Cuando tocaba el borde de la ventana y las pequeñas astillas amenazaban con perforar la punta de mis dedos, la nostalgia me inundaba el corazón obligando a volver la mirada hacia la pequeña mesa del comedor, dentro de la taza el té caliente me esperaba, con la promesa de sanarme.
Mi madre heredo de su madre aquella casa a la que había vuelto con el brazo herido y el corazón destrozado. Ahora se sentía la inmensidad de la soledad que la habitaba y por mas días que pasaba reparando las esquinas, no había podido hasta esa mañana, acostumbrarme a ella.
Había dejado yo que avanzara a lento y seguro paso la depresión dentro de mi cabeza, la tristeza tejía su nido en el recoveco de mi cerebro, dándole vida a recuerdos de mi difunta madre, de mi querida abuela y de la mujer que mi corazón anhelaba. Así, hecho pedazos y todo, clamaba su nombre. Mis días perdido entre la polvareda y los sueños, rendido por el cansancio, no parecían curarme, el tiempo no servía de nada, pues lo tenía en exceso para recordarle.
Sentado a la mesa levante con cuidado mi taza de té y tome dar un pequeño sorbo cuando me apreté fuerte sobre el pecho, el órgano vital amenazaba de nuevo punzante con caer sobre el piso –Violette- dije al viento para que llevara a sus oídos mi petición de ayuda –apiádate de mí-
Si hubiera algún dios que pudiera oírme, si el dios que la volvió a mi pudiera escuchar de nuevo mi rezo, desearía que tenga piedad, este dolor que cargo ya no lo quiero, ya no puedo con el... le tengo tanto miedo a las cosas que me hace pensar y no quiero morir por su causa.
Todas las mentiras que de mi pecho nacieron aquel día cuando la abandone, me acompañaban colgadas de sogas viejas a mi alrededor, sus espíritus eran lo único que podía escuchar lamentarse por las noches o quizá, era mi propio llanto, use palabras tan crueles como mi corta imaginación me dio, con la única intención de alejarme de ella.
Yo no era un hombre hecho para protegerla, no tenía ni poder ni dinero, menos confianza en mi propia fuerza, una mujer tan preciosa como ella, no debería terminar bajo una mirada pobre como la mía, lo entendí fácilmente después de que volvió y note nuevas heridas sobre un cuerpo que solía ser santo. Violette, tenía mi corazón entre sus manos y toda la disposición del mundo para cuidarlo hasta el día de su muerte, no dudaba yo de su deseo de convertirse en vigía de aquella vida que atesoraba, mi vida, pero muy en el fondo de mi pensamiento precario, sabía que no era ese destino para mi amada.
Me aleje con la esperanza de que me odiara, para que pudiera seguir adelante con alguno de los hijos herederos o cualquier otro hombre digno, pero no podía engañar a este sentimiento que me apresaba, que me volvía loco y ansioso todos los días, extrañándole.
Había cometido el peor error de mi vida y la lupa de los dioses apuntaba su luz quemándome por dentro, la herida en mi brazo convertida ahora en cicatriz, era nada comparada con los pellejos que se caían de mi alma sobre el infierno en que ahora vivía lejos de mi Violette. Tonto de mí, cobarde hombre que me volví.
-Ya no quiero seguir aquí, no si mi destino no es con ella o si lo fue alguna vez y no lo es más-
Mortales al fin y al cabo éramos todos, piel y sangre, alejado de aquel techo bajo una cúpula de cristal, la mujer abandonada recogía naranjas espinando a propósito sus dedos, actuando como si fuera cualquier criada. Esas leves heridas le permitían justificar su llanto, pobres manos, hasta la punta de los dedos medios estaban sus vendajes y no había palabra que le valiera lo suficiente para detenerse, ya no tenía a nadie, eso pensaba.
La belleza de Violette no desapareció por completo, una vez que fue acogida por este nuevo camino encontró en el un brillo distinto. Lo altos nobles admiraban las tormentas que traía consigo la Gran Madame del callejón rojo, esos ríos que se desplomaban por sus mejillas y caían en los pozos de sus clavículas... algo que admirar en verdad.
No podría asegurar que sufriera los mismos males, que sintiera que se le ahuecaba el pecho o que caería ella misma en cualquier parpadear, porque siempre se dijo y se sostuvo, que era una mujer sin corazón, que no podía ni dar ni recibir amor. Con eso en mente, puedo creer que dios no la hizo tan mortal, que le dio facilidades para poder andar y llegar a su destino sin los males que nos trae aquello llamado amor, pero entonces ¿Cómo explicar esos sollozos? La mujer mentía o mentían los hombres.
-Si yo volviera... si mis pasos me llevaran de nuevo ante ella ¿Aun seria yo digno? - nunca obtuve respuesta a las incógnitas que recogían aquellos muros, pero no podía guardar estas dudas, cada oración que le regalaba a la nada era un alivio, hiel que salía de mis adentros para mantenerme un minuto más con vida –aun si soy indigno, ya no puedo tolerar la lejanía, la imagen de sus ojos casi desaparece, es agua turbia en mis memorias y no deseo olvidarla-
Una llama se encendió en mi aquel día, causo fricción mi miedo y mi esperanza provocándome avanzar, más de un año había transcurrido, pero confiaba en que mis huellas seguían sobre el camino, estaba seguro de poder regresar. Tome apenas unas monedas y los harapos que vestía antes de salir presuroso de vuelta a ella y aquel gran callejón.
Aunque mis manos aprisionaban mi poca dote, no dejaban de temblar, tuve los labios resecos durante todo el pasaje y disimule descuidos cuando comenzaba a llorar, como si un insecto se hubiera entrometido en mi camino o una roca me hubiera hecho tropezar. Recuerdo que pensé en lo mal que me vería, vestido de aquella manera y con la nariz empolvada, llegando con el calzado sucio y las marcas de mi desconsuelo sobre las mejillas, mi madam vería de nuevo aquel chiquillo del callejón ¿Lo extrañaría más que a mí?
Si, fue una pesadilla, un camino que parecía interminable, lleno de rostros extraños y miradas juzgonas, pero aún recuerdo la melodía de mi emoción, la esperanza que me abrigaba y lo mucho que deseaba por fin verla.
Aunque llegue lejos, me alcanzo la noche y caí rendido bajo un gran nogal, quite mis zapatos y sobe mis pies, si, tenían ampollas, las más grandes que me había hecho en la vida, pero aun así sonreí, estaba a un maltrecho viaje de Violette y las estrellas me bendecían.
Pensé en suplicarle perdón en cuanto le viera, en mostrar ese dolor espantoso que me empujo a maltratarle, pensaba, ahora sí, en acusarme de estúpido, porque no pude ser más que eso. Haría cualquier cosa para que me aceptara de nuevo, es cierto que mis heridas del camino no bastarían para ablandarle el corazón, no a mi Madam, ella no torcería ni los labios al verme de nuevo y muy probablemente me tomaría del cuello del saco y me lanzaría fuera de su posada, pero ella y yo sabríamos que aún me amaba.
No creí que fuera a ser de otra forma, no vislumbre otra posibilidad, porque Violette me había entregado el corazón alguna vez y yo jamás lo había devuelto, si, lo robe y lo lleve conmigo, la deje sola y desprotegida, descorazonada, pero si volvía, si se lo mostraba de nuevo acunado en mis manos y le besaba frente a ella, sentiría que muero sin su amor y se compadecería con el tiempo.
Que imbécil ¿Eso paso antes de mí? ¿Una presa que se encontrara herida no ataco al cazador para intentar huir? ¿O subieron los mares a los ríos alguna vez? ¿Cuándo en toda mi vida yo había visto que semejante estupidez fuera llevada a cabo? Nunca.
Me encontré frente a la puerta de la posada y los rubios rizos de Nadine me nublaron un poco la vista cansada. Ella me sonrió de manera obligada, con tanta tristeza en sus ojos... entendí la mueca, lo hice de inmediato, pero no podía creerlo, no sin escucharlo.
-Hay Adrien...-dijo mientras las lágrimas le salían de los ojos –llegas tarde-
-No- respondí enojado -no cuando mi corazón se atrevió a ser valiente, hoy no Nadine, por favor- ella era amiga mía, protegió a mi Madam también, fue su escudo y su espada rauda, fuimos ella y yo en favor de mi amada ¿Por qué me mentiría? –di que es falso, dime antes de que caiga mi corazón rendido, por favor, ten piedad de mi ¿Qué no me ves aquí? Un mendigo- caí de rodillas jalándome el pelo de la frente y llore con voz gruesa y fuerte hasta que el aire me falto, aun entre su abrazo compasivo.
-Se ha ido- confesó
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Violette
RomanceDicen que su tatarabuela era bruja, porque sabía de hierbas y era mujer de ciencia, que su abuela seducía marineros en los puertos de Venecia a cambio de licor. Y su madre, bueno que decir de su madre, era una mujer de poca paciencia que atendía por...