Capítulo 10 Si el corazón conserva las alas puede salir volando, córtalas.

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-Pareces lombriz en el fango, estate quieta- le susurre a Violette pues no dejaba de estirarse mientras esperábamos de pie en el pasillo al lado de la gran puerta de entrada a la sala del trono.

-Esta cosa no me deja respirar, siento como el pecho se desborda de la tela- y si, tenían un borde rosáceo sobre aquel delicado tejido y parecían querer escapar de su apretado vestido, incluso diría yo que parecían tener destellos que me invitaban a tomarlos.

-Madam Violette- dijo un mozo de cara larga y ojos entre cerrados -por favor- nos dijo abriendo paso bajo el gran umbral.

Nunca había entrado yo en el castillo, ni siquiera cuando escoltaba a las damas de compañía para las fiestas privadas del rey, así que fue casi imposible para mí no levantar la mirada y observar la infinidad de la bóveda sobre nuestras cabezas. Al recorrer el pasillo y notar todos aquellos cuadros colgantes de la pared, que retrataban las falsas proezas de nuestro rey, no pude evitar pensar ¿qué será de los cuadros del Conde Didier? aquel hombre que proclamaba tanto fervor a la faz de Violette.

-Su majestad-dijo ella con su voz tan suave, interrumpiendo mi caminar torpe y atrayéndome donde presuroso agache mi mirada a penas un paso detrás de ella.

-Haz llegado sana y salva, me alegro- el rey con su gran barba y aquellos bigotes largos que le recorrían la boca, la contemplo de pies a cabeza, prestando especial atención a sus rodillas que la tenían en reverencia frente a él.

-El camino ha sido fácil majestad, no ha habido ningún contratiempo-

-Me da gusto en verdad, se ha trabajado muy duro para que ningún visitante sufra de asaltos por los bandidos o peor aún de muertes accidentales-

Eso lo decía por su querida concubina, que meses atrás había sido emboscada por un grupo de criminales que le habían arrebatado todo cuanto llevaba, incluso la vida, todo convenientemente después de que el rey se enterara que esperaba un bastardo que probablemente no era de su estirpe.

-Lo felicito por el trabajo tan bien realizado majestad, pero, sin deseo de ofenderle, me ha sorprendido mucho su llamado tan repentino-

-Bueno, no ha sido del todo culpa mía Violette- entonces el rey se puso de pie y con gracia movió su capa para permitir su andar libremente, Violette levanto el rostro y él le hizo un gesto para seguirlo mientras caminaba -recibí una petición, un favor especial de uno de mis más allegados amigos, parece que tu fama te precede y a cambio de saldar una de mis deudas, me ha pedido que te presente ante su hijo-

-Entiendo las circunstancias majestad, si me permite indagar más, seguro no es la primera vez que un hombre le pide verme -ella era lista y sabía que su fama se extendía como explosión de pólvora entre la nobleza- debo preguntar pues ¿Por qué ahora? ¿Por qué este hombre? -

-Eres una de mis más preciadas equivocaciones Violette, dejarte ir con libertad fue un rotundo error, aun a petición de mí amada esposa, pero sabes bien que guardo en mí no más que cariño, como el de un padre a una hija-

-Me escucho cantar en la sala de concubinas muchas veces y me vio desenfundar espadas que no eran mías, sin permiso ni consentimiento; jamás recibí yo regaño o castigo alguno de su parte, es más que claro que entiendo el cariño que me guarda majestad-

-Por eso es, por ese cariño, que me permití aceptar esta petición- así de rápido habíamos llegado a los jardines y nos acercábamos al espantoso laberinto de rosas que tanto me atormentaba en sueños vivos - ¿Has oído del Duque Alphonse?-

-Temo que no majestad y es difícil no conocer a un hombre importante, pero no le he visto ni cerca de mi negocio, ni ha salido a discusión de la boca de mis habituales clientes-

Ambos se detuvieron en seco y él se dio media vuelta para quedar frente a ella, con mucha dulzura le sonrió, casi incomodándome por ser tan indiscreta mi presencia.

-Mi esposa y yo, no hemos podido procrear, Dios nos ha negado hijos fuertes y sanos-

-Sé muy bien de sus pérdidas mi rey, es algo que todos lamentamos-

-Por eso cuando me ha pedido alguien tan leal y honesto conocer a mi única hija no me he podido negar. El Duque Alphonse, es uno de los dos Duques siguientes en la línea de posesión del trono, él y mi querido amigo Dean, son pilares de este reino Violette- ella empezaba a mostrarse más que curiosa, confundida, pues seguro al igual que yo, no encontraba un camino en el cual desembocara aquel parloteo -conoces tu a su hijo mayor-

-¿Yo? ¿Al hijo de un conde?- ella sonrió casi con un resoplido, demostrando la improbabilidad de aquello -tengo muy buena memoria mi señor, de haber servido a tal hombre seguro no lo hubiera olvidado-

-Bueno, por lo que tengo entendido no fue por trabajo que ustedes se conocieron. Y me ha platicado además que fue él causa de muchos problemas con el Conde Didier...- una luz se encendió en la mirada de Violette y comenzó presurosamente a girar su cabeza buscando entre los extensos jardines algo que yo no conocía -empieza a refrescar tu memoria hija mía, eso veo- el rey le señalo la entrada del laberinto y ella le regreso la mirada para sonreírle vivazmente -está dentro-

Comenzó entonces a correr entre aquella encrucijada de caminos y le pude seguir por poco el paso, pues tomo con sus manos toda la tela larga que le arrastraba en el piso y podía ver sus tobillos delante mío enrojeciendo por correr tan presurosamente.

Cuando llegó al centro, bajo una cúpula de marfil estaba aquel hombre con una rosa en las manos, sonriéndole con tanta ansiedad.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora