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Ubicación: Segunda temporada, entre capítulo 8 y 9

No pasó mucho tiempo desde su conversación con Lance para que Keith decidiera abandonar la soledad de su escondite en búsqueda de la ayuda médica que requerían sus heridas.

A pesar del apoyo incondicional que le demostró el paladín azul, Keith no pudo evitar que su mente cayera en un remolino de pensamientos sobre la dualidad de su situación. Eso mantuvo gran parte de su atención, ya que, sin darse cuenta, terminó chocando con la pequeña paladín verde en el pasillo hacia la enfermería.

–Hey –soltó ella automáticamente al percatarse de quien se trataba.

–Hey –respondió él por igual con algo de sorpresa.

Por unos breves segundos, ambos permanecieron en silencio, con los pies clavos en el piso y evitando a toda costa cruzar miradas. Una extraña tensión se apoderó del corredor haciendo difícil el mutismo de ambos.

–Eso no se ve bien –finalmente soltó Pidge señalando el brazo de Keith. Quien, sin su chamarra, dejaba al descubierto su brazo amoreteado.

–En realidad iba a la enfermería a revisarlo – dijo él casi como autómata.

–Yo voy al hangar tres.

–Entonces, vamos en la misma dirección.

–Eso parece.

De nuevo guardaron silencio por unos segundos antes de retomar juntos su camino. Keith y Pidge marcharon par a la par, hombro con hombro, sin decir palabra alguna; solo en pequeñas ocasiones se lanzaron mutuamente alguna que otra mirada evasiva.

Y hubieran continuado así todo el recorrido si no fuera por la última vez que los ojos escurridizos de la joven paladín, fueron captados en acción por Keith

–¿Qué? –le preguntó éste.

–Estoy tratando... –musitó ella sujetándose su barbilla entre sus dedos y entornando la mirada en la dirección de Keith.

–¿Eh?

–Dime –dijo finalmente Pidge con una larga pausa –. ¿Qué tamaño son tus colmillos?

–¿Qué? –soltó Keith deteniéndose de golpe.

–¿Oculta más pelo bajo tu ropa? –dijo la paladín más efusiva, llevando sus manos al borde de la camisa del paladín rojo en un intento de levantarla.

–¡Pidge! –le gritó él sonrojado deteniéndola a tiempo.

–¿Has sentido últimamente la necesidad... de no sé... conquistar la galaxia?

–¡¿Es esto una broma?! –bramó Keith perdiendo la paciencia.

Por uno segundo pensó que su exabrupto había sido exagerado al ver la reacción pasmada de la joven paladín, pero pronto ésta se recuperó y dijo:

–Tienes que admitir que eres un caso peculiar...

–¿Peculiar? –soltó Keith sorprendido al principio–. Peculiar sería que me gustara las papas fritas con mermelada de fresa, no ser parte humano y parte extraterrestre de una raza homicida que ha causado caos y muerte por la galaxia –agregó alzando si voz gradualmente.

–Lo dices como si lo seres humanos no fuéramos capaces de causar la misma destrucción –comentó Pidge con ironía –. Debo recordarte las tres guerras mundiales.

–Esto no es clase de historia.

–Tampoco anatomía –respondió ella provocando de nuevo otro sonrojo en las mejillas de Keith –. No es como si te fuera a diseccionar.

–Entonces porque insistes tanto.

–¡Porqué necesito entender! –bramó ella vehemente sacudiendo sus manos frente su rostro –. Keith no soy del tipo de persona que guste mantener las cosas en el misterio. Creí que ya era obvio –agregó ofendida.

–Tal vez no todos queremos saber –dijo Keith con dureza cruzando sus brazos sobre su pecho, y desviando su mirada –, yo no quería saber.

Keith no deseaba entender. Solo quería... aunque fuera un momento... un diminuto segundo, las cosas fueran como un día atrás. Donde ese gran misterio lo seguía siendo.

–Claro que querías saber –musitó Pidge indignada encarándolo –, solo que no te gustó la respuesta –la joven paladín se impusó ante él a pesar de su corta estatura –. Al final la curiosidad no tiene nada de malo.

Y aunque le doliera admitirlo, Pidge tenía razón. Por mucho tiempo, Keith siempre quiso saber las coas anormales de su familia, los secretos de su padre o quien era su madre. Aún no tenía ninguna respuesta de eso, pero se engañaría a sí mismo si digiera que nunca tuvo la curiosidad de su origen, de porque era diferente a todos los demás durante su crecimiento.

–Si te soy sincera –dijo Pidge sacándolo de sus pensamientos –, la verdad, no me importa que seas parte galra Keith.

–¿Qué? –soltó él sin darle crédito a sus oídos –. ¡¿Cómo puede ser eso posible?! ¡Ellos secuestraron a tu padre y hermano! ¡Torturaron a Shiro...!

–Ellos los hicieron, no tú –lo cortó la paladín tomándolo de sus manos para detener su rabieta –. Sus acciones no son tuyas. Y tú y Shiro lo vieron de primera mano, no todos los galra son así –agregó –, y por tu daga, es obvio uno de ellos es parte importante de tu vida.

Keith no podía creerlo. Primero Lance y ahora Pidge... ¿realmente no les importaba su origen? ¿Era eso verdadero amor incondicional?

Pero antes de que Keith continuara preguntándose, Pidge agregó:

–Yo no veo nada malo en eso. Es incluso... interesante.

Una leve sonrisa pícara se dibujó en sus labios que provocó que le corazón de Keith latiera con fuerza.

–¿P-por... qué quieres saberlo? –le preguntó él tragando saliva.

–Porque se trata de ti.

Keith ya no supo que más pensar, un sentimiento cálido en su pecho se había apoderado de él por completo y por un instante consiguió lo que deseaba: todo se sentía justo como el día anterior.

–Vamos, te acompaño a la enfermería –le dijo Pidge arrasándolo por el corredor –. Es probable que si te dejo solo con las maquinas, las descompongas.

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