—Oye Damián, ¿podré ir a jugar a tu casa algún día?
Es la... no sé, ¿milésima vez que pregunta lo mismo?
En realidad no sé para qué quiere ir a casa. Allí no habría nadie, además de mis sirvientes y yo.
No creo que quiera ir para comer algo rico, la vida de plebeya ha de ser muy dura de sobrellevar. Sin embargo no puedo ir por ahí compadeciendome de todo mundo. Aún así...
—Sí, sí. Prometo que algún día te llevaré a mi casa.
—¿De verdad Damián?
Sus ojos verdes se iluminan. ¿Es que acaso es tarada? Le he dicho que sí. Entonces ¿por qué quiere que se lo reafirme?
—¡Ya te dije que sí, ahora déjame en paz! —Grito, guardando las manos en mis bolsillos.
Sé que me alejo a toda prisa de ella, pero antes de entrar a la academia volteo a ver hacia atrás. No puedo olvidar la expresión de felicidad en su rostro.
Ese es el último recuerdo que tengo de ella. La realidad es distinta.
Muy distinta.
Demasiado para ser exacto. Han pasado trece años desde ese momento y aún lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Sin mencionar que me despierto durante algunas noches tras el mismo sueño. En otras ocasiones la escucho llamarme en sueños o siento que me necesita. Quizás, si yo le hubiera permitido ir ese día a casa hoy en día todo seria distinto. Si le hubiera dicho que la quería...
En cambio de eso, sólo tengo un recuerdo de ella. La foto que nos tomaron cuándo teníamos seis años. Ni siquiera se trata de una en la que estemos juntos aunque eso me hubiera encantado, ahora al menos hubiera podido conservarla como mi mayor tesoro. En cambio tengo esta, donde ambos estamos demasiado lejos del otro, así cómo ahora. Pues me niego a aceptar que está muerta.
—¿Otra vez viéndo esa foto? —pregunta Demetrius.
Apenas estoy despertado de una siesta, seguramente tengo el cabello alborotado y un humor de mil demonios.
—¿Tienes algún problema con eso?
—Sí, despierta y vuelve al presente —espeta, colocando una gorra sobre mi cabeza.
—¿Olvidas que no estoy bajo la brigada de tu mando, hermano?
—Almirante.
—No voy a llamarte así.
—Vuelve a tus deberes —demanda—, coronel.
No dice nada más, sale apresuradamente de mi habitación, golpeando la puerta con fuerza al salir.
Obviamente no sabe lo que siento. Cree que extraño esa época, en lugar de saber que en realidad extraño a mi primer amor, uno que nunca pudo ser. Obviamente extraño también a algunos de mis compañeros, pero más a ella.
Me froto en cabello revolviendolo lo más que puedo, después me apoyo en el marco del espejo, observando el reflejo, solo veo a un ser mental y físicamente cansado de toda esta mierda.
¿Coronel eh? Siempre he odiado la guerra.
Al final el ser humano parece convertirse en lo que más odia.
—¡Lord Damián! —exclama Emile, abriendo la puerta—. ¿Está listo? La ceremonia está a punto de comenzar.
Parece que ha venido corriendo, pues su pecho sube y baja mientras trata de recuperar el aliento.
Al ver mi estado se sobresalta, entra a la habitación y empieza a buscar en el guardarropas mi nuevo uniforme.
—¿Cómo es posible? —se pregunta, sin dejar de buscar—. Tan sólo estamos a minutos de que su padre empiece a hablar. Ya debería estar listo.