Capítulo 8 Mío

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-Debes entender niña que hay modos de comportarse, andar por el jardín llena de fango no impresionara a ninguna familia que venga de visita-

Violette escuchaba todo el tiempo como las niñas eran regañadas por las madres del convento que atendían el orfanato y entendía bien el porqué de su regaño, pero la verdad era que, a diferencia de ellas, Violette no deseaba una familia, no sabía lo que era y no podía extrañarla porque nunca la tuvo, lo único que conocía eran los jardines del lugar y la pastosa avena que servían las religiosas.

Ya desde pequeña esa tormenta que nacía en sus iris la metía en problemas, pero su única rebeldía era ser tan curiosa, pues aquella Violette tenía modales, era pulcra, bien hablada y hermosa; al punto que sus finos cabellos distraían a las visitas de las raspadas rodillas bajo las andrajosas faldas que sus compañeras rompían a propósito de lograr subir los inmensos abedules.

Eso la llevo a estar sola mucho tiempo, a ser odiada por sus compañeros, quienes le tomaban de pretenciosa, pero es que todo aquello lo había aprendido de los libros, el andar refinado de las mujeres y la delicadeza con que movían las manos, todo eso estaba ante sus ojos día con día en las historias románticas que la mantenían estática en las sombras.

Y estuvo así mucho tiempo, por muchos años y en aquella interminable estadía solo se encariño de los pocos volúmenes que guardaban las aulas de estudio.

Eso hasta que un niño extranjero al que llamaba Grand Frére (hermano mayor) apareció, y se convirtió en el héroe que esperaba, el que como gallardo caballero había corrido galopando por los amplios campos verdes del jardín, para defenderla mientras los ladrones de sus compañeros rompían sus amadas historias y la tumbaban en el fango.

-Viole, Viole, mira- le decía el pequeño estirando la mano donde llevaba una diminuta obsidiana –es más negra que la noche...-

-Grand frére deja eso y ven a decirme como se pronuncia esta palabra- el niño se ponía a su lado y cruzaba las piernas para educar a la curiosa Violette.

-Tonta- le decía mientras le acariciaba la coronilla de la cabeza y ambos reían peleando como lo hacían siempre.

Tanto era su apego a él que por las noches se escapaba del área de las niñas para seguirlo a su habitación y dormir juntos, ya varias veces habían sido castigados limpiando zapatos o el baño, porque los encontraban abrazados aun después del amanecer, e incluso cuando crecieron y se volvieron adolescentes esa travesura era la única que sabía cometer Violette, pero por más que intentaban enseñarles que no debían quererse, era imposible alejar uno del otro.

-Viole, escapemos juntos- le decía su grand frére recostado en su regazo mientras ella le leía.

- ¿A dónde crees que irían dos huérfanos sin una sola moneda? -

Aunque parecía imposible para ella, mantuvo firme su esperanza de salir por aquella puerta sujetándole la mano, para buscar juntos un final feliz como el de sus cuentos, eso hasta que él tuvo que irse.

-Viole, volveré por ti cuando sea mayor- le prometió cuando le regalo la obsidiana –y hare que tu corazón deje de sentirse solo, así que no llores mucho y espérame-

-¿Por qué prometes cosas que no podrás cumplir?- Violette era más grande, era más sabia después de leer y releer todos los libros que el orfanato tenia y ella sabía cómo terminaban las historias de amor trágico, como la de ellos –deja de decir tonterías y vete... sin volver la mirada hacia mí-

-Te lo juro con mi vida Viole- el jovencillo se llevaba la mano de ella al corazón para que sintiera lo rápido que latía –te amo- aquello la dejo muda.

No era por ser ingrata, era porque no estaba en ella la respuesta que aquel esperaba, no hubo nada que se le ocurriera que pudiera decirle al corazón agitado que ahora retumbaba en su mano.

Y antes de siquiera intentarlo, fueron interrumpidos por el grito de su nuevo padre, que lo apartaba de la joven sin saber durante cuánto tiempo. Y tan abrumada estaba con aquella frase retumbando una y otra vez en su cabeza, que no se dio cuenta, hasta que alzo la mirada y brillaron las estrellas en el firmamento, que había pasado toda la tarde bajo aquel árbol, extrañándole.

-Tonto- le soltó al viento su lamento y este le respondió en la brisa nocturna agitándole el cabello y casi levantando la falda de su vestido.

Violette espero todo cuanto pudo y se comportó como una salvaje las veces que fue necesario, con tal de no agradar a nadie que pudiera sacarla de ahí.

Pero pasaron los días y su grand frére no volvió.

Aquella tarde cuando el Conde visito el orfanato y Violette sintió como le acariciaba el dorso de la mano, entendió resignada que, si no tomaba esta oportunidad, quizá no se volvería a presentar alguna.

Tomo en una maleta todo lo poco que tenía y recibió encariñada el gran tomo de pasta negra que la madre superiora le entregaba a la par que le acariciada la mejilla y es que no quiso abrazarla para no opacar con su llanto la alegría que sentía de esta gran oportunidad que la llevaba lejos.

Pronto el carruaje se alejó con el sirviente leal del conde y ella dentro, y sus ojos se pasmaron en aquella sombra sobre la que espero en su pequeña eternidad hasta que la lejanía no le permitió verla más.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora