Capítulo 5 Pistilos.

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El castillo sin duda la tenía impresionada, a diferencia del viejo orfanato de dónde provenía, este lugar tenia amplias habitaciones y jardines inmensos.

La luz que entraba por las ventanas le inundo la vista, estaba cautivada, una jovencilla en flor de su juventud, que no conocía más que paredes negras, incluso su habitación parecía más grande que el comedor del orfanato, pero era abrumador, ¿cómo iba simplemente aceptar todo esto a manos llenas?

La habitación propia, los hermosos vestidos y la mirada extraña del conde Didier.

-¿Te gusta?- le comento sorprendiéndola por la espalda -la prepare especialmente para ti- la tomo delicadamente de las manos y la guio hasta la cama, había tendido un vestido verde, casi oscuro, con tejidos hermosos de color oro -debes usarlo hoy-

El conde tenía gustos extravagantes, toda la ropa que le había dispuesto era enorme y complicada de describir. Pero no tenía donde más ir, su único objetivo en ese momento, era sobrevivir hasta conseguir escapar.

Aunque, cuando cruzo la puerta de la biblioteca privada del conde, quedo en un sueño, tenía pilas enormes de libros sobre el escritorio y en los estantes no cabía ninguno más, así que camino sin vacilar para sentir los bordes de las gruesas pastas y solo podía pensar en lo mucho que había escrito ahí -¿puedo?- fue lo primero que escucho el conde desde que la había conocido, se encontró enternecido por su mucha curiosidad y le permitió como regalo entrar y salir de la biblioteca a placer.

-Todos los días vendrás para que sigan pintándote y cuando hayas terminado, podrás leer todo lo que quieras-

Así pasó, despertaba temprano y se engalanaba para posar varias horas, cada vez con un nuevo artista, un nuevo vestido y un lienzo más grande. En el jardín, la biblioteca, incluso en la sala.

Tanta era la obsesión del conde que no paraba de presumir sobre su nueva adquisición ante todos sus amigos, quienes ni faltos ni tardíos le sugirieron presentarla en persona, "si es tan hermosa en verdad" le retaron y fue a parar hasta con el mismo rey para invitarle a su fastuosa fiesta.

Aquel día por la mañana todas las sirvientas de la casa se esmeraron en arreglarle, después de todo la fiesta en el jardín era únicamente por ella.

Una vez estuvo lista hizo su gran entrada triunfal y el conde le ayudo a bajar los últimos peldaños de aquella escalinata, todo mundo entendió bien el porqué de su obsesión, pues el sol le apunto directo a la mirada y bajo aquellas luces la piel le parecía de porcelana, centellaba como si de un diamante se tratase.

Anduvo entre todos los invitados, saludando a cuanta persona le presento Didier y cada uno quedo maravillado de distinta forma de su faz y esos hermosos ojos.

Incluso logro robar la atención de aquel jovencillo que se escondía tras las rosas comparando la delicadeza de los pistilos con sus largos dedos y todos aquellos pétalos, con el capullo que formaba el vestido que cubría a Violette.

Pero tan atareada estuvo que ni siquiera probo bocado, fue hasta caída la noche, cuando todo el mundo se refugió en el gran salón de baile, que ella pudo por fin descansar dentro de la biblioteca, y es que ningún otro lugar en aquel castillo podía brindarle tranquilidad.

Estaba releyendo, cuando el azote de la puerta la sorprendió. Un joven bien parecido con traje de gala y hermosa piel apiñonada acababa de entrar.

-Perdóneme por haberla sorprendido- le dijo agachando un poco la cabeza -¿podría quedarme un momento más aquí?-

-Parece que huye de algo- ya que su concentración se había roto, no podía ignorarle.

-Nada parecido, solo me he sentido algo abrumado por toda esta gente-

-Ha sido la conversación seguro- y es que los hombres se dedicaban a alardear de sus riquezas y las mujeres de sus hombres, del clima y los quehaceres.

-Un poco si- él le sonrió y fue a sentarse frente al escritorio, para contemplarla más de cerca -¿lo mismo le pasa a usted?-

-He cumplido ya con mi papel y ahora por fin puedo darme el gusto de descansar- pero era una plática sin sentido aquella que estaban teniendo.

El hombre sabía perfectamente quien era ella, había escuchado incluso su nombre, como un susurro que atravesaba los matorrales al otro lado de donde se encontraba, verla en aquel jardín con ese aroma a flores en el aire y esos brillantes ojos al sol, le enraizó en el corazón la curiosidad por ella.

-¿Cuál es su nombre señorita?-

-Léa- respondió amargamente, quizá algo indignada -es el nombre que el Conde Didier usa para mí-

Entendió entonces que ella conocía muy bien de su posición, de aquello que murmuraban sobre dé. -Mi nombre es Jerome-

Pero a ella parecía no interesarle, así que devolvió su mirada al libro y quedaron los dos en completo silencio, ella leyendo y él contemplando como sus ojos revoloteaban en las páginas.

Pasaron largo rato en paz hasta que el conde interrumpió aquel sagrado momento.

-Querida, los invitados-

Parecía que la noche avanzo demasiado rápido y la mañana amenazaba pronta, así que bajo el libro y se inclinó ante el joven Jerome antes de salir. El conde le regreso una mirada celosa al mozo para que entendiera bien que aquella niña era propiedad suya, ni más ni menos.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora