo charlatán y adoro que me escuches. Por cierto, habías venido por un traje, no quiero hacerte perder toda la mañana. Pero, espera un segundo. —Albrecht echó mano al bolsillo de su abrigo, que colgaba del respaldo de la silla. Lo miré extrañado mientras sacaba su cartera y me dejaba un billete de banco debajo de la taza. Quedé desconcertado.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...