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º Lara º



Estaba borracho y Casandra se veía jodidamente bien con mi ropa.

No podía quedarme dormido, sin saber que ella estaba durmiendo en mi cama a solo unos metros de distancia. Eso no era algo que hiciera a menudo... de hecho, nunca. Nunca he hecho eso antes. Si alguna vez había una chica durmiendo en mi cama, siempre estaba junto a ella.

Eran las tres y media de la madrugada y me había despertado dos veces desde que ambos nos quedamos dormidos. Estaba boca abajo, inclinada sobre el costado de la litera de Jhoel, mirándome. Debió haber entrado en calor en algún momento de la noche porque estaba boca arriba con una pierna sobresaliendo sobre el edredón.

Yo era un hombre de ciencia; necesitaba respuestas y explicaciones lógicas. Pero las cosas que esta maldita chica me hacía sentir, que me obligaba a hacer, estaban tan fuera de mi control, tan extrañas, tan... no mías, que iba a perder el control una de estas veces. Olvida eso, ya perdí el control con ese beso.

Pero me gustaba verla con mi ropa. Le quedaron grandes como se esperaba, pero le quedaban muy bien. Llevaba mi camiseta favorita, la camiseta de la selección mexicana con el gran numero 33. El agujero del cuello se había deslizado hacia un lado y dejaba al descubierto parte de su hombro derecho. El dobladillo inferior estaba ligeramente levantado sobre su estomago y las piernas de los shorts subían por sus muslos. Me di cuenta de que no llevaba sujetador, no porque hubiera notado su sujetador negro al lado de la puerta con el resto de su ropa mojada, sino por que podía... ver.

La simple idea de que ella simplemente estuviera en mi cama, vistiendo mi ropa, consiguiendo su olor en todas mis cosas me saco completamente de mi puta mente.

Casandra gimió en sueños y se dio la vuelta, dándome la espalda. Dio una patada al edredón enredado al alrededor de sus piernas como si estuviera atrapada dentro de una caja y necesitaba salir. Entendí ese sentimiento. Me sentí igual hace apenas unas horas en una habitacion pequeña y desordenad. Luego Casandra se volvió de nuevo para quedar frente a mi y la expresión de su rostro me dijo que no estaba teniendo un sueño agradable.

Me quede donde estaba sabiendo que nunca era buena idea despertar a alguien de una pesadilla. Pero mientras ella continuaba retorciéndose y girando, me preocupo de que pudiera golpearse la cabeza con la cabecera y lastimarse.

De repente me recupere y sin dudarlo, baje la escalera y camine hacia ella. A primera vista note que Casandra estaba ardiendo como si acabara de tener fiebre; su ropa se pegaba a su piel y el cabello pegado a sus mejillas y frente.

Quitándole las mantas, la llame por su nombre, pero fue en vano.

Ella comenzó a dar vueltas y vueltas de nuevo, así que hice lo que mi hermano solía hacer conmigo cuando tenía pesadillas cuando era niño: gateé sobre la cama hacia ella, plante mis piernas alrededor de sus caderas y agarré su cara para obligarla a quedarse quieta.

-¡Campos!

De repente, sus brazos estaban en el aire y agarraban cualquier cosa que pudiera tener en sus manos. Desafortunadamente, todo pasó a ser mi cara cuando sus uñas hicieron contacto con mi piel.

-¡Coño! ¡Por el amor de Dios, Casandra! -grite de nuevo, el dolor de su rasguño quemaba en mi mejilla-. Despierta, carajo.

Antes de que pudiera terminar, la rodilla de Casandra se levanto y me golpeo en la ingle. Me doble por la cintura y maldije en voz alta, agarrándome la entrepierna. Me han golpeado ahí antes, eso siempre fue un problema jugando futbol, pero nada realmente dolía tanto como una rodilla que te golpeaba cuando menos lo esperabas.

Teoría del JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora