Capítulo 26 Shhh...

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-Sean bienvenidos mis señores, temo que por el momento mi amo no se encuentra en casa...-

-Por favor Christoph, no juegues con nosotros- el joven amo Jerome conocía al encargado de la finca de Didier gracias a los trabajos que su padre hacía, el viejo Christoph, era a pesar de su avanzada edad, de los mejores hombres al servicio del Conde, alguien que había servido a su padre y al padre de su padre y conocía mejor que nadie los secretos familiares, muchos de ellos, secretos que él mismo había enterrado.

-Me acusa mi señor de ocultar algo que desconozco-

-Violette, tu amo la llamo Léa, a ella si la conoces ¿No es verdad? -

-Por supuesto, la joven señora fue de entre todos mis amos la más afable- aunque no pasaba mucho tiempo con su familia, el gran sirviente tenía una esposa y dos hijos, ambos ya al servicio del Conde, durante un tiempo, en un berrinche, su familia sufrió de hambre pues no caía de las manos de Didier ni una sola moneda para la servidumbre, en cambio, se despilfarraba la fortuna familiar en retratos y vestidos, joyas extravagantes y pinturas –salvó a mi familia de la inanición cuando, bajo la mesa, me dio envuelto en un pañuelo uno de sus colgantes, con ello di de comer y beber a mis hijos durante casi un mes-

-Le debes la vida de tu familia entonces- la declaración de Edmond no era para nada amable y mucho menos apropiada, aquello que se otorga como un regalo desde el fondo del corazón no debe ser expuesto a la luz de sol, menos aún a la propia necesidad, pues se corrompe y se vuelve extorsión –tienes una deuda inmensa con ella y ahora nos presentamos ante ti con la oportunidad de saldarla-

-¿Hablan ustedes en nombre de mi ama?- Christoph era el hombre menos manipulable de la faz, era un hombre de principios claros y reacio a proteger su juramento de lealtad hasta que la muerte le alcanzara -¿Es esto acaso lo que ella haría?-

-Mi señor- avance entre ambos hijos de cuna noble y me presente con el brazo herido y la cabeza baja, ante mi única posibilidad de recuperarla –yo no soy hijo heredero de nada que no sea el amor de mi madre, ni poseo en mis bolsillos moneda de oro ni en mis arcas hay diamantes o aventuras por el mundo, soy esto que vez aquí, un hombre herido y mortal a punto de perder aquello que más anhela y está en tus manos mi señor, darme guía a cualquiera que sea mi destino, por clemencia, por una única ocasión, rompe tus votos por el bien de ella y mío-

Encontró Christoph misericordia en mi lamentable imagen, o se conmovió su cansado corazón por escuchar a alguien llamarle señor por primera vez en su vida, o se vio reflejado en mi aspecto mendigo, cuando en su niñez anduvo por las calles hasta ser acogido por la casa de Didier, no sé qué fue aquello entre lo que pudo ser, lo que dispuso que las cartas cayeran a mi favor y la suerte me diera por fin una luz que seguir.

-No tengo lamentaciones de mi vida salvo aquello que ignoré en épocas que la joven Madam estuvo aquí, yo fui quien le cubrió la cabeza cuando lloro desconsolada huyendo sin prendas de la mano del Conde. Fui quien dirigió a los guardias sobre rastros errados cuando en las noches la buscaban en los jardines, el único leal a ella y por eso no tengo deudas que pagar. Pero, como hombre, permití que una mujer fuera ultrajada delante de mí, escudado en mi propia palabra, eso sí que lo lamento- se acercó a mi acomodando los viejos listones que colgaban de mi cuello y sacudiendo de mis hombros el polvo –después de esto, podre morir con mi conciencia tranquila-

Los caballos partieron en recia huida de la finca, cansados ya de ser azotados por los sirvientes de Jerome, furiosos por terminar su cometido para obtener el ansiado descanso, el lugar estaba lejos, más de lo que hubiera deseado la desesperación de mi corazón, pero ahora no podía rendirme, no tenía permitido desfallecer estando tan cerca de verla de nuevo.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora