Damián.
Ambos parecen dudar un momento acerca de la respuesta a la pregunta que les he hecho. Por un momento aunque aún no sé porqué siento como si el tiempo no hubiera pasado. Me veo a mí y a Anya sentados frente al escritorio del profesor Henderson. No sé cómo he podido lograr sobrevivir tantos años sin ella.
—No —responde el profesor Henderson. Aparta la mirada de mí, centrandola en los documentos—. Tu acompañante me preguntó que contenían estos archivos.
—¿Se lo has dicho? —cuestiono, bajando el tono de voz.
—¿Sobre que buscas a tu compañera desaparecida? Sí.
—Entiendo. Lo visitaremos otro día profesor —murmuro, centrando la mirada en la chica de ojos verdes—. Por hoy nos retiramos.
No sé por qué siento la necesidad de huir, quizás porque es la primera vez que tocamos el tema en frente de alguien. Aún así es amable al decirme que vuelva a visitarlo pronto.
Quizás es que lo último que quiero es verme vulnerable.
—¿Seguirá buscándola? Señor.
Detengo mis pasos al escuchar su voz, no esperaba que preguntara algo así.
—Hasta el día que deje de respirar —afirmo, retomando mis pasos.
—¿Cómo era ella? —cuestiona, siguiéndome de cerca.
Pienso un momento en si responderle o no, pero al final termino cediendo.
—Violenta, daba una terrible primera impresión. Nunca sabía cuándo callarse. Se entrometía en lo que no le importaba. Tenía una habilidad innata para meterse en problemas. Presumía de muchas cosas falsas para llamar la atención. Era directa y nada cordial. Siempre llevaba ropa de talla más grande y un peinado que le hacía parecer tener cuernos.
—La describe como una persona odiosa.
—Y lo era. Aún así no podía evitar tenerle aprecio.
Era más que aprecio en realidad. No ha habido un solo día de mi vida en el cual dejé de pensar en ella y es horrible extrañar a alguien. Piensas que quizás hoy o mañana será el día del reencuentro reencuentro tanto esperas, pero eso nunca sucede. Sólo hace que otra pequeña nueva herida se marque en el corazón.
—¿Por qué no ha dejado de buscarla durante tantos años?
—No sé. Quizás sienta culpa o quizás necesito un motivo al cuál culpar para justificar mis malas acciones.
—Usted no es una mala persona, señor.
—Por favor, deja de repetir lo que mis subordinados dicen —farfullo, con ironía—. Sólo mírame. Con sólo saber mi historial te darías cuenta que no soy una buena persona.
—No hay ninguna muerte. Lo he revisado.
—Entonces has de pensar que somos débiles. También revisé tu historial.
—No pensaría eso de ustedes.
—Dejrmos de hablar de esto —propongo, una vez que entramos a mi auto—. Vamos a hacer unas compras.
—¿Compras?
—Claro. Partiremos a conquistar una nueva ciudad al amanecer, debemos llevar provisiones. ¿Creías acaso que teníamos una cocinera a nuestro servicio?
—No señor. Sólo parece poco común que usted mismo se encargue de las compras.
—Lo es, pero honestamente prefiero esto a estar lo que resta del día sentado detrás de un escritorio —aclaro, conduciendo hacia la mansión. No debe haber nadie de mi familia, sólo sirvientes.