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• Lara •


Era el último lugar en el que quería estar un domingo a estas horas.

Podría haber estado en el gimnasio, en el campo de futbol, en el laboratorio de química o en mi habitacion descansando. Pero en cambio, los gritos de bebes llorando llenaban mis oídos, la gente prácticamente corría para llegar a su vuelo y los padres que no sabían cómo controlar a sus hijos. La gente hacia cola en el mostrador para su equipaje. En la sala de espera había una curiosa mezcla de gente aburrida y emocionada. Hombres ajetreados hablaban en voz alta por sus teléfonos, sin importarles quien los escuchara, y parejas se despedían con un beso. Era increíble la gente que había teniendo en cuanta la hora.

Había pantallas con los horarios de llegada y salida en las paredes del aeropuerto y de fondo la típica música de aeropuertos. Todo esto me irritaba.

No podía creer que el entrenador me convenciera para hacer esto. Afirmo que tenia mucho papelea que hacer, pero yo sabia que odiaba los aeropuertos tanto como yo. Probablemente estaba en su casa en este mismo momento riéndose de mi porque no tenía otra opción en el asunto.

Ni siquiera estaba seguro de por qué salida saldría y no tuve la paciencia para preguntarle a alguien o mirar a Cancún en la pantalla. Iba a esperar un minuto más... bueno, cinco minutos más. Y si ella no aparecía simplemente me iba a ir. Podía valerse por si misma en la ciudad como toda una niña grande, de todos modos, iba a tener que hacerlo en algún momento.

Justo cuando estaba a punto de irme, vi su cabello castaño entre la multitud de personas. Estaba debajo de un gorro de punto gris que caía en rizos sueltos por su espalda. Llevaba una camisa blanca debajo de una chaqueta de mezclilla y llevaba unos pantalones deportivos negros con su apellido impreso en blanco en la pierna. Una maleta con ruedas la seguía junto con una mochila, una gran bolsa sobre su hombro y una bolsa de cordón en su mano. No parecía que estuviera teniendo suerte al intentar maniobrarlos.

Casandra estaba mirando a su alrededor, pensando adonde ir, estaba segura. La vi sacar su teléfono, probablemente para llamar al entrenador, pero rápidamente me acerque a ella antes de que tuviera la oportunidad. Me abrí paso entre grupos de hombres de negocios y niños desagradables hasta que supe que ella estaba a una distancia que me podía escuchar.

-¡Hey! -grite mientras me abría paso entre la gente-. ¡Princesa!

Casandra levanto la vista de su teléfono y miro alrededor de la terminal hasta que sus profundos ojos se posaron en mí. Sus cejas se fruncieron cuando me vio caminando hacia ella.

-Pensé... -hizo una pausa. Su boca se inclino formando un comprensible ceño fruncido. - ¿Pensé que el entrenador Medina vendría a buscarme?

-Los planes cambiaron. Créeme, a mi tampoco me gusta la situación -le dije con firmeza. Levante las llaves de mi auto frente a su cara y las hice tintinear-. Ahora vámonos antes de que mi día se arruine por completo.

Comencé a alejarme, metiendo las manos en los bolsillos. Tal vez si tenía suerte, podría estar de regreso en el campus a una hora adecuada para descansar y después ir un rato al campo.

- ¡Espera! -Casandra me grito enojada-. ¿No vas a ayudarme? -acuso, deteniendo la maleta de ruedas junto a ella y dejo caer la bolsa grande de su hombro. Cayo al suelo con un ruido metálico extraño que me hizo preguntarme que carajos había empacado.

Teoría del JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora