Capítulo 25 La Bestia de Gévaudan

0 0 0
                                    

Vi caer una gota de brea del manto nocturno, se encarnó en un cuervo de notable tamaño y apareciendo los rayos de sol, hozo posarse sobre la rama de un roble frente a mi ventana, tomo con su pico una hoja maciza y la volvió en gancho para poder alimentarse de las larvas que se ocultaban en los huecos de aquel árbol. Se acongojo mi corazón, de imaginar el final del camino de aquellas que bien pudieron volverse mariposa y salir huyendo.

Imaginaba que así se encontraba mi Madam, acorralada por el filo de un colmillo reluciente en la sonrisa de la gran bestia, esa que venía de las leyendas, donde los incautos terminaban en el suelo percibiendo como se les iba la vida mientras su sangre manchaba el piso.

-Los necios no quieren delatarlo, temen por su vida porque el hombre está loco- a pesar de su mucha fuerza, Jerome no pudo hacer que nadie en el hospital le diera seña de adonde había parado la Madam.

-Nos lleva dos días de ventaja, podría haber salido de la ciudad- Nadine hablaba más serena que cualquiera de nosotros; pudiera parecer que era yo el más tranquilo, pero a pesar de que no hacía gestos, solo un ciego podría ignorar la sombra de mi perdición asechando cada vez más de cerca.

Aun me dolía el brazo y tenía fiebre, una provocada por la noticia de mi perdida más grande, cosa que no interfirió para ponerme en pie y salir a la calle a gritar su nombre en cuanto me entere de la situación, algo que resultó inútil; los vendajes estaban ya sucios, pero en estos días no había tenido tiempo de limpiarme, ninguno de los cuatro, no habíamos parado de preguntar casa por casa a todos los que trabajaron aquel día cuidándola.

-Sabemos que fue Didier, es el único que puede comprar al personal del nosocomio y causarles tanto miedo para no hablar después de tus amenazas- Edmond al contrario de Jerome había intentado comprarlos, doblando la suma de su soborno, pero no había nada que impulsara a los médicos hablar.

-Si ellos no lo delatan no tenemos donde más buscar-

-¿Qué hay de las propiedades del Conde? En alguna puede estar- pregunte ingenuo a Jerome

-Adrien ¿Sabes cuanta tierra pose Didier?- me respondió como si fuese lo más obvio conocer la bastedad de los terratenientes aún con vida.

-Menos de la que posee el Rey y aun si fuera de él de quien sospecháramos, caminaría toda la vida recorriendo sus campos hasta encontrarla- mi respuesta delataba lo poco que me importaba mi bienestar en ese momento, cuando muy probablemente, había un hombre devorando la piel impoluta de la mujer que amábamos.

Porque si, era consciente de la poca influencia que significaba mi presencia al lado de aquellos hombres que también deseaban jugar la vida por la misma mujer, Violette, nuestra Madam.

Varios prados más lejos de aquella escena confundida, dentro de la fastuosa habitación Violette ya había abierto los ojos, frustrada en su intento de pasar a otro mundo y a punto de ser castigada de manera divina por el hombre que más odiaba.

-Quisiera soltarte, por que tus muñecas comienzan a ponerse rojas como la sangre que me has hecho derramar para traerte de vuelta, pero no puedo correr el riesgo ahora que has sido mal instruida por libertinos, de soltarte para que intentes huir-

No solo las muñecas empezaban a denotar el dolor de las ataduras, también su fino rostro de lado a lado de su boca por la mordaza que le dificultaba soltar los gritos de desprecio hacia su captor.

Didier había envejecido de manera extraña, tenía su pelo pincelazos blancos aquí y haya, pero se hallaba aun con brillo, solo las marcas profundas de su sonrisa podían delatar sus décadas de vida.

Si tan solo ese hombre se hubiese dedicado a amar a Violette como ella misma y no como la creación nacida para protegerle de la soledad, a la que bautizo como Léa, quizá el corazón de aquella huérfana se hubiera refugiado en ese amor. Porque el Conde no era como esos gordos que atendía en su posada o como aquel Barón que tuvo la osadía de insultarla, era alto, de tez tostada y ojos profundamente negros como su alma, hasta parecía tener alma a veces.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora