Capítulo 38 Disgregar

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El sentimiento frío que se expandía desde mi pecho por toda mi caja torácica hasta mi cintura y la mirada perdida que se reflejaba en el agua turbia tras lavarme el rostro en un intento desesperado de despertar... eran señales todas del peligro que sentía venir sobre mí. Y es que estaba teniendo una pesadilla, mi pobre cuerpo era una moneda cayendo al abismo con esa nueva gravedad estrellándome sobre el piso y el molesto tintinear.

-Eres un mentiroso- la puerta se abrió con él detrás y apenas la línea de luz cruzándole el ojo por la rendija -vete- pedí a sabiendas de que no podía enfrentar esta triste realidad

Edmond no escucho, como yo no lo hice tampoco; termino de entrar en la habitación con toda su inmensidad opacando lo diminuta que me sentía aumentando la sombra en mi ahora pequeña habitación -te pedí que volvieras aquí por esta misma razón, para evitar todo esto-

-¿Por mi bien?- insinuaba tratando de engañarse a sí mismo -esta locura ya la he visto antes, nacer y crecer para llevar a su huésped a la muerte, muerte que tú mismo le obsequiaste ¿lo has olvidado?-

Su cara se descompuso cuando traje a juicio sus acciones pasadas, cuando le compare con el monstruo de Didier en voz alta -no te pediré perdón por hacer lo necesario para que te quedes-

-Pide perdón por herirme de esta manera... aristócrata de mierda- al fin pude encontrar mi mirada con la suya, fingía sorpresa cuando ese atisbo me decía que conocía toda la verdad, pues su cabello alborotado y sus hermosos ojos negros se perdían entre el temblor de sus carnosos labios siendo delatado -¿Por qué lo has hecho?-

-El jardín del castillo parece un mundo aparte de este, pero es un mundo muy pequeño, donde las palabras viajan rápido cuando son maliciosas-

-Bien, lo has escuchado, entiendo tu desprecio... una víbora te mordió aquel día y hoy por fin te has retirado el colmillo de la carne- ¿Eso era causa justa para sus acciones? -pero es algo que ya sabias, algo que te había dicho antes; que no tengo corazón que darte Edmond, que cumpliría con el papel que me ha dado tu padre, pero nada más, te finges ignorante frente a mí que he sido sincera desde un principio-

-Mientes... y me has mentido muy bien- empezó a golpearse el pecho antes de que lo viera llorar -me has engañado lo suficiente para que este corazón se lo creyera-

- ¿Cuándo te he engañado si has sido advertido? Niño engreído ¿Quién te crees que eres para detenerme así? Mandar a tus perros a ladrarme dentro de esta habitación- lance a su cabeza mis polvos de jazmín, pero logro esquivar el golpe dejando nada más que una nube dispersa con el aroma de la flor

-Vas a hacerte responsable de esto que has causado- su mirada se perdió, junto al él y todo el cariño que algún día pude tenerle, se acercó a mi amenazante, como un animal salivando ante su presa, acorralándola al borde del abismo -tú te convertirás en mi esposa, eres mía- me sostuvo las muñecas por arriba de la cabeza y poco le importo que las paredes me arañaran los dedos o que mi entrepierna se cerrara precavida de una violación, entonces me beso. Su lengua empujo fuerte sobre mis dientes hasta lograr abrirlos para pelear uno a uno con el musculo al interior de mi boca.

El beso que me planto fue toxina, que enfermo mi mente y sembró solo una idea, muerte. Un beso comparable a los raspones de rodillas, un beso que provocaba ardor en mis labios, no enrojecía de pasión, sino de dolor, de velo pasado.

Fue como si en ese beso sepultara toda mi voluntad para seguir este camino, ya nada me importo, era una prueba legitima de que los hombres no podían hacer otra cosa más que desear aquello que no pueden poseer y en su ansia por comerse el mundo, lo destruían.

-Eres un candelabro sobre mi cabeza, las flores que aplastan mis botas al andar, eres una mujer como cualquier otra... si así es como deseas ser tratada, voy a complacerte ¿Oíste? -

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora