Damián.
Ella entreabre los labios, está por decir algo. Algo que nunca se escucha porque no emite ningún sonido, solo vuelve a cerrar los labios tratando saliva. Su nerviosismo es notable.
No pretendo ponerla en una situación incomoda, pero necesito saberlo... Quiero saber si es que en realidad ella no siente nada por mi y no hay otra manera.
Mantengo la mirada sobre sus ojos, esos ojos verdes tan brillantes y transparentes. Dicen por allí que los ojos son el espejo del alma y quiero creerlo, quiero creer que es incapaz de mentirme si no aparta la mirada de mí. A la vez tengo miedo de la respuesta que obtendré porque sea lo que sea que responda será verdad. No puede mentirme a menos que en verdad la nobleza y pureza de su alma esté corrompida, cosa que dudo demasiado, ella no es esa clase de persona, no sé a qué está jugando pero no lo es.
—Respondeme —insisto, ella no dice absolutamente nada.
Es en ese entonces que no sé quién de los dos toma la iniciativa, lo único que siento es la suavidad y delicadeza de sus delgados labios sobre los míos. Si tal y como lo digo, ¡nos dimos un beso! Ah, pero no cualquier beso. Siento sus labios deslizándose con lentitud contra los míos, me sigue el ritmo de manera tan perfecta, parece como si nuestros labios hubieran estado hechos desde siempre el uno para él otro, quizás porque había estado esperando esto desde hace mucho.
Entreabro los ojos un momento comprobando que mantiene los suyos cerrados, su rostro refleja tanta calma, soy consciente de que la he aprisionado contra una ventana pero las cortinas moradas impiden la vista hacia afuera. Vuelvo a cerrar los ojos inclinando mi rostro un poco más sobre el suyo, acariciando con suavidad sus mejillas. Es un momento tan tierno que si es un sueño no quiero que nadie me despierte.
Es hasta luego de unos segundos que nos separamos del beso lentamente, ambos abrimos los ojos sin poder apartar la mirada el uno del otro, sigo manteniendo su rostro entre mis manos, su aliento precipitado choca suavemente con el mío. Decido volver a acercar su rostro al mío para besarla de nuevo pero entonces se escuchan unos golpes en la puerta, por inercia ella se aparta de golpe dejándome confundido y con el corazón latiendome a mil.
Ninguno de los dos dice nada, es como si no encontráramos palabras en estos momentos, eso hasta que se escucha a la persona que está detrás de la puerta.
—¡Anya ábreme! ¡tengo algo importante que decirte!
Se trata de la voz de Demetrius, no sé por qué escuchar su voz interrumpiendo un momento comí este me pone tan de malas...
—Es Demetrius —susurra Anya.
Si lo sé bonita, joder, no tienes que hacer más tormentoso este momento mencionando su nombre.
—Dile que se vaya.
–No puedo hacer eso.
—Claro que puedes, solo debes decirlo —intento explicar, pero ella ya se encuentra empujándome por la espalda.
—Escóndete en mi habitación.
—Anya, no voy a esconderme —suelto con total tranquilidad cruzándome de brazos.
—Tienes que hacerlo —demanda, intentando empujarme de nuevo.
No quiero ser aguafiestas pero no ha logrado moverme ni un centímetro, no es que tenga poca fuerza pero soy inamovible de aquí si yo no quiero ceder.
—No —insisto.
Ella me ve con una expresión como si hubiera hecho el peor pecado del mundo. Parece estupefacta, horrorizada y seguramente con ganas de lanzarme cualquier artefacto que pueda causarme daño, a la cabeza.