64. Lucas

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Las mañanas las dedicaba a dibujar con AutoCad, ayudaba a mi padre con algunos proyectos que tenía, me iba bien para seguir practicando y no olvidar lo que había aprendido en la primera parte del curso y también sacaba algún dinero extra.

Seguía sin saber cuando podría realizar la segunda parte del curso pero por lo que me habían informado cuando fui a consultar a las oficinas del SOC no parecía que fuera a salir la convocatoria antes del verano. Eso me tenía muy frustrado, no podía buscar trabajo porque para hacer el curso tenía que estar en paro y recién estábamos empezando el mes de mayo.

Mis padres me decían que no me preocupara, que esperara, ese curso era muy caro y ellos no me podían ayudar a pagarlo. Poder hacerlo de manera gratuita a través del SOC era una gran oportunidad.

Sabía que mis padres tenían razón, que lo mejor era esperar, pero a los padres de Lara no les gustaba porque no trabajaba, por nada del mundo quería que le pusieran problemas o le prohibieran verme por ese motivo.

A Lara no le importaba que no trabajara si era para formarme y especializarme aún más para ser un buen delineante, me decía que si eso era lo que yo quería hacer me apoyaba. Estaba dispuesta a discutir con sus padres las veces que fueran necesarias hasta que lo entendieran.

Lo que ella no entendía es que yo no podía permitir que discutiera con sus padres por mi culpa, ya tenía bastantes problemas con su madre para que además se tuviera que pelear también por mi.

Ese día me sentía especialmente frustrado y no podía concentrarme en lo que estaba dibujando, había cometido varios errores tontos por estar distraído. Abrí una página de búsqueda de empleo y empecé a mirar ofertas, había tres o cuatro que encajaban con mi perfil y el sueldo no estaba mal.

—Hijo, ¿vienes a comer? —me sobresalté al escuchar la voz de mi madre detrás mío.

—¿Qué estabas haciendo? —cuestionó con la mirada fija en la pantalla.

—Estaba mirando algunas ofertas de trabajo, tengo que empezar a trabajar.—Admití con un hilo de voz.

—Vamos a comer y después continúas con eso que estás mirando, creo que te gustará lo que he preparado hoy. —Asentí levantándome de la silla y siguiéndola por el pasillo hasta el salón.

Cuando vi la mesa sonreí al ver lo que había preparado, uno de mis platos favoritos, canelones.

Los canelones de mi madre eran los mejores que había probado nunca. Rustía la carne a fuego lento durante horas, ella siempre decía que ese era el secreto de que quedaran tan buenos pero también era por el sofrito que hacía y le añadía a la carne cuando la trituraba. Mi padre la ayudaba, él se encargaba de la cocción de la pasta, ponía un cronómetro y cuando sonaba la alarma los sacaba, ni un segundo antes ni un segundo después.

A la hora de comer mi padre siempre decía que la pasta estaba en su punto y ese era el secreto para que los canelones estuvieran tan buenos. Cuando hacía esa afirmación todos reíamos porque esa era la única parte de la que él se encargaba.

—¿Cuando habéis preparado los canelones? Ayer no os vi y siempre estáis horas para hacerlos —cuestioné antes de meter el primer bocado en mi boca, cerré los ojos degustando su maravilloso sabor —Te han quedado delici...buenísimos, como siempre.

—Tenía una bandeja en el congelador. Me ha parecido que hoy no tenías un buen día y quería animarte, no sé si lo habré conseguido. —Sonreí mientras mi madre y mi abuela me miraban fijamente.

—Gracias mamá, están riquísimos, y, sí, has conseguido que mejore un poco mi estado de ánimo —me metí otra cucharada en la boca y me puse serio de nuevo.

Quédate A Mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora