Capítulo 30 De ese sentimiento llamado perdón y otros imposibles.

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-Esto puede salir terriblemente mal y llevarnos a la orca o salir muy bien y en el mejor de los casos, recibiremos una paliza de Violette cuando vuelva con nosotros a la posada- Nadine se acomodaba la falda del vestido mientras el resto de las mujeres me ayudaba a cubrir mi cara con las arcas de tocados y sombreros, los joyeros y cajas de corsés, atiborrando mis manos para justificar la necesidad de acompañarlas dentro sin revelar mi verdadera identidad, como si de un fugitivo se tratara –oye bien, la reina nunca sale de sus aposentos cuando ofrece fiestas a los nobles, Violette no estará en el gran salón, así que debes dejar rápidamente la carga y salir a buscarla entre los pasillos, me duele pensarlo, pero seguro se encuentre cerca del jardín o del invernadero-

-No olvides que también estuve aquí con ella, no voy a perderme, por ahora haz favor de avanzar que siento que pierdo el equilibrio con todo esto-

Los carruajes habían aparcado en la parte trasera del castillo como hacían siempre, aunque era un secreto a voces que el monarca ofrecía entretenimiento en carne para los nobles, se debía procurar la discreción al ingresar a las damas, ya suficiente tenían con los rumores, no había porque confirmarlos.

En la entrada, como de costumbre se ostentaban cuatro guardias pendientes de que solo ingresara la matrona y sus mujeres, ese fue el primer obstáculo a vencer, pero Nadine fue muy convincente al explicar mi presencia y justificar como obsequios para su vieja amiga aquella pila de cosas que cargaba, eso sin olvidar el disimulado coqueteo y su tierna voz rogona deslizándose detrás de su abanico, que termino por convencer a los dudosos de que mi presencia no representaba amenaza alguna.

Así, simplemente incline la cabeza y avance detrás de las otras, llegados al salón, coloque la pila de cajas a un lado y luego de asegurarme que los nobles estaban acompañados, salí discretamente sin permitir ni un rechinido de las bisagras.

Note como la presencia de Violette ya había inundado todo el castillo mientras avanzaba al lado de los jardines, las flores existían en lugares que antes se encontraban despejados e incluso los montecillos antes mal vistos, eran tierra de hiervas medicinales y aromáticas, confirmando que aún se encontraba la suficientemente viva como para estar al pendiente de ello.

-Pobre chiquilla- escuche a lo lejos la voz de una mujer de edad apunto de doblar la esquina y toparme de frente, acompañada de otro par de pies –si antes parecía mártir, ahora que ya ni llora parece muerta en vida- ambas pasaron de largo saludando levemente con la cabeza mientras continuaban con su conversación.

-Tal vez si le llevamos una infusión de lavanda y le damos un baño de rosas y leche su humor se mejore-

Parecía que no solo Nadine y yo le procurábamos si no también la servidumbre del castillo, a quienes seguramente por primera vez en sus vidas, Violette había tratado como humanos y se habían encariñado de ella, no eran buenas noticias para mí, pero me alivio saber que no estaba por completo sola.

A lo lejos en la entrada del laberinto divise a Violette sosteniendo sus manos en forma de plegaria y con la cabeza cubierta por un velo negro, era más delgada y hasta parecía su cabello gris, casi tanto como su mirada, pero los labios rojo sangre seguían inflamados y el aroma del opio aún estaba atado a su cuello.

-Violette- susurré cuando hube de encontrarme a sus espaldas, sintiendo como el corazón se emocionaba danzándome tras las costillas, ella respingo del susto, no por la sorpresa de una presencia si no por la certeza de reconocer mi voz.

-Blemont- me respondió sin voltear a verme -¿Qué haces tú aquí?-

Estaba muy herida, lo descubrí en su voz cansada –culparme, no eh venido a otra cosa sino a acusarme como un mentiroso y un cobarde- cuando por fin me devolvió la mirada sus ojos iracundos me asustaron –puedes matarme si lo deseas, si crees que eso te dará algún alivio, pero has de escuchar antes mi miserable excusa-

-Cuando termines de hablar, tomaras lo poco que te quede de valor y dignidad y jamás volverás a estar ante mi presencia-

-No, no lo acepto, pero aun así te obligare a escuchar- la tome de la cintura y la lleve sobre mis hombros, anduve a pesar de los golpes en mi espalda y las patadas en las costillas mientras hablaba –sé que aun entre tus quejidos me escuchas, que no tienes otra opción mientras no entierres un clavo en tus oídos y aun así buscaría la forma de que supieras- tenia fe en que aun conociera el camino para llevarla aquella gran cúpula –hui lejos de ti y lo que estaba escrito para ambos esperando que me odiaras, casi tanto como lo haces ahora, con la firme convicción de que no era yo digno de ti ni del amor que me dabas, porque, óyelo bien, no poseo nada. Ni oro, ni guardias que me sirvan, ni la fuerza necesaria para protegerte-

Al fin podía divisar mi destino a unos cien pasos cuando ella me grito–¡eres un desgraciado Blemont, al atreverte a venir ante mí con este cuento infantil! –

La obligue a sentarse bajo la gran cúpula de blanco marfil y la sostuve de los hombros creyendo que aquello apaciguaría el gran estallido de su ser.

-No, es la verdad en mi corazón, te amo como nunca he amado o amare a alguien y siento como me desarmo cada día lejos de ti... pero en este dolor horrendo, creí que ganaba también un mejor destino para ti. No miento y sé que te herí más de lo que cualquier otra persona lo ha hecho, pero no fue porque no te amara o porque no estés destinada a ello, es porque firmemente creí que me olvidarías y encontrarías a alguien digno de ti...-

Ella me abofeteo, como nunca antes lo había hecho, tan fuerte que incluso su palma se encontraba enrojecida –te odio, de la forma más profunda que jamás he odiado a nadie... me hablas de falta de valía, pero tienes el descaro de pararte de nuevo frente a mi...-

-Yo...-

-No, esto se trata de mi ahora- cielos, que rostro tenía en aquel momento, tan adolorido, pero sin lagrima alguna –dudaste de mi juicio, del mismo juicio que me guio a ti aquella noche en el callejón, del juicio que brindo cobijo a todas mis mujeres y el que construyo un hogar para nosotros, eso, es lo peor que has hecho, decir que no estoy destinada para amar es poco comparado con lo menospreciada que me has hecho sentir. No Blemont, no te perdonare-

-Hoy no, lo sé, pero algún día...-

-Te equivocaste creyendo que no sé cómo amar, te amé, tanto como me amaba a mí. Lo que no se hacer y jamás aprenderé, es como perdonar, pues se odiar muy bien y siendo tan desmedido mi desprecio no habrá cabida para algo tan simple como el perdón, jamás-

Ella se puso de pie, tal vez para evitar ver mis lágrimas desmedidas o para que ella no comenzara a llorar. Asentó de nuevo el velo sobre su cabeza y dio un gran suspiro antes de alejarse.

Con ella iba el movimiento de mis piernas y a su ritmo caía mi llanto, no tenía como seguirla estando tan desarmado y honestamente sintiéndome tan incomprendido y desolado.

-Seguiré esperando, mientras los arboles sigan dando fruto y el grano de trigo nos alimente, esperare cada día que me quede de vida para verte de nuevo-

-Así como mis pasos, mi camino se aleja del tuyo, mi vida ya no está más a tu lado como algún día lo creí- ella tampoco tuvo el valor para verme a la cara en esa despedida –mi nuevo destino augura cosas buenas... riqueza, poder y no te preocupes, no estaré sola. Que tu destino te lleve más allá de donde algún día fuiste, que encuentres quien te amé más de lo que yo y si no puedes, no me molestes, ya no luchare por ti, ya no velare por tu seguridad ni he de ocuparme dé ninguno de tus asuntos. Lleva este mensaje también a Nadine "el rey ha muerto, debes abandonar el castillo con todas las mujeres y guardarle respeto"-

Esa noticia era la marca del nuevo comienzo, la señal de que el destino se había empeñado con alejarnos ¿acaso la profecía de Nadine se cumpliría o la vida daría otro giro caprichoso?

Lo único que me queda ahora para aferrarme era aquella promesa de esperarla, de dar tiempo al tiempo por su perdón y quizá también por algo de su amor para mí; despertaría cada mañana esperando a que ella tocara la puerta, cada tarde me quedaría sentado frente a la ventana ilusionado con que su silueta se dibujara frente a mí por las calles y me iría a la cama solo harto de cansancio, cuando mis ojos se vencieran a pesar de mi fe.

Como siempre lo he hecho, mi vida a por ella y lo que desee. Mi muerte por su olvido, mi eterno por su amor. 

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora