7. Lara

164 42 114
                                    

Había llegado el día de navidad, para mi la mejor época del año, siempre me había gustado mucho, me levanté de un salto y me fui al baño para ducharme y arreglarme. En cuanto estuve lista, desayuné fui y me dirigí al garaje a coger las cajas con los adornos de navidad para poner en el abeto que teníamos en la entrada. El cielo estaba completamente despejado, era un azul intenso, me gustaba muchísimo el cielo en invierno se veía mucho más nítido que en verano. Hacía muchísimo frío.

Al abrir el garaje, allí estaba, mi coche nuevo, el día anterior no lo había visto por dentro. Había bajado las llaves conmigo, abrí el coche y me puse al volante, me recorrió una sensación extraña pero agradable, yo, propietaria de un coche, se dibujó una sonrisa en mi cara. Miré el salpicadero, la consola central, los botones que había en el volante, tenía mucho que aprender. Al poco salí y empecé a observarlo por fuera, recorriendo todas las puertas y admirando el color plata metalizado, de repente, noté a mi hermano pegado a mi espalda, me tensé y aparté en seguida.

—Me has asustado—dije mientras me dirigía a la estantería donde estaban los adornos.

—He dicho buenos días pero no me has oído, estabas embelesada mirando el coche. ¿Te gusta?

—Si, por eso me lo he comprado—respondí

—Si llega a ser por ti te hubieras comprado un Seat Ibiza—me pinchó, siempre me picaba.

—Tampoco necesitaba más para mi sola, no tengo novio ni tampoco intención de tenerlo, por el momento—no sabía por que había añadido esto último, hacía tiempo que pensaba que nunca tendria novio debido a mi incapacidad para relacionarme con los chicos.

—Este que te has comprado es más seguro y te cabrá más equipaje cuando vayas de viaje—dijo obviando mi comentario anterior.

—¿Cuando tenga sesenta años quieres decir? Porque antes no creo que mamá deje que me vaya de viaje y con tu ayuda mucho menos—volteé  los ojos.

—Ya sabes que lo único que queremos es lo mejor para ti—tuvo el valor de soltar por esa boquita.

—Voy a colocar los adornos en el abeto antes de que lleguen los tíos y los primos—me dirigí hacia fuera del garaje.

—¿Necesitas ayuda?— me pregunto.

—No, me gusta hacerlo a mi—preferia estar sola, no quería su ayuda.

—Como quieras—se encogió de hombros se giró y subió hacia el chalet.

Una hora más tarde había acabado de poner los adornos, había de todos los tipos, bolas, guirnaldas, estrellas, ángeles y las luces, algunas muy antiguas, campanas y algunas con la cara de papá noel, la clavija del enchufe parecía prehistórica.

A las doce llegaron mis tíos y mis primos Fran, Javier y Tito, me llevaba tres, siete y diez años respectivamente. Eran como mis hermanos pequeños, si iba a algún sitio y podía me los llevaba conmigo. Excepto a Tito, a veces no me lo podía llevar porque aún era muy pequeño.

Mis tíos, Tito y Lola, eran también mis padrinos, siempre decían que eran más familia por el doble titulo que tenian. Mi tío tenía auténtica devoción por mi, y yo por él, se me caía la baba cuando estaba con él. Si en algún sitio había sido feliz, ese lugar había sido con ellos y en su casa.

—¿Donde está mi sobrina favorita?—abrió los brazos mi tío, salí corriendo a sus brazos, me abrazó muy fuerte.

—¿Yo me voy a quedar sin beso y abrazo?—protestó mi tía y fui corriendo hacia ella, si, con ellos me sentía como una niña.

Después abracé a mis primos y subimos todos al chalet, mi tío me llevaba abrazada a su lado. Habían traído muchos regalos y nosotros teníamos otros tantos para ellos. Desde hacía unos años mis tíos me regalaban joyas. En esta ocasión unos pendientes con la forma de una mano cogiendo una circonita, el oro de la mano era mate y las uñas estaban pulidas en oro brillante.

Quédate A Mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora