Capítulo 24 Las cortesanas del régimen de María

0 0 0
                                    

-Llegara el mañana más rápido de lo que quisiera- estábamos fuera, sentados uno al lado del otro con su cabeza acunada en mi hombro.

-Eso mismo estaba pensando-

-¿Me dirás ahora que es lo que está pasando?- yo no podía estar más feliz en ese instante pero, aunque ella estaba acariciándome la mano como la mujer más enamorada del mundo, no había vuelto la mirada a la mía desde estuvimos juntos –creo que es muy obvio que puedes confiar en mi para cualquier cosa-

-Es el Conde, ha cambiado... su mente ya no está aquí- el nudo en su garganta no quería apartarse, quizá por miedo a lo que pudiera pensar o por miedo de que el mundo escuchara lo que ella pensaba –en cuanto entro a su habitación me pide que retire mi ropa...- por inercia apreté su mano y me acomode para quedar frente a ella.

-Si se atrevió...-

-Aun no- me advirtió –pero cada día me contempla más despacio, deteniéndose mientras desata los cordones de mi vestido y no puedo hacer nada más que llorar...- desamparada –no tengo nada en este mundo Jerome, ahora no tengo valor tampoco y sus horrendos ojos...- lloró cubriéndose el rostro descompuesto –me siguen a donde quiera que vaya- escuche a través de sus manos.

La abrace cubriendo su cabeza con mis brazos, como queriendo escudarla de aquellos pensamientos que le atacaban, aun a sabiendas de que eso no curaría su maltrecho corazón.

Las hojas se escucharon a lo lejos entre los matorrales, advertencia de que alguien se acercaba –Léa... Violette- hube de ponerla en pie y limpiarle las mejillas –haré algo, te lo juro, te sacare de aquí- las luces se aproximaron y deje como despedida un último beso, trepe al techo y la vi correr llevando consigo las sospechas.

-¿Qué hacías en el almacén?- le preguntaba el Conde –los perros han creído que había un intruso, pudieron atacarte ¿Qué habría sido de mí?- a pesar de que ya tenía la cabeza gacha Didier no hacía más que contemplar el futuro sin ella a su lado y recriminarle por eso.

-No podía dormir, salí a contemplar las estrellas un momento-

-¿Estrellas? hay muchas en los libros que te di, no tienes por qué exponernos de esta manera- intento calmarse a sí mismo tomándole de las manos –ya no será necesario que salgas mas- Violette le miro incrédula temiendo su próxima oración –de ahora en delante no tendrás permitido salir, ni siquiera al jardín...

-Pero...-

-Es necesario protegerte bien, no podemos permitir que algo como esto vuelva a pasar- los ojos de locura no le dejaron rechistar, el Conde estaba seguro de lo que decía, no habría nada que le hiciera cambiar de parecer –te amo mi querida Léa. Te protegeré de todo el mundo si es necesario-

No pude dormir aquella noche, no con mi falta de esperanza de sueños que no fueran pesadillas.

Mi dolor y frustración al pensar que el maldito de Didier habría de tocarla, que se atrevía a mirarla desnuda, de la misma forma en que yo la había visto. No podía pensar en otra cosa, pues no cabía en mi alma más que coraje, rencor y desprecio por el ruin Conde Didier.

Y también dolor, mucho. De imaginarla a ella sufriendo, derramando sus lágrimas. Recordaba cada vez que me había contado que Didier la estaba pintando y yo simplemente lo tomaba como otra de las desafortunadas consecuencias que Violette tenía que soportar a cambio de una vida lejos de aquel orfanato.

La noche fue dura, pero mis compromisos no iban a esperarme, la promesa de acompañar a mi padre no podía romperse. Cuando llamaron a mi puerta para alistarme, los sirvientes se asustaron al ver mis ojos desgastados, al ver las agonías emanando de mí.

Suerte que el camino al castillo era lo suficientemente largo para recobrar el aspecto de alguien vivo antes de ver a nuestro anfitrión.

-Su majestad- dijo mi padre reverenciando a mi compás, levantándose a la orden de apenas un cabeceo, un hombre como el Rey, con tan solo levantar la mano, seguro tendría el poder de liberar a mi Violette.

-Pero que hijo tan buen mozo, Alphonse-

-La belleza la heredo de su madre y la fuerza de mí- mi padre era uno de los pocos hombres que podía hablar con tal informalidad después de todo lo que había hecho por la corona.

-¿De quién más iba a ser? ¿Acaso no lo crees así? - la Reina se encontraba a la izquierda, también curiosa por mi apariencia.

-Si, es encantador- se limitó a responder.

-Si me permite majestad- interrumpí jugándome la lengua, dando un paso al frente -como un obsequio por nuestro primer encuentro, déjeme hablarle de alguien mucho mas hermoso que yo, ella seguro es digna de acompañarle por las mañanas y cepillarle el cabello por las noches-

Toda la prole sabía que la Reina gustaba de cosas hermosas y el Rey era un consentidor.

-Si tienes el valor de hablar, significa que es mas bella que los aquí presentes-

-No hay mujer más bella que su majestad, la belleza de la que yo le hablo es distinta. Es la de un animal salvaje; la mujer de quien me atrevo hablarle ostenta una belleza nunca antes vista, peligrosa, que atemoriza el cuerpo, es sin duda alguna filo de espada y semilla de ambreta, un sueño de opio. Además, es un rosal más entre los muchos que existen en el jardín del Conde Didier-

La reina se apresuró a decir- he escuchado de ella, Didier alardeo entre los marqueses sobre tener a la mujer más hermosa de Francia, ofreció un banquete para presentarla en sociedad, quienes asistieron quedaron poco menos que encantados con su faz-

La tenia, estaba sin duda interesada; esta era la mejor oportunidad que podría crear para Violette, había que tomarla.

El día transcurrió con, mi padre y el padre de todos hablando acerca de los planes que tenían para la monarquía, mientras yo, camine escoltando a su majestad y su corte al jardín para tomar el té, donde sin duda le hable de las proezas de Violette.

Que era diestra en el combate y aun así una figura exquisita en el baile y la poesía, que sus pinturas parecían moverse por las noches y sus versos podrían robarle una lagrima a cualquiera. Le prometí a su majestad que no había otra igual.

-Imagine mi señora a esta joya prendada de su cuello, un diamante más al centro de ese collar- la Reina era una mujer astuta, bien supo de mis intenciones, aun así, por su decoro no se atrevió a preguntar directamente si lo que buscaba para Violette era libertad.

Regresé a casa con la esperanza de volver a verla al día siguiente, pero una, dos y más noches pasaron y no supe de ella.

Diez lunas después, mi servidumbre discutía sobre el escándalo de la casa de Didier, el Rey le había pedido organizar otra fiesta para presumir del diamante que tenía oculto y a pesar de que Didier sabía cuál sería el destino, temiendo por su cuello no tuvo otra opción. Organizo una pomposa fiesta, más magnánima que la primera, engalano a Violette con perlas y huesos de ballena en un corsé más exquisito que el que tenía la realeza.

Su majestad entro al centro de la pista aquella noche y le pidió que frente a todos entonara de su amor, así lo hizo, un falsete viajo a través de todo el salón, acallando incluso a los quisquillosos críticos, enrojeciendo las mejillas de los hombres al verla desfilar mientras con sus manos los cortejaba y sin duda provocando la envidia de muchas mujeres, quizás incluso de la Soberana, porque parecieron bajar ángeles del cielo por su armonía sin igual.

Violette se había ganado el favor de la corona, que ni tarda ni pronta, mando decretar que, de ahora en más, ella sería la primera dama de su corte.

Fue imposible para mi penetrar los muros del castillo y aún más intentar buscarla, mis días con Violette terminaron cuando ella obtuvo aquella pequeña libertad.

VioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora