Capítulo 37

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Desconocido.

La oscuridad me acompaña y es mi aliada mientras observo a ese idiota. Está atado en una silla de madera; no sé si sigue respirando, ya que no me he tomado la molestia de averiguarlo; no me interesa en lo absoluto; de hecho, nos haría un verdadero favor al mundo si desaparece de una buena vez. Sin embargo, estoy aquí, perdiendo mi tiempo y vigilándolo, porque este psicópata es un dolor de cabeza cuando no consigue lo que quiere; cuando pierde, no me quiero ni imaginar su berrinche, y no es que me interese. Al contrario, ahora tengo una placentera satisfacción por haberle ganado en el enfrentamiento que tuvimos en el hospital y estoy ansioso por restregárselo en la cara.

Era más que obvio que el que saldría victorioso sería yo. No hay comparación y sería una ofensa muy grande si alguien creyó lo contrario. Ese viejo que estaba frente a mí no era nada a mi lado, aunque él piense que me equivoco; es la verdad. Me dio hasta gracia ver cómo él creía que su mediocre plan iba a resultar. Lo que no ha entendido es que yo siempre le llevaré ventaja en este juego, porque cuando él apenas comienza, yo ya lo hice tres veces y me sé de memoria el camino que recorrió. Ya era hora que alguien le bajara esos humitos de superioridad que tiene. Continuando, lo tengo retenido por la simple razón de que si lo suelto irá en contra de mi mujer como hace unas horas y, como ya saben, no lo puedo permitir.

Cuando despierte, si es que lo hace, no estará tan feliz y se desquitará con todos; puede hacerlo y descargar su ira con quien se le de la maldita gana, menos con mi pelirroja, porque si vuelve a repetir una estupidez como la de hace unas horas, la próxima vez no seré tan bondadoso y me aseguraré de que ya no le robe el oxígeno a quienes sí lo merecemos.

—¡Abre la maldita puerta de una buena vez! —escucho claramente los chillidos que vienen de la entrada del sótano, que es donde estoy ahora mismo. Finjo que no están ahí, que no han estado molestándome todo este tiempo. (No han dejado de fastidiarme desde que traje al moribundo que está conmigo).

—Señor....

—Ni siquiera termines lo que vas a decir y borra de tu mente lo que pretendes —le ordeno a mi mano derecha que no sé desde cuando se ha vuelto una "buena persona"—No estoy de humor para tus obras de caridad; quédate donde estás y da gracias que estás aquí.

—Necesita ayuda, ¿no ve lo mal que está? Hay que llevarlo al hospital o podría... —mira a la persona que sigue inconsciente en la silla.

—¿Morir? —inquiero— Si te deja más tranquilo, eso no pasará, sería muy sencillo y mi intención no es esa, lo sabes bien... No dejaré que muera, porque la muerte sin dolor es una bendición que él no merece.

—Permítame llevarlo al hospital... —levanto mi mano para que se calle.

—No seas impaciente, yerba mala nunca muere. Este idiota es el claro ejemplo de ello—hago un gesto con la cabeza para que mire al monstruo que está atado como un animal; eso es lo que se merece.

Tiene la cabeza hacia atrás, su cuello extendido y todo su cuerpo está recargado en la silla. En vez de dar sus últimos respiros (como me gustaría) parece que está tomando una larga siesta; su pecho ya comienza a subir y bajar lentamente, su boca está entre abierta como si no pudiera respirar por la nariz, su entrecejo está ligeramente fruncido por la luz que le da directamente y sus ojos los aprieta queriendo despertar.

—Hijo de puta... —su voz sale ronca y trata de incorporarse, pero la soga no se lo permite. Solo logra escupir una combinación de sangre y saliva; desde que sale de su boca provoca que mi mano derecha se aleje por el asco que le genera; no lo culpo; cualquiera que viera a este idiota haría lo mismo —maldito bastardo.

—No pierdas los minutos que te quedan, viejito —le recomiendo—. Aún te necesito vivo.

—Suéltame —me ordena como si él tuviera ese derecho.

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⏰ Última actualización: Aug 15 ⏰

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