Capítulo 35 Aunque sea un poquito de ceniza

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Era como una eterna primavera la que cubría al castillo, el olor a flores y en la cocina el de mantecas y azúcar. La fruta jugosa y el oro llamado miel. Todo se asentaba frente a mí brindándome la más grande felicidad del mundo.

-Edmond- incluso esa mujer, de piel aterciopelada y ojos maravillados, hasta parecía que tintineaban los brillos que tenían en cada parpadeo –estas muy distraído hoy también- tomo el cuchillo frente a ella y se llevó un pedazo de manzana, lo acerco a mi boca y me despertó del sueño.

-Eres muy hermosa- dije sin medir mi educación mientras intentaba no ahogarme con el bocado, porque sentía que no podía respirar, menos aun cuando volvió a su asiento y desvió la mirada intentando que su perfil no delatara su sonrojo.

-El Edmond que yo conocí no era así de sínico ¿estás seguro de que no eres un monstruo del mar? – sonreí muy incrédulo

-Si lo fuera no podría andar, incluso estaría muerto a estas alturas-

-No sé, quizá en una tormenta tu navío se sacudió tanto que te golpeaste la cabeza y ya no eres más tu- ella había leído tanto sobre fantasía que era capaz de imaginarse todo esto.

-Si lo fuera- dije siguiéndole el juego –deberías estar más asustada, podría tomarte a la fuerza para llevarte al mar y terminarías ahogándote-

-¿Qué clase de ilusa crees que soy para seguirte al mar?- le dio un gran mordisco a la manzana y las gotas de jugo mancharon su vestido, siempre que insinuaba que podía vencerla se molestaba un poco, siempre que dudaba de su nueva fuerza me golpeaba en la frente –te pondría sobre el fuego y comería tu carne tierna ¡bacalao!-

Ese comentario nos hizo estallar en risa, si, no era un comportamiento digno de nobles, pero que más daba, estábamos solo ella y yo rodeados de magia que movía las copas y servía los platos, pues éramos incapaces de ver a alguien más alrededor, yo lo era.

-Por cierto... tomare el té mañana con Jerome, me han traído un dote de nuevas hierbas y bocadillos-

-¿Por qué tienes que romper tan lindo momento con comentarios desagradables?-

-Sé muy bien que él no te simpatiza, pero debes soportarlo- dijo altanera –es el mejor amigo de tu futura esposa- con eso me vencía, ganaba cualquier pelea que quisiera tener al recordármelo –además él conoce bien de su lugar, tampoco le agradas, pero es incapaz de faltarte el respeto-

-Confiare en ti- no tenía mucho por que confiar en alguien como Jerome, sabía que como cualquier buitre sobrevolaba nuestro andar en espera de que cayera muerto, así se comería mis ojos y se alejaría con mi Viole –me gustaría más que bebieras con Nadine-

-Cuando sea tu reina podre tenerla aquí todos los días, al menos hasta que le consiga un marido noble para que se case y tenga hijos, después robare a esos niños y los criare como míos- se rio otro poco por su tierno acto de maldad

-No tendrás mucho tiempo para los hijos de otros con los tuyos a cuestas- quería ser padre, un buen padre como no lo fue el mío, pero si como el hombre que me amparó en su hogar.

-Ya veremos- a diferencia de mí, Viole no solía pensar en esa clase de futuro, porque a diferencia de mí que supe quién era mi padre, el hombre que me abandono después de que mi madre muriera, mi amorosa madre, ella no tenía ni idea.

Yo tenía un vago recuerdo de cómo era su rostro, cuando aún era un niño y lo veía hacia arriba a la altura de un gigante. Aún tenía la sensación de su mano pesada y áspera halándome a la puerta del primer orfanato.

Pero Viole fue abandonada en cuanto nació, las únicas sensaciones que podría tener hundidas en el subconsciente son las ásperas cerdas de la cesta que la cargo y la suavidad de la manda que la cubrió, el frio de la mañana y las viejas manos de la madre superiora que le saco de la calle. Pero ni de milagro podría recordar el rostro de su progenitora o del hombre que dio su semilla.

Se podría decir que ella era más huérfana que yo.

-Esta mañana llego al castillo un obsequio de tu amigo el barón Antoine- comente porque quería distraernos de esa nube negra apostada sobre la mesa.

-¿Ese viejo obeso? ¿Qué podría dar alguien con tan poco? - supe de la pequeña riña que tuvo con él cuando aún estaba en la posada, Viole era rencorosa, era muy fácil entrar en la lista de gente que aborrecía, una lista, por cierto, con bastantes hombres en ella –cerdos, a que han sido un montón de cerdos-

Me reí por molestarla tan fácil –un andaluz, un precioso caballo negro azabache-

-Como mi corazón- dijo terminando mi oración, honestamente robándome el pensamiento –él no tiene el dinero para tal presente, seguro se ha endeudado intentando agradar a la nueva monarquía-

-Creo que es más bien un regalo para buscar tregua contigo, no le conviene a su familia estar enemistado con la gran Madam-

-Desgraciado, al menos yo tengo la cara para decir de dónde vengo, nunca negué ni a ti ni a tu padre de donde salí y aun así probé que tengo valor, pero ese viejo... -de no haber estado dentro seguro había escupido al suelo el ácido de su conversación –se finge recatado y decente, cree que nadie sabe de sus amoríos y todavía tiene el descaro de creerse gran amante, cerdo-

Estalle de risa incluso golpeando la mesa con las manos viendo una cara tan bonita frunciendo el entrecejo–no dejas de ser malvada, así de directa me meterás en muchos problemas-

- ¿De qué te ríes? ¿Me crees capaz de hablar así frente a tus nobles? –

Esa comida termino con un dolor de estómago por culpa de tanta risa, era otro regalo de ella hacerme tan feliz y humano.

Más tarde la monte junto a mí para dar un paseo, sus amplias faldas cubrían las ancas del andaluz y sus manos se aferraban a mi cintura, hasta sentía de vez en vez como recargaba la cabeza sobre mi espalda, cautivada por el camino de flores y la alta arboleda al lado del sendero atravesada por los rayos del sol vespertino, aunque mis manos llevaban las riendas, parecíamos ir sin rumbo hacia un final de cuento.

-Viole, paremos aquí- el escenario era perfecto, la hierba alta a los tobillos y el gran trono de roca bajo un sauce. Desmontamos y me senté recargándome en el tronco, la tome de la mano y la lleve hacia mis piernas.

-Es escandaloso- me dijo susurrando y echando un vistazo al alrededor, pero nadie nos miraba, estábamos muy lejos.

-Lo es- le lleve la mano a mi pecho, estaba muy emocionado, me sentía joven y vigoroso de vuelta –ya no puedo esperar a que seas mi esposa-

-Debes, la gente hará mal juicio de ti si te ven comportándote así-

-¿No sería buena idea cortarles la lengua o sacarles los ojos?-

-Bárbaro- me rezongo, aun a sabiendas de que esas ideas se le habían cruzado antes por la cabeza

-Nadie más que yo debería contemplarte Viole- le desate el cordón del tocado y su hermosísimo cabello recibió el sol reflejándolo como espejo –eres demasiado encantadora, podrías causar guerras con esos ojos-

-Pero su majestad estará ahí con espada desenvainada para velar por mi ¿no es verdad? -

-Yo y toda alma a la que pueda mandar, con este poder que tienes sobre mi ¿no serás tú la verdadera reina de Francia? – si lo pedía mandaría cazar todas las aves del cielo para rellenar de plumas su almohada, vaciaría los ríos y cortaría cada flor de mis campos para que se acicalara por las mañanas –hasta dejaría la corona sobre tu cabeza, enmarcada por tu cabello obsidiana-

Mi mano se elevó lento hasta su mejilla y atrapo a Viole de la nuca para acercarla a mí, nuestro aliento danzo muy de cerca amenazando con hilar sus labios a los míos –Edmond- dijo nerviosa con el bello de su brazo erizado y ese silbido en la voz.

Entonces la bese, apreciando cada línea de sus labios, las comisuras de su sonrisa y esas perlas impolutas. La bese, recibiendo en mí una cascada de luz celestial, hinchándose mi corazón como en una terrible enfermedad, siendo maldecido por su carne y color de muerte.

Tan ansiado, que mis manos tuvieron que aferrarse a su cabello para no tocarla indebidamente bajo aquella luz naranja, por poco viéndome rebasado por mis necesidades de hombre, por mi necesidad de ella. 

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora