Capítulo 21 Mascarade

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-¿Cómo?- el resoplido abandono la garganta de Violette y su piel se erizo, incluso sintió como se resecaron de inmediato sus labios antes de que las lágrimas provocaran que le ardieran los ojos.

No daba cabida a lo que aquellos hombres le contaban, es más, no le importaba, su cabeza ya había empezado a jugarle una mala pasada, ella, en la enorme habitación negra rodeada de los libros que había destazado, sujetándose las rodillas mientras el frio del suelo intentaba calmarla.

La sangre que corría en su baño después de limpiar su piel durante horas sin poder llegar a sanar su alma; los dedos ya no le temblaban, se le retorcían en puños, sin voluntad, mientras los pulmones peleaban por retener el aire y su cerebro comenzaba a dar de sí y marearse.

-Violette- dije sosteniéndole por la espalda.

-Toda una vida... toda mi vida hui de él y ahora, me dicen que ustedes lo traen a mí, ¿Con que derecho?- un ataque de ansiedad se apodero de ella tras esta oración, ya no escucho, ya no pudo ver nada, se limitó a caer al suelo y golpear su frente una y otra vez dejando sin efecto mis intentos por detenerle, no podía parar de llorar porque todos esos años de penumbras y telarañas en su mente se le venían encima, como los enormes libreros del Conde, como su pesado aliento sobre su hombro, sus ásperas manos y pegajosa saliva.

Tras los muchos golpes, quedo inmóvil como un tronco a medio bosque, excusa suficiente para que saliéramos de ahí, pero la enorme cortina y mi curiosidad, me obligaron a tomarla en brazos y solo recostarla sobre el diván.

-Esto no debería estar pasando- susurre sujetándole la mano

-Pero pasa sirviente, así que se un hombre y sopórtalo-

Violette despertó un instante después de caer rendida, estaba muy cansada, como si le hubiera abandonado parte de su alma por la cabeza, como si hubiera caminado a aquella apartada hacienda. Ni mi mirada más dulce le reconforto cuando logro ponerse de pie, pues no cabía ya más en ella a pesar de estar vacía, solo se había quedado con la vergüenza y el miedo.

-No era mi derecho- comenzó a decirle Edmond tras sentarla frente a él –sé que tenerlo aquí, cara a cara, no era lo que deseabas, pero no podía permitir que ese hombre te mantuviera atada a él con algo como este trozo de lino-

-En eso estoy de acuerdo- le secundo Jerome –Didier sentía entre los dedos el hilo y sabrá Dios cuando hubiera tirado de él. Esto le pondrá por fin punto final a tan terrible episodio-

Su alma se alivió un poco con esto, pero no es la calma aquello que llega después de la tormenta, una vez que cesa el llanto, algo comienza a rasguñar el vientre y escala por la garganta quemando a su paso.

-¿Lo vieron?- pregunto a quienes se decían sus salvadores.

Silencio, más que aquel que viene del desierto, capaz de abrazar y ahogar el grito de cualquier desdichado. Esa fue su respuesta.

Violette levanto la cara roja, más allá del tinte que cayó de su rota ceja, purpúrea de ira e indignación, se acercó entonces segura y firme hasta Edmond y le asesto el más fuerte de sus golpes en la mejilla, él no respondió, ni siquiera salió un quejido de su boca.

Para ahorrarle el camino, Jerome se aproximó también a recibir su parte del castigo, entonces una vez ejecutado, la tome por la cintura pidiendo irnos –esto ya no tiene ningún sentido, ven conmigo por favor-

Y ese era su deseo, pero los hombres somos muy egoístas y de ego muy frágil.

-¿Te iras sin decir nada más?- Jerome era el segundo en esta apuesta y la suerte era terrible –nos tienes aquí, a todos tus hombres, tratando de brindarte nada más que felicidad y te das la media vuelta sin darnos tu perdón siquiera, que mujer tan terrible-

Otro golpe lo hizo caer en cuenta de aquella irreverencia -¿Qué saben ustedes del amor? ¿Pueden amar siquiera? Un hombre solitario y obsesivo y otro que se prenda de cualquiera que le sonría mientras toma licor... saben más los perros de amor y lealtad que ustedes-

-Por favor ya no sigas- le dije mientras veía como se desmoronaba.

-Llévalo al carruaje- me ordeno como a un sirviente cualquiera -¿No me escucharas tampoco?-

Obedecí, ya no quise cuestionarla más y causar otra grieta en su fachada.

-Es tuyo para llevarlo desde un principio- Edmond intentaba pedir por su perdón cuando Adrien ya la esperaba para huir –este sentimiento que nos ahoga a todos aquí dentro, no era mi meta, ni la de Jerome, si saldrás de esta habitación será entendiendo que nuestro único deseo es salvarte-

Fue una risa histérica aquello que escucharon a lo lejos, en la puerta, con ella tomando el pomo en su palma, una espina dorsal alargada hacia el cielo y muchas lágrimas golpeando el piso.

-No pueden-

Violette mando la pintura a su antigua habitación al fondo de la posada, donde se escondía toda la chatarra que los nobles olvidaban, por si algún día volvían a reclamarla. No le conto a nadie de que se trataba y nos retiró a Nadine y a mí, las copias que teníamos de esa llave.

Como cada noche atendió a los clientes, incluso canto frente a ellos en su lugar sobre el séptimo escalón, los invito a bailar y beber más y por mucho fue la mejor noche de todas. Cosa que me preocupo en exceso.

Tarde, al mismo tiempo que terminaba de levantar las sillas, la descubrí subiendo con dificultad las escaleras, llevaba abrazadas varias botellas de licor, pero por su andar era obvio que ya estaba ebria.

Parte de mí se enterneció, la otra parte me puso alerta.

-¿Tienes problemas?- dije tocando a su puerta mientras intentaba desatar su falda dando vueltas sobre sí. Ella solo se rio de lo ridículo de mi pregunta y levanto los brazos en señal de que me permitiría ayudarle.

-¿Viste a Nadine sobre la mesa?- se rio con un susurro –debemos hacer esto el día de mañana también-

-¿Pero que dices? si ya es otro día- la gente se abrigo hasta pasado de la media noche –no tendremos otra fiesta hoy si no vas a dormir-

-Te amo mucho mi querido Blemont- lo dijo mientras terminada de arroparla con la mano en mi mejilla.

-Me lo dirás más tarde, con una taza de café-

-Debo decírtelo ahora, mañana será imposible- disimulo muy bien su tristeza, o su embriagues me impidió verla –no olvides que tendremos una fiesta- me halo el lóbulo y se retorció amoldando el lugar para poder dormir.

Tonto de mí que le abandone aquella noche.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora