Capítulo 8

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Salí del gimnasio después de terminar mi rutina, las calles estaban en completa oscuridad, ningún auto cerca ni ninguna persona, o eso creí. Dirigí mi vista hacia el frente del edificio donde estaba un hombre vestido completamente de negro, aunque la capucha de su sudadera le cubría el rostro. Sabía que estaba mirando hacia mi dirección. ¿Tal vez me equivocaba? Seguí mi camino sujetando con fuerza la correa de mi mochila, entonces, después de caminar por un rato, escuché:

Pasos.

Me detuve en seco, giré y lo vi. Él estaba de pie a unos cuantos metros de mí, era el mismo hombre, lo sabía porque llevaba la misma ropa. Mi corazón se empezó a acelerar cuando él empezó a dar pequeños pasos hacia mí.

—Hayley—susurró.

Sabía perfectamente que era él o ella, me había seguido de nuevo. No pude reconocer su voz, como la última vez parecía, ¿distorsionada? ¿Cómo era eso posible? Me di la vuelta de inmediato y comencé a correr sin dirección, escuchaba sus pisadas detrás de mí, miré de reojo sin detenerme y lo confirmé.

Me tuve que detener para tomar aire, puse mi mano en un árbol para sostenerme, porque me sentía débil. Dejé mi mochila en el suelo, busqué mi teléfono y cuando estaba por llamar, escuché un ruido detrás de mí.

Volteé y ahí estaba él. Dió un paso y yo retrocedí tropezándome con algo, intenté levantarme en seguida, pero mi tobillo empezó a doler. ¿Por qué me pasaba esto ahora?

—Tienes que alejarte de él, Hayley—se acercó más—. Si no lo haces, te arrepentirás.

Levanté la vista y noté que sus manos estaban manchadas de sangre.

—No te acerques—me arrastré como pude lejos de él, lágrimas salían de mis ojos por sí solas.

—Tú y yo no somos tan diferentes como crees. Hayley

—Te equivocas.

—¿Está segura? — Miró mi ropa, me paralicé cuando vi que estaba llena de sangre, al igual que mis manos.

—Esto no está pasando —murmuré para mí misma sin dejar de llorar.

—Ambos queremos lo mismo. Hayley

Abrí los ojos de golpe—Solo era una pesadilla— me repetí varias veces. Mi respiración estaba agitada y los latidos de mi corazón acelerados, me pasé una mano por el rostro.

Había pasado más de una semana que recibí el sobre y desde entonces no había dejado de pensar en eso y lo peor de todo era que había tenido constantes pesadillas sobre el desconocido.

Mis ojos viajaron por toda mi habitación y se detuvieron en las puertas corredizas del balcón que estaban casi cubiertas por las persianas. En la parte donde las persianas no cubrían, rayos de sol entraban iluminando.

Miré el reloj que estaba en el buró junto a mi cama, el cual marcaba las siete y cuarenta, y quité las sábanas. Salí hacia la habitación de Emma, vi que aún seguía durmiendo pacíficamente, así que le lancé una almohada para que se despertara.

—Emma, es tarde—la moví.

—¿Qué hora es?

—ocho y media—una pequeña mentira no le haría mal.

Salió de la cama en cuanto dije lo último—Mi alarma no sonó—se colocó sus gafas—. ¿Me podrías pasar mis lentes de contacto? Están en el escritorio.

Emma utilizaba gafas desde que era pequeña, pero siempre lo había ocultado porque, según ella, la hacían ver fea, cosa que era mentira. No dejaba que nadie, excepto los que éramos muy cercanos (su familia, la mía y yo), la viéramos con ellas. Incluso las había cambiado constantemente, pero aun así no se atrevía a salir a la calle.

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