X Damián.
Coloco una mano bajo mi mentón, pensando en algún otro nombre. Aunque solo imagino uno que podría quedarle. ¿Puedo ser capaz de utilizarlo y pronunciarlo luego de tantos años?
—Señor, no hace falta un nombre —enfatiza.
Casi siento un vuelco en el estómago cada vez que está chica me llama señor.
En rasgos físicos, me recuerda demasiado a Anya. Antes lo único que quería lograr era que ella me tratara con el respeto que creía merecer, ahora es una tortura que alguien con algunos de sus rasgos me trate de tal manera.
—No me gusta tener que usar un código. Así que creo que te llamaré An...
—¿Cómo la llamarás? —cuestiona una voz, interrumpiendo nuestra charla.
Me volteo completamente sorprendido. Sé de quién se trata, lo vuelvo a comprobar al ver sus ojos.
—¿Madre? ¿Qué haces aquí?
La sonrisa no desaparece de su rostro, permanece por unos segundos, hasta que cambia su expresión a una de mayor seriedad.
—Es que acaso, ¿No te alegra ver a tu madre en este lugar?
—Claro que sí, pero es demasiado sorpresivo.
—No podía dejar pasar este día sin venirte a visitar —aclara, se acerca hasta estrecharme entre sus brazos.
Me susurra que está orgullosa de mí, unos segundos después se aparta y dirige la mirada hacia atrás, notando de nuevo la presencia de la chica.
—Así que... —habla, de nuevo—, tienes una nueva integrante en tu equipo.
Me volteo para verla, ella le hace un saludo. Mi madre le regala una pequeña sonrisa como contestación. Después se vuelve de nuevo hacia mí:
—¿Vas a aceptarla en tu equipo?
—Sí madre. Estaba decidido así que obedeceré.
—Sabes que no es necesario, ya tienes a las personas que necesitas.
—Es una decisión propia —contesto, volviéndome hacia ella.
Quizás me siento culpable, tal vez esto se trata de un cargo de conciencia de no haber ayudado cuando pude a quien debía.
—Por mi parte, no estoy tan feliz que digamos. Rechazo la idea de que mujeres formen parte del ejército. Se lo he dicho a tu padre pero rechaza mi propuesta.
—Tranquila madre. Hay un código de ética y lo sabes muy bien.
El código consiste en que el personal militar no se puede involucrar con el mismo personal. Si algo así sucede se estaría incurriendo en una grave falta que puede tener encarcelamiento de por medio.
—Sí lo sé. Tienes razón.
—¿Te quedas a cenar esta noche con nosotros?
—No puedo, quedé con los Blackbell. Ahora que su hija se encuentra en otro país se sienten muy solos.
—Está bien madre —respondo, sentándome a la orilla de una fuente.
Ella se sienta también, poniendo una de sus manos en mi rodilla.
—¿Sabes que me encantaría que ambas familias fuéramos una sola algún día?
—Lo sé.
Doy un suspiro, sin voltear a verla. Sé que es parte de su anhelo, pero yo...
–No dejes que se te haga muy tarde. La vida no da muchas oportunidades —aconseja.
Me quedo unos momentos en silencio. Ella da un apretón en mi rodilla como despedida. Después de eso se levanta y se aleja de mí. Siempre luce muy elegante y segura de sí misma. Una persona que siempre piensa en lo que más conviene antes que todo, al igual que mi padre y mis hermanos. ¿Por qué yo soy diferente a ellos? A pesar de que lo he intentado simplemente no puedo ser igual.