II

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Era difícil de asimilar. Armando nunca esperó que fuese Marcela la que terminaría con todo.

Terminar.

—Betty —musitó y sin dudarlo salió disparado hacia su auto.

—Hijo, ¡Armando! —gritó su madre con afán de detenerlo.

—Déjalo —dijo don Roberto—. Es un momento difícil, necesita estar solo. Hay que avisarle a los invitados.

A Armando le temblaron las manos, su corazón pareció querer correr. Él sabía que quizá ella no le atendería, pero quiso intentalo aunque fuese una última vez.

Uno, dos, tres, difícil llevar la cuenta de cuantas veces le marcó a Betty y en ninguna obtuvo éxito, así que, optó por dejar una sarta de mensajes en el buzón, no quería perder la esperanza de escucharla otra vez. Debía encontrarla, quería abrirle su corazón una vez más, frente a frente. Ella tenía que enterase de lo que estaba pasando.

—Betty, por favor, ¿Dónde estás? Tenemos que hablar. Mi boda con Marcela se canceló. Por favor, escúchame, aunque sea solo esta vez. Sé que todo lo que yo he hecho ha estado mal. Sé que yo no he actuado como debería, pero estoy aquí suplicando que me dejes verte. Por favor.

Incluso trató de hablar con Nicolás, pero nunca le atendió, tampoco respondió al mensaje que le dejó. La única información que tenía era que ella se iría a Los Ángeles con el odioso de Joaquín, así que, optó por dirigirse al aeropuerto más grande y concurrido, JFK.

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«Un clavo saca a otro», le dijo alguna vez Joaquín.

¿Qué tan cierto podía ser eso? A decir verdad, no quiso averiguarlo, no tenía ganas de pensar en nadie más... por eso la noche anterior se había negado a la propuesta de viajar a Los Ángeles con Joaquín.

Su celular parpadeaba con desesperación, no tenía sonido ni tampoco vibración, pero ella estaba tan fuera de sí mientras miraba la ventana que ni siquiera se dio cuenta de las múltiples llamadas que estaba recibiendo. Nicolás que estaba sentado a su lado sí se percató.

Algo dubitativo se pasó la mano por la sien, tuvo dudas, pero al final concluyó
que lo mejor para Betty era deshacerse del problema de raíz, así que con discreción apagó el aparato y lo intercambió por el suyo. Durante todo el trayecto lo único que hubo fue un silencio sepulcral, tan pesado, denso y difícil de tragar. Al llegar al sitio, como si se tratasen de carreras Betty se bajó.

—Ay, ya no aguanto, esto es muy incómodo, no dijiste nada en todo el camino. —Ella ya estaba sacando las maletas de la cajuela.

—¿Pues, qué más quieres saber?

—Todo, Betty tengo miedo de que otra vez vuelvas a meter la pata.

—¿Desconfías de mis decisiones?

¿Quién eres? || Betty en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora