Capítulo 41

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Después de todo lo que había pasado, Aarón y Nikté decidieron alejarse y volver a Barrancas del Cobre, se olvidaron de las personas que les habían hecho daño, Mara, Luciana, Alejandro, Akal y Virginia, hicieron el propósito de no volver a pensar en ellos nunca más, a partir de ese momento, la villa fue su hogar permanente con la aprobación de Ángel y Esteban que eran los dueños, aunque un día, hablando entre ellos, decidieron darles el lugar como regalo de bodas, una boda que celebraron en el jardín que daba a las barrancas.

La recién encontrada Familia de Nikté había viajado para estar presentes ya que no querían perderse un momento tan importante. Amaru había llegado con un obsequio muy especial para su hija, un vestido de novia que había hecho en tiempo récord ella misma.

Nikté lloró de felicidad al verlo, sabía que su madre se dedicaba a diseñar vestidos de novia y para fiestas, pero que hubiera diseñado y hecho uno para ella era algo que siempre atesoraría. El vestido era hermoso, de satén y encaje, con varias capas y un corte que se ajustaba suavemente a su abultado vientre.

El velo de encaje se ajustaba a su cabello con una fina diadema de plata y pequeñas esmeraldas y diamantes que hacían juego con su sortija de compromiso y un juego de collar y pendientes que le había regalado su padre.

La ceremonia se había llevado a cabo en el jardín, debajo de una pérgola cubierta de flores, Miguel Ángel y Manuel se habían turnado para llevar a la novia hasta donde la esperaba Aarón para unir su vida a la de ella. Nikté nunca iba a olvidar la sonrisa de felicidad y amor de Aarón al verla caminar hacia él, ni las palabras que le dijo cuando llegó a su lado.

—Te entrego mi vida, Nikté, para siempre.


Tres meses después de la boda, llegó el bebé al que pusieron por nombre Diego, como el antepasado de Nikté, fue un momento de felicidad para todos darle la bienvenida al nuevo miembro de la familia, pero también llegó el momento de la temida despedida y, aunque se habían estado preparando para ese momento, fue muy difícil de asimilar.

—No lloren, por favor —les pidió Miguel Ángel un día por la mañana, cuando todos estaban reunidos a su alrededor en su habitación—, estos últimos meses fueron los más felices de mi vida. Ustedes me ayudaron a vivirla y verla de otra manera.

—Miguel Ángel...

—Sobre todo tú, Aarón, me enseñaste que el amor tiene varias caras, tu amor por Nikté, por tu hermana y por el resto de tu familia, tu imagen de hombre frío y duro se va cuando estás con las persona que amas, cada una a tu manera. Antes creía que eras insensible, pero ahora sé que no es así, que darías tu vida por nosotros. Y que si pudieras, te pondrías en mi lugar.

—Claro que lo haría.

—Lo sé, y por eso te respeto más que antes, por favor, sigue cuidando de todos cuando yo... ya no esté. Y se un buen padre para el pequeño Diego.

—Te lo prometo.

—Haz que el viejo Aarón se... retuerza en... su tumba.

—Qué cosas dices —murmuró Aarón secándose las lágrimas.

—Y no quiero que se vistan de negro en mi funeral, por favor o volveré a atormentarlos por las noches. Vístanse de blanco y dejen que mis cenizas viajen con el aire de los acantilados.

—Se hará como tú digas —dijo Ángel que estaba al otro lado de la cama sosteniendo la mano de su hijo.

—Quiero que tú también seas feliz, papá, no te quedes llorando por mi partida, viaja, haz algo divertido, busca de nuevo el amor, estoy seguro de que habrá alguna dama por ahí esperando que aparezca un caballero de edad madura.

Nikté entre el amor y el odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora