Dicen que su tatarabuela era bruja, porque sabía de hierbas y era mujer de ciencia, que su abuela seducía marineros en los puertos de Venecia a cambio de licor. Y su madre, bueno que decir de su madre, era una mujer de poca paciencia que atendía por las noches un bar y sacaba a patadas cual perro a cualquier hombre que tuviera osadía de voltear a verla.
A todos menos aquel español del que quedo preñada. "Soy dueño del mundo y te daré las estrellas" le decía al oído en el verano cuando podía verla, nada más alejado de la realidad, en cuanto supo de aquel estado la abandono, y cuando la niña cayo en sus brazos ella la dejo en la calle frente al primer templo que topo en la capital.
Creció hermosa, sin duda, como todas las mujeres antes que ella. De ojos grises nubosos y labios rojos de manzana, el pecado, le llamaban sin tapujo los ebrios de las esquinas.
También estudió, no aparto un solo día sus ojos de esas líneas de tinta y creció con malicia y conciencia de su propia belleza.
Se convirtió a temprana edad en Madam Violette, la matrona de la ciudad y en su casa de apuestas y posada desfilaban entre las mesas las mujeres más hermosas; delgadas y curvilíneas, unas morenas como la azúcar otras blancas como la sal.
Aun así todas menos que la hermosa Violette.
-Madam, Madam, mi querida Madam Violette- le llamaba la quemada voz de aquel Barón -¿Qué debo hacer mi Madam para tenerla prendada de mí?-
En ese momento la mirada de Violette regresaba a ver como el puro se quemaba de apoco en la grotesca boca del prestigioso cliente.
-Mi bien amado Antoine, ¿acaso no tiene suficiente con ella?- Violette se acercó a la mujer por la espalda y le acaricio suavemente los pechos mientras dejo un beso sangre en su mejilla -de mis mejores rosales, mírela, apenas en flor, pero cuidado con el terciopelo de su boca, está rodeado de espinas-
Pocas veces se le veía andando por ahí entre la plebe, como los llamaba, eran blanco de su desprecio, desde los pobres que ebrios pedían servicios baratos en su puerta, hasta los reyes que en secreto recibían a sus damiselas.
"hombres, todos hombres, bestias"
Madam Violette se había ganado bien el derecho de despreciarles, Madam Violette tenía mucho más valor a fin de cuentas.
Trabajaba yo como mesero tras la barra de aquel hotel. No un tugurio, no, tenía de los licores los más raros y de los clientes los más ricos.
Aún guardo conmigo aquella noche que sello mi destino a la joven Violette, las calles estaban empapadas, el rio amenazaba con desbordarse y bajo aquella tormenta se desgastaban en cascadas los cabellos de Madam Violette, entre penumbras recuerdo ver cómo le atravesaba un rayo la mirada gris.
-¿Dónde está el callejón rojo?- la boca temblorosa del frio me distrajo por un momento -he preguntado ¿Dónde está el callejón rojo?-
-Perdone señorita, debe seguir por esta calle y al topar girar a mano izquierda, los faroles a la entrada del callejón será lo primero que vera- cuan atontado me tenía la lluvia que no me permitió sospechar, alguien de aquella estampa andando sola a media noche y preguntando por el callejón más apartado de la ciudad -¿Qué ha de hacer haya a estas horas? Es peligroso-
-Más peligroso es esperar a que el frio nos mate-
Me pareció aquello una invitación para encontrar refugio a su lado, ni bien tome seguirla, selle mi tumultuoso destino.
Entramos pues al enorme edificio, un desastre era poco, polvoriento y con varias entradas de aire.
-No hay mucha diferencia entre esto y la calle-
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Violette
RomanceDicen que su tatarabuela era bruja, porque sabía de hierbas y era mujer de ciencia, que su abuela seducía marineros en los puertos de Venecia a cambio de licor. Y su madre, bueno que decir de su madre, era una mujer de poca paciencia que atendía por...