Las mellizas Black

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...

Una vez que Lucius se fue, ella se quedó tirada en la cama, secando sus lágrimas a medida que estas salían, soltando uno que otra queja de dolor mientras Dobby terminaba de curar la profunda herida que hace un momento el cuchillo de Malfoy había provocado en su antebrazo.

Su vista siempre se quedó fija en el clóset donde guardaba la fuerte poción de sueño que se encontraba en el bolsillo de su abrigo, deseando poder hacérsela tragar al mago.

—Dobby lamenta esto— le habló de repente el elfo con su voz chillona —A Dobby le gustaría ayudarla...

—Sé que no puedes— contestó Elena —Nadie puede, para todos estoy muerta... Algunas veces me pregunto si no ya lo estoy, si soy un fantasma condenado a vagar en el mismo lugar por el resto de la eternidad.

Una vez el elfo aplicó el ungüento cicatrizante, colocó cuidadosamente una venda al rededor de su brazo y se fue, justo como su amo le había ordenado.

Durante algunos días permaneció en cama, sintiéndose débil por la cantidad de sangre que había perdido, pues esta vez tomó más de lo que regularmente hacía (excusándose con las fechas decembrinas y lo que había gastado en su familia).

Fueron largos días en los que sus únicos pensamientos giraban al rededor de Black, en los momentos que había pasado con él, cuantas veces la había hecho reír y sentirse viva. Además de la felicidad que la familia que había formado con él le causaba.

"Si estuvieras encerrado aquí conmigo, la vida no estaría tan mal" pensó para sí misma, fantaseando con los cabellos negros y ondulados de su pareja, sus labios carnosos y cálidos, el sentir sus brazos al rededor de su cuerpo, tratando de recordar su aroma y el sonido de su voz.

Pero sobre todo plasmó con todas sus fuerzas la imagen de sus ojos, pues no quería olvidarlos, ni tampoco quería olvidar cómo era mirarlos fijamente y perderse en ellos por horas, toda la paz y plenitud que estos le brindaban.

Eran casi mágicos.

Abrió los ojos de repente cuando sintió un cuerpo pequeño saltar encima de ella, sentándose y observándola fijamente.

—Lo sé, lo sé, no es tiempo de lamentarse. Debo ponerme a trabajar— y tal como dijo, se pasó el resto de la tarde preparando una poción somnífera, con la cual sacaría a Lucius de en medio y ya no sería una molestia en su plan de volver a ver a sus hijas.

Contó los meses con desesperación, y al fin después de tanto esperar, un día sin advertencia alguna llegó Snape.

—¿Lo conseguiste?— preguntó Elena una vez que el pelinegro entró a la casa. Esta sacó un frasco de su bolsillo y le enseñó la disgustosa mezcla dentro de él, provocando una sonrisa en la bruja.

—La pregunta ofende— respondió.

Elena corrió a abrazarlo emocionada, dando saltos de felicidad sin soltar a su amigo, quien aprovechó para dar una vuelta y hacerla girar en el aire por unos segundos.

—Estamos tan cerca, Snape— dijo eufórica.

—Aún hay algo más— Elena lo miró confundida hasta que el mago la invitó a mirar lo que había fuera de la casa y finalmente notó el vehículo qué estaba estacionado frente a ella —Y no te preocupes, Hagrid no notará que la he tomado prestada.

La moto de Sirius— dijo sin poder creérselo, pues tenerla a ella era como tenerla a él —Snape yo... Yo no sé qué decir— dijo reteniendo las lágrimas en sus ojos.

—No digas nada, mejor aoresurémonos, porque ahora Narcissa debe de estar hablando con tu madre, y quiero cambiar algo en tu plan— la bruja lo miró esperando a que prosiguiera —Tomaré la poción multijugos e iré como Narcissa a advertir a Lucius que vendré a liberarte, me apareceré aquí y entonces él me seguirá, será ahí cuando entre y me vea siendo amenazado por ti, así te dará el permiso para salir.

Mi felicidad y mi tristeza [Pt.3] Sirius y tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora