Capítulo 3 Neiger.

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-Tengo tanto frio Blemont, que parece que perderé los dedos-

Era mi primer invierno junto a Violette, tal como lo había prometido, la posada se encontraba funcionando y las habitaciones estaban llenas para navidad.

-Llevas encima todas las sabanas restantes-

-Aun así, tengo frio- estaba sentada en el suelo frente a la chimenea recargada en un enorme sofá, parecía un iglú con todas las sábanas blancas encima, pero su nariz estaba roja, a pesar del fulgor con que el fuego la alumbraba –ven a sentarte conmigo-

Bajo las sabanas de su cabeza dejándome ver toda esa estática que le ponía de puntas el pelo y salió de mí una pequeña risa –Muy bien-

Me puse en su espalda y quedo entre mis piernas, recargue mi mandíbula en la coronilla de su cabeza y tome las sabanas para cubrirnos de nuevo, ella se abrazó las rodillas y se apegó a mi pecho, como una niña pequeña.

-¿Cómo sobreviviste en las calles si eres tan friolenta?-

-¿Quién dijo que viví en las calles?- Violette no hablaba de su niñez, aunque en realidad nunca le había preguntado.

-Dijiste que eras huérfana-

–Después del orfanato, un conde me tomo como dama de compañía, me enseño más que las monjas sobre la vida y me mantenía como una propiedad invaluable, decía que le gustaba verme-

-Entiendo bien porque lo decía, seguro mando pintarte más de una vez-

-Creí que estaba loco, tenía toda una habitación llena de pinturas sobre mí; si algún artista nuevo aparecía y se ponía de moda entre la nobleza, él mandaba que me pintara-

-Por eso dijiste que habías pagado por tu libertad, porque él te saco del orfanato-

-Pero no hizo más que eso, pase casi dos años con él, hasta que conocí a su majestad, no cometí el mismo error que con el conde, me gane su favor a costa de mis talentos, en especial el canto y la poesía, la reina me cobijo bajo su ala por otro año y después, me concedió como regalo mi libertad "puedes volver cuando plazcas" fue lo último que me dijo- pero Violette no pensó jamás en regresar al palacio por otra cosa que no fueran negocios, ni en ese frio invierno ni en los venideros.

-De pequeño, en navidad, mi madre me llevaba fuera de la ciudad a la casa de los abuelos, ella preparaba té con hierbas del jardín y lo endulzaba con miel, era la única época del año en que podía comer miel-

-¿La extrañas?-

-Cada día un poco menos, pienso que a ella no le gustaría verme triste-

-Blemont, a mí no me gusta verte triste-

Quizá en ese momento fui muy cobarde como para averiguar si se trataba de simple cariño, o si acaso estaba diciendo que me quería de una forma diferente.

No me había dado cuenta o mejor dicho no quería, pero estaba enamorándome de ella.

-Salgamos mañana a la plaza, te comprare café y pan caliente con mantequilla-

-¿Acaso estoy pagándote demasiado?-

-Y te comprare un regalo también- no me respondió nada, pero se apretujo aún más contra mí ¿eso que significaba?

Cuando cayó dormida le levante en brazos y la lleve a la cama, me vi muy tentado de quedarme y dormir con ella, pero no estuve dispuesto a correr el riesgo de que me rechazara. Le deje aquella fría noche sola y volví hasta la mañana siguiente.

-Muy buenos días Madam Violette-

-Buenos días Monsieur Adrien- solo escuchamos la risa de las mujeres mientras cerrábamos la puerta para salir a la calle –ellas parecen más emocionadas que yo-

-Comprensible, la ven salir por fin tomada del brazo de un caballero-

-Del brazo del tonto Monsieur Blemont- su risa sincera me calmaba el corazón.

Luego de parar a desayunar caminamos hasta el centro para buscar su presente, pero por más tiendas que visitara no podía encontrar nada que le agradase.

-Estas muy acostumbrada a las joyas que la corona te dio...-

-No te desanimes, es más bien que no estoy acostumbrada- Violette era más inocente de lo que aparentaba, bajo esa mascara de Madam, solo había una mujer sensible y frágil –en lugar de comprar algo, concédeme un deseo-

-¿Qué será lo que alguien como tu desea?-

-Esperemos al anochecer cuando los músicos tocan en la plaza y bailemos un poco, como si nadie más estuviera viendo-

Pronto los tambores y los violines acrecentaron el ruido en medio de aquel gentío, pasaban los niños corriendo y los hombres se sostenían de las lámparas para observar como al centro Violette bailaba, se mecía su falda larga con cada pirueta y su cabello poco a poco se iba soltando.

Su enorme sonrisa que dejaba centellear sus dientes mareaba más que todas esas vueltas que daba. La música la poseía y me arrastraba consigo jalándome de las manos, todo se nublo a mí alrededor y la melodía se escuchaba en un lejano eco en mis oídos pues estaba más invadido que nada por la imagen de la hermosa Violette.

-Es tarde ya, ve con cuidado-

Fueron las últimas palabras de Violette aquella fría noche de navidad.

Mientras volvía a casa no hacía más que recordar la danza de la Madam y podía jurar que aun sentía el calor de sus manos en las mías. Ahora más que nunca, quería darle algo de mí.

Para mi suerte encontré al joyero cerrando su negocio y le suplique con todo fervor que abriera de nuevo –es urgente, no puedo llegar con las manos vacías- no sé si vio amor en mis ojos o si se imaginó en la misma situación, pero accedió y encontré para Violette el regalo perfecto.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora