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En una de las habitaciones del castillo de los leones, cubierto por las luces tenues del cuarto y las sombras del espacio exterior que se colaban por el ventanal protector de la nave, Shiro yacía junto dura pared de metal, perdido en sus pensamientos y recuerdos.

Recuerdos de tan solo unas horas atrás, cuando aún permanecían en la base minera y habían logrado recuperarla de la invasión galra. Era aún perceptible para el paladín negro el temblor de su puño robótico ante los golpes masivos que dio contra la impenetrable puerta del CeCoA.

–¡Pidge! –gritó una y otra vez con fuerza hasta desgarrar su garganta, en un intento en vano de obtener respuesta de la joven paladín verde por el comunicador –. ¡Katy!

Sus puños golpearon una y otra vez, metal contra metal, carne contra metal, provocando que horas después aún le dolían los nudillos, pero en aquel momento cualquier dolor pasaba en segundo plano con tal del bienestar de Pidge.

–¡Shiro! –lo llamó Allura trayendo su atención al otro lado del corredor. La consternación estaba escrita por todo el rostro de la princesa, pero su cuerpo indicaba algo más importante –. ¡El láser!

El paladín no requirió que dijera más.

Vaya ironía de la vida; justamente los héroes terminaron usando la misma máquina que unos minutos antes hizo peligrar la vida de Pidge justamente para salvarla.

Les costó unos segundos ponerla en posición y activarla, pero Vrindan resultó de utilidad para ello al conocer algo de mecánica en tecnología galra. Y descubrieron que los enemigos realmente estuvieron muy cerca de llevar a cabo su objetivo, porque solo requirieron unos minutos más para terminar el trabajo y lograr que la puerta finalmente cediera.

–¡Pidge! –gritó de nuevo el paladín con desesperación lanzándose por el orificio de metal derretido y circuitos que había proporcionada el láser. La sala de control estaba en oscuridad con excepción de la prominente luz que provenía de los múltiples monitores que cubrían la mayor parte de la pared abovedada.

Casi todas esas pantallas informaban que finalmente el sistema se había activado en su totalidad y todas sus funciones estaban listas para ser usadas. Un logró más a manos de la joven paladín que yacía inmóvil en el centro de aquella sala, postrada en la silla de mando al centro de la misma.

–¡Pidge! –repitió Shiro una vez más en lo que posó su mano sobre el hombro de ésta –. Pidge.

–Shiro – una suave pero rasposa voz sacó al paladín de sus profundos pensamientos trayéndolo de nuevo a la realidad.

En algún momento, sumergido en sus recuerdos, las palabras habían salido de sus labios por inercia y despertado a la chica que reposaba en su cama.

Pidge volvió levente su rostro hacia él, tan lentamente, como si requiriera de todas sus fuerzas para lograrlo. Su rostro estaba más pálido de lo habitual, y su mirada entrecerrada dejaba muy poco de sus ojos a la vista.

–Hey –la saludó Shiro recargándose contra la orilla de la cama –. Finalmente, despiertas –dijo con una débil sonrisa que denotaba la gran alegría que afloraba en su pecho –. Vaya que nos distes un susto.

La paladín continuaba adormecida, por lo que tardó en preguntar:

–¿Qué sucedió?

–Lo lograste –respondió Shiro apartando suavemente lo mechones de su rostro –, activaste el CeCoA. Detuvimos al general Thogo y sus fuerzas.

–No recuerdo nada de eso –soltó Pidge con voz cansada, pero con una picara sonrisa en sus labios –, pero quien soy yo para dudar de mi genialidad.

Hilos de TelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora