Capítulo 31 El gran puente de Vega y Altair ha caído

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Fue entonces Violette la mensajera de tan desafortunado suceso, guió sus pasos a los reales aposentos de su majestad, inclino su cabeza y beso la tierra entre sus manos –el rey ha muerto- dijo sin obtener por respuesta palabra alguna, la gran monarca se limitó a liberar el quejido más lamentable que se hubiera oído hasta entonces, tan terrible como el del hombre que pide piedad antes de ser llevado a la orca, se halo los cabellos, se golpeó el pecho y el rostro decida a dejarse caer en la miseria, azotándose contra el piso. Violette intento detenerle aprisionando su cabeza contra su pecho y cubriéndole la cara de sus propios ataques –lo sé- susurro –pero aun hora hay cosas que hacer-

Mando traer a todos los pregoneros en el castillo y dio órdenes estrictas de recorrer las calles con la lamentable noticia, no sin antes apostarse en cada hacienda para informar, con el sello oficial de la reina, que desde los barones hasta los marqueses deberían presentar sus respetos.

Así pues, salieron los primeros dos a las fincas de los duques, siguientes en la línea de sucesión, quienes junto a sus hijos se encaminaron en trajes negros rumbo al palacio para saber de su nuevo destino, pues todos en la cámara de guerra les esperarían para desplegar lo que fue el último mandato real y dar cabal cumplimiento a la orden.

En las calles se detuvo la vida, se cerraron puertas y ventanas, no se bebió ni se encendió opio, o se escuchó música alguna ni replicar cualquiera que no fuera el de las grandes campanas, devolvieron la pesca a los canales y dejaron correr libre el ganado entre los campos, como muestra del dolor del pobre por la pérdida de su rey.

Como había sido solicitado, cinco días trascendieron en el castillo en total oscuridad con caballeros y damas llorando en la cámara de velación, antes de que el cuerpo fuera sepultado bajo la gran bóveda eclesiástica. Se limitó la comida y bebida a todos los invitados, para que con ello entendieran de la pena y la hambruna del pueblo y tras cinco días más fueron todos llamados a consejo.

La reina, ya para entonces degrada por su deplorable y delgado aspecto, se apostaba en el cámara justo debajo del escalón del trono, donde el marqués comandante de la guardia, se dispuso a dar lectura de la última voluntad.

No hubo vítores para el Duque Dean ese día, no tras pagar tan alto precio por su nombramiento, y él, como un caballero, se limitó a recibir con ambas manos el decreto que probaba que se volvía jurado, juez y verdugo del pueblo, con la bendición de su antecesor y la de Dios.

A si pues, las mañanas siguientes la nueva servidumbre ayudo a desocupar a la antigua y no teniendo reina para elegir una corte, todas las damas a excepción de Violette, entregada como concubina, fueron encaminadas de vuelta a sus casas con la tristeza a cuestas, a la gran reina le fue dada como recompensa por su trabajo una finca alejada del mundo, para que pudiera morir en paz.

-Si me hubiera visto obligado a apostar, habría perdido todo cuanto poseo- Jerome se acercó a Violette quien se encontraba sentada bajo la sombra –después de tantos sacrificios que mi padre hizo por él, no hemos recibido nada-

-Seguro tuvo sus razones para confiar el trono a Deán. No puedo decir que fuera un hombre justo, porque nada en la vida lo es, pero sí que era sabio, paso sus últimos días atormentado por esta idea- ella palmeo el lugar a su lado y Jerome confianzudo se sentó recargando su cabeza sobre su hombro –me pregunto qué te duele más ahora ¿la falta de recompensa para tu padre o para ti? -

-No hay premio más grande que tu mi amada mujer- dijo sosteniéndole la mano entrelazando sus dedos –tienes razón, no es justo. Quizá esperé mucho tiempo, debí ser más decidido, robarte de ese burdel y encerrarte en mi hogar, oculta del resto del mundo-

-¿Crees que lo hubiera permitido? Ni pensarlo, hubiera roto la puerta del carruaje y huido al bosque-

-¿Con tu sirviente?- La cara de Violette se ennegreció, la pena de la muerte le había pasado, contó con suficiente tiempo para prepararse, pero la pena de la perdida, esa la golpeo de manera más reciente –te ves tan decidida a no nombrarlo-

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora