Irresoluto

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-¿Te acuerdas de cuando viajábamos juntos? ¿De todas esas veces que hablábamos de lo mucho que odiábamos a nuestros padres? ¡Esta es la oportunidad que estábamos esperando! - le dije a Thalia entusiasmado.

-Tu padre te abandonó, Thalia. Él no se preocupa por ti. Ya ahora lo superarás con poder. Aplasta a los olímpicos, tal como se merecen. ¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza - le dijo Espino.

-Thalia  - dijo Percy - ¡despierta!

Thalia estaba confundida y indecisa. Zoe seguía apuntando a Espino al lado nuestra.

-Yo... no...

-Tu padre te ayudó - le dijo - Envió a los ángeles de metal. Te convirtió en un árbol para preservarte.

-Ui si, que gran muestra de amor - dije sarcástico.

Su mano asió con fuerza la lanza.

Grover se llevó su flauta a los labios y tocó un estribillo muy rápido.

-¡Detenedlo! - ordenó la mantícora.

El grito de Espino me distrajo y deje de centrar mi atención en Thalia.

Los guardias seguían apuntando a Zoe y, antes de que entendieran que el tipo de las flautas era el problema principal, empezaron a brotar ramas de las planchas de madera del muelle y se les enredaron en las piernas.

Pero uno de ellos apunto a Zoe con intenciones de dispararla a pesar de las ramas y, no me preguntéis por qué, pero me puse delante de ella lo más rápido que pude.

-¡Espera no dispares! - le grite.

Pero le dio igual y disparo. Al escuchar el disparo supe que no estaba muerto, pero tras el grito involuntario de dolor que solté, supe que tampoco estaba bien.

 Zoe lanzó un par de flechas que explotaron a sus pies y levantaron un sulfuroso humo amarillento. Flechas pestilentes.

Eso distrajo a los guardias y a Espino quienes se pusieron a toser como locos.

Yo por mi parte, me sujetaba el hombro derecho con desesperación de lo mucho que me dolia mientras estaba tumbado en el suelo. Zoe se acerco.

-Ejerce presión en la herida. Levanta, nos tenemos que ir Elián. ¡Vamos! - me arrastró escaleras arriba hacia el centro comercial al igual que Percy hizo con Thalia.

Corrimos como posesos, abriéndonos paso entre los turistas, y doblamos la esquina de la tienda más cercana. Oí que Espino gritaba a sus secuaces:

-¡Prendedlos!

La gente chilló al ver a los guardias disparando al aire y a unos chavales huir de ellos (incluido yo que estaba herido y sangrando que flipas). En fin, un día cualquiera en Estados Unidos.

Llegamos al final del muelle y nos ocultamos tras un quiosco lleno de baratijas de cristal, como móviles de campanillas o cazadores de sueños que destellaban al sol. Había una fuente muy cerca. Abajo, un grupo de leones marinos tomaba el sol en las rocas. Toda la bahía de San Francisco se desplegaba ante nosotros: el Golden Gate, la isla de Alcatraz y, más allá, hacia el norte, las colinas verdes cubiertas de niebla. Un momento ideal para una foto, salvo por el pequeño detalle de que íbamos a morir y estaba a punto de llegar el fin del mundo.

-¡Salta por allí!  - le dijo Zoe - Tú puedes huir por el agua Percy. Pídele auxilio a tu padre. Tal vez puedas salvar al taurofidio.

-No os abandonaré - contestó - Combatiremos juntos.

-¡Tienes que avisar al campamento! - dijo Grover - Para que al menos sepan lo que sucede.

-El taurofidio es la prioridad - Les dije mientras respiraba entrecortadamente para aguantarme las ganas de gritar - si lo capturan, no importara lo demás.

𝑬𝑳 𝑹𝑬𝒀 𝑫𝑬𝑳 𝑺𝑶𝑳 // 𝑷𝑱𝑶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora