Muuu

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-¡Estamos en las Sierras!- gritó Zoe. Ella, Grover y yo volvamos en brazos de una de las estatuas - Yo he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.

-¡Ah, qué ciudad! - suspiró nuestro ángel - Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí que saben divertirse!

-¡Ya lo creo, chico! - respondió el otro - ¡Decidido!

-¿Vosotros habéis visitado San Francisco? - preguntó Percy desde los brazos de la otra estatua.

-Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando - repuso nuestra estatua - Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol, ¿sabes? Y...

-¡Hank! - lo interrumpió Chuck - ¡Qué son niños, hombre!

-Ah, cierto - Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó - Sigamos volando.

-Por mí no te cortes eh - Le dije a nuestra estatua de bronce. Pero una imprevista colleja por parte de Zoe hizo que me callase y dejase el tema de lado.

Lo bueno es que mientras volvamos cómodamente en los brazos de las estatuas de bronce, pude aprovechar para comer. Grover se acurrucó y se durmió un rato, yo abrí mi mochila y saqué los burritos. Zoe me miraba de reojo, probablemente porque no tenía nada mejor que hacer y yo era lo mejor que podía mirar. Cuando fui a coger el primer burrito, por mi mente paso el pensamiento de que los demás tampoco habían podido comer por culpa de los guerreros esqueletos. Suspiré con resignación.

-Toma - le extendí mí brazo con un burrito en la mano a Zoe.
-No - me respondió ella cortante.

Yo me ofendí. No compartía mi comida con nadie y ella tenía el descaro de rechazarla.

-Esta vez, por desgracia, no me ha dado tiempo a envenenarla y, teniendo en cuenta que no has comido nada, seguro que también tienes hambre. No voy a ser amable por mucho tiempo así que coge el burrito antes de que cambie de idea. Deja de ser tan orgullosa.

Ella se lo pensó por un minuto y al final termino aceptando. Comimos en completo silencio, en lo que ella se comió el suyo, yo me comí los otros dos que tenía y cabe aclarar, que me supieron a gloria. Además, aunque hacía frío, era agradable sentir el viento helado en la cara mientras disfrutabas de aquel momento de tranquilidad (no había tenido muchos últimamente) .

Aceleramos. Era evidente que los dos ángeles estaban entusiasmados. Las montañas se fueron convirtiendo en colinas y pronto empezamos a sobrevolar tierras de cultivo, ciudades y
autopistas.

Grover se despertó tocaba sus flautas para pasar el rato. Zoe, aburrida, se puso a lanzar flechas a las vallas publicitarias que desfilaban a nuestros pies. Cada vez que pasábamos por un gran centro comercial - y vimos docenas - ella les ponía unas cuantas dianas al rótulo de la entrada a ciento sesenta por hora. Yo, igualmente aburrido, acabe uniéndome a ella en una competición (que perdí) pero no desaproveche mi oportunidad para molestarla siempre que podía.

-¿Dónde queréis que os dejemos, chicos? - nos preguntó Hank.

-Allí  -propuso Zoe - Junto al edificio Embarcadero.

-Buena idea - dijo Chuck - Hank y yo podemos camuflarnos entre las palomas.

Todos nos lo quedamos mirando.

-Era broma - se apresuró a aclarar - ¡Uf! ¿Es que las estatuas no pueden tener sentido del humor?

Al final, resultó que no había necesidad de camuflarse. Era muy temprano y casi no había gente circulando. Eso sí: dejamos completamente flipado a un vagabundo que andaba por el muelle. El hombre dio un alarido al vernos aterrizar y salió corriendo gritando que venían los marcianos. Hank y Chuck se despidieron y salieron volando para irse de juerga con sus colegas de bronce.

𝑬𝑳 𝑹𝑬𝒀 𝑫𝑬𝑳 𝑺𝑶𝑳 // 𝑷𝑱𝑶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora