52. Lara

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Había pasado un fin de semana maravilloso con Lucas. Cuando nos encontramos el domingo me explicó que su hermano había pasado muy buen día, se le veía feliz y yo, de verlo así, también lo estaba. 

Con la excusa de dar un paseo me llevó a una feria que había en un barrio de la ciudad, me puse muy contenta, hacía mucho tiempo que no iba a una, lo pasamos realmente bien. Me compró algodón de azúcar, él comió un poco pero al segundo bocado ya se había cansado, demasiado empalagoso decía, no paraba de hacer bromas sobre lo golosa que era, me hacía sonrojar con las cosas que afirmaba. 

Vimos un puesto con peluches, me enamoré de una rana de terciopelo y Lucas se empeñó en conseguirla para mí. Para poder obtener el premio tenías que explotar tres globos con dardos. Compró para hacer dos partidas pero a la primera lo consiguió, tenía muy buena puntería. Decidí dejar mi obsequio en la parte posterior del coche, justo encima de la bandeja que tapaba el maletero.

Cuando llegué a casa mi madre me preguntó como lo había pasado. Desde el momento que Lucas había empezado a acompañarme a casa no había puesto más impedimentos ni había hecho muchos comentarios sobre mi relación con él, eso me tenía algo inquieta. No era para nada habitual que mi madre se conformara tan pronto.

El martes por la mañana cuando estaba preparándome el desayuno llegó mi padre a casa, me extrañé puesto que no era habitual que viniera a esa hora.

—Hola papá—me quedé parada al girarme para saludarlo y ver la expresiónde su cara—¿que ha pasado?—me acerqué a él con preocupación.

—Hola hija—me dio un beso en la frente—esta noche me he hecho daño en el brazo y casi no lo puedo mover. En un rato iré a la mutua de accidentes de trabajo.

—Está bien papá, cuando tengas el diagnóstico me llamas y me lo dices, ¿vale?—supliqué.

—Hija, sabes que no me gusta molestarte en el trabajo, cuando regreses ya te explicaré lo que me han dicho.

—Papá, nos conocemos, si tu vas a la mutua es porque es algo serio, así que quiero que me llames en cuanto sepas algo si no te llamaré yo—lo miré seriamente.

—Está bien hija, te llamaré—suspiró y volteó los ojos.

Acabé de desayunar, recogí los platos y acabé de arreglarme. Me despedí de mi padre y me fui hacia la oficina. Al llegar puse al corriente a Paula de lo ocurrido con mi padre, intuía que el accidente había sido más grave de lo que me había querido mostrar esa mañana, su cara lo decía todo y él tenía una alta tolerancia al dolor. A media mañana sonó mi teléfono.

Yo: Hola papá, ¿que te han dicho en la mutua?

Papá: Hola hija, tengo rotos varios tendones del hombro derecho, mañana me operan, no lo entiendo, tampoco me duele tanto—dijo resoplando, yo negué con la cabeza mientras lo escuchaba.

Yo: Papá si te han dicho que hay que operar es porque es necesario. ¿A que hora es la intervención?

Papa: A las tres de la tarde tengo que estar allí.

Yo: De acuerdo, nos vemos a mediodía en casa, gracias por llamar.

Papá: Adiós hija.

Regresé a la oficina para hablar con Paula, cuando sonó el teléfono había salido a la calle para no molestar al resto de compañeros. Fuimos a la sala de reuniones para estar más tranquilas. Le expliqué que al día siguiente operaban a mi padre y le expuse mi intención de ir a trabajar al día siguiente hasta el mediodía y regresar el jueves. Se puso hecha un basilisco, no le había gustado para nada mi petición, me informó que me correspondían dos días y eso haría. Después de estar debatiendo unos largos minutos llegamos a un entendimiento, iría al día siguiente hasta el mediodía y regresaría el viernes por la tarde. 

Quédate A Mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora