Capítulo 27

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Luciana seguía lanzando improperios cuando ella y su mamá llegaron a su casa, no podía creer todo lo que le estaba pasando, era como una maldición, como si alguien hubiera lanzado sobre ella un hechizo para que todo le fuera mal, aunque ella no creía en esas cosas. Era una cosa tras otra, el negocio, después el compromiso y ahora eso.

Al llegar al salón lanzó su bolso y se llevó las manos a la cabeza antes de gritar, su madre la dejó que sacara toda su frustración y cuando reinó el silencio de nuevo, la tomó del brazo y la llevó a sentarse.

—Luciana Castillo, ¡¿me puedes decir en qué demonios estabas pensando para comportarte como lo hiciste?!

—¡Esa estúpida...!

—¡Ninguna estúpida! —la interrumpió Patricia—. ¡Aquí la única culpable eres tú! ¡Provocaste un accidente y encima quisiste huir de la escena y agrediste a la persona afectada! ¡¿Te das cuenta del lío en el que estás metida?!

—No es para tanto —dijo entre dientes volteando la mirada.

—¡¿Cómo que no es para tanto?!

—Podemos pedirle al juez que desestime la investigación, así no habrá delito que seguir.

—¡¿Enloqueciste?! ¡En este momento la investigación ya debe estar en marcha, esa doctora es sobrina de Manuel Balam! ¡¿Crees que él va a permitir que esto se quede así?!

Luciana ya no dijo nada porque sabía que su madre tenía razón, estaba metida en un gran problema, y encima se había quedado sin auto porque no había podido renovar el seguro y estaba segura de que con el pago de la fianza les quedaba poco dinero. En ese momento recordó que tenía una reunión a la que no podía faltar, suspiró y estaba por llamar a un taxi cuando una de sus amigas le llamó para decirle que era la estrella de las redes sociales.

Pálida, revisó su teléfono y se dio cuenta de que tenía muchos mensajes, le habían etiquetado el blog donde siempre había algo malo de ella publicado, le dio miedo ver que era lo que estaba publicado así que simplemente borró todo y cerró todas sus cuentas. Lanzó su teléfono al piso y se quedó sentada con las manos en el rostro, eso era lo último que podía soportar.

Patricia la vio, pero no dijo nada, salió del salón y de la casa y se fue a la oficina, trataría de llevar ella la reunión, pero estaba segura de que para ese momento ya habían perdido el contrato, los clientes de ese día eran de los más difíciles y si ya se habían enterado de lo que pasaba, no sería fácil convencerlos de trabajar con ellas.

—Es el fin del negocio —murmuró, tarde o temprano tenía que pasar, Luciana, aunque era buena en el trabajo, no había podido sortear el duro periodo de la cuarentena y Alejandro era un inútil, bueno para nada, de lo cual ella era la principal culpable—. Ese muchacho tendrá que empezar a trabajar o terminará mendigando en la calle.


Renata por otro lado estaba siendo atendida y le pedía a su asistente que se comunicara con las pacientes con las que tenía una cita próxima y que las reprogramara o las enviara con otro ginecólogo de confianza si así lo querían ya que en ese momento ella no podía hacer nada con un brazo inmovilizado. También le dolía la cabeza y le pidió a la enfermera que le estaba poniendo el cabestrillo un analgésico.

Se llevó la mano sana a la frente y maldijo la hora en que esa mujer se había atravesado en su camino. En ese momento su madre y su tío entraron al consultorio y le preguntaron al doctor como estaba.

—Se dislocó el brazo y tiene unos cuantos golpes más, pero va a estar bien, le dolerá todo por un par de días, así que tiene que estar en reposo.

—Genial —masculló Renata bajando de la camilla—, justo ahora que tengo tantas cosas que hacer.

—Lo importante es que estás bien, hija —le dijo Tina mientras la sujetaba con cuidado del brazo.

Nikté entre el amor y el odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora