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Tiempo: Temp 2. Cap. 3

La verdad sobre los paladines originales, así como la existencia de una conexión entre el león negro y Zarkon, era algo que Shiro no podía quitarse de la cabeza tan sencillamente, en realidad, hasta lo atormentaba.

Intentó tomar una siesta en lo que llegaban a las coordenadas ocultas en su brazo bonico, pero ni siquiera en la tranquilidad de su habitación logró quitarse tal martirio de la cabeza.

Era lógico su sufrimiento y preocupación, al final de cuentas estaba negándose algo que deseaba con todo su corazón con tal de protegerlo de Zarkon y su guerra. Pero en cambio, la misma cabeza de Voltron podía traicionarlo en el momento más crítico y entregar en bandeja de plata a sus compañeros paladines.

Ante aquella posibilidad, Shiro no consiguió permanecer ni un segundo más atrapado entre las cuatro paredes de su habitación. Podía sentir que se asfixiaba, similar a cuando permaneció encerrado en su celda durante su año de cautiverio.

Marchó por los pasillos del castillo mientras un chirrido taladraba sus oídos y en su mente se repetía una y otra vez la voz de Zarkon, recordándole quien realmente comandaba al león negro.

Su caminata sonámbula lo llevó hasta el observatorio del castillo, una de las salas más aisladas y rara vez visitada. Era una larga y oscura habitación, sin ningún tipo de decoración, con excepción del gran mirador que cubría gran parte del muro exterior. Shiro frotó su frente contra el cristal frio de éste ventanal que lo separaba de la infinidad del espacio, tratando de mitigar su malestar y la voz de Allura confirmando sus temores.

Pero su mente no paraba, bombardeándole imágenes espantosas de los terribles actos que presenció y efectuó como gladiador. Los gritos del público que observaba sus batallas retumbaban en sus oídos como si estuvieran presentes, mientras la voz de Zarkon sobresalía de todo helándole la sangre.

Shiro soltó un alarido desgarrador golpeando el cristal que soportó por milagro la fuerza de su brazo robótico. Con la respiración entrecortada y con un terrible dolor de cabeza, el paladín negro continuó recargado contra el vidrio tratando de encontrar orden en sus pensamientos, en lo que el universo lo consolaba con su desgarrador silencio.

No supo cuanto tiempo permaneció de esa manera, pero finalmente regresó a la realidad cuando una suave voz lo llamó desde la puerta:

–¿Shiro? –dijo Lance tímidamente adentrándose en la oscuridad de la habitación –. Perdón por molestarte, pero Allura me pidió... ¿te encuentras bien? –agregó ante la penosa posición de su líder y su triste expresión.

–Allura ¿qué? –mustió Shiro con debilidad tratando de recobrar la compostura. De un solo movimiento de su mano apartó el sudor de la frente, y con un esfuerzo descomunal logró alzarse recio como si nada hubiera pasado –. ¿Qué necesita?

–Me pidió venir a buscarte. Estamos por llegar a las coordenadas que encontró Pidge.

–¿Por qué no uso los altavoces? –preguntó Shiro.

– Creo... que no se sentía cómoda para molestarte –explicó Lance rascando su nuca.

En otras palabras, alguien más a parte de él, se sentía mal después de todo lo sucedido. Si Shiro fuera un desalmado sin corazón, tal vez encontraría placer de la incomodidad de la princesa. Aún así no hizo comentario alguno de ello.

–Gracias, Lance. Iré de inmediato –respondió esforzándose por sonreír, pero en cambio recibió una mirada angustiado del joven paladín.

–Shiro ¿Estás bien? –insistió.

Hilos de TelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora