Déjà vu

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¡Tong!

Thalia blandió su lanza, Zoe y yo sacamos el arco. Pero solo era Grover. Había lanzado un trozo de metal hacia aquellos dedos gigantescos y había acertado en uno. Por la manera de resonar, las columnas parecían huecas.

-¿Por qué has hecho eso? – lo riñó Zoe.

Grover la miró, avergonzado.

-No sé. No me gustan los pies postizos.

-Vamos – dijo Thalia, mirando a Percy - Daremos ese rodeo.

Dimos un rodeo largo evitando los escalofriantes pies gigantes hasta llegar por fin a la carretera.

-Lo conseguimos – dijo Zoe - Gracias a los dioses.

-¡Pero no lo gafes! - exclame.

Yo tenia razón y a los dioses no les apetecía que les dieran las gracias, porque en ese momento se oyó un estruendo como de un millar de trituradoras de basura espachurrando metal. Nos volvimos alarmados. A nuestra espalda, la montaña de chatarra se removía y empezaba a levantarse. Las diez columnas se doblaron y entonces comprendí por qué parecían dedos: eran dedos. Lo que se alzó por fin entre los escombros era un gigante de bronce con armadura de combate griega. Era increíblemente alto, un rascacielos con piernas y brazos que relucían de un modo siniestro al claro de luna. Nos miró desde allá arriba con su rostro deforme. Tenía el lado izquierdo medio fundido. Sus articulaciones crujían, oxidadas, y en el polvo de su pecho blindado un dedo gigante había escrito: "Lávame."

-¡Talos! – gritó Zoe.

-¿Quién es Talos? – balbuceo Percy.

-Una de las creaciones de Hefesto – dijo Thalia - Pero éste no puede ser el original. Es demasiado pequeño. Un prototipo quizá. Un modelo defectuoso.

Al gigante de metal no le gustó la palabra "defectuoso". No se por que, si se supone que no tiene sentimientos. Se llevó una mano a la cintura para sacar su espada, que emitió un chirrido espeluznante de metal contra metal mientras salía de la vaina. La hoja tendría treinta metros fácilmente. Se veía deslucida y oxidada, pero no me pareció que eso importara demasiado. Recibir un golpe de ella sería como si te cayese encima un acorazado.

-Alguien se ha llevado algo – dijo Zoe - ¿Quién ha sido?

Nos miró con aire acusador a Percy y a mí.

-¡A mi ni me mires! ¡Sabia perfectamente el peligro que corríamos! - le grite.

-Seré muchas cosas, pero no soy un ladrón - aseguro Percy.

Bianca no dijo ni mu. Habría jurado que parecía culpable, pero no tuve tiempo de pensarlo, porque el defectuoso gigante dio un paso hacia nosotros y recorrió la mitad de la distancia que nos separaba, haciendo temblar el suelo.

-¡Corred! – gritó Grover. 

Magnífico consejo, salvo que era inútil. Incluso yendo despacio, en plan paseo, aquella cosa podía adelantarnos y dejarnos atrás en un periquete si quería. Nos dispersamos, tal como habíamos hecho con el León de Nemea. Thalía sacó su escudo y lo sostuvo en alto mientras corríamos juntos en la misma dirección por la autopista. Yo saque mi arco pero no tuve tiempo de usarlo porque el gigante lanzó un mandoble con su espada y arrancó unos cables eléctricos, que explotaron entre una lluvia de chispas y quedaron esparcidos en el asfalto, bloqueándonos el paso a mi y a Thalia.

Las flechas de Zoe volaban hacia el rostro de la criatura, pero se hacían añicos contra el metal sin causarle merma alguna. Grover se puso a rebuznar como una cabra bebé y trepó por una montaña de escombros.

𝑬𝑳 𝑹𝑬𝒀 𝑫𝑬𝑳 𝑺𝑶𝑳 // 𝑷𝑱𝑶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora